¿Profesores humanistas o mercenarios del saber?

Por: Natalia Camero                                   

Aún se espera que los  árboles se pongan en fila para impedir que pase el gigante de las siete leguas. De manera metafórica y contundente Martí expresó su deseo de ver a nuestra América unida. En ese sentido, la construcción de una identidad pedagógica resulta vital en este momento en que una educación anacrónica es la base para construir nación. ¿Dónde está el maestro intelectual que se apoya en la historia para construir conocimiento? ¿Cuál es el papel del maestro en una sociedad en la que el conocimiento se convierte en un producto más del mercado?

 La cadena del retroceso está en camino: políticas exteriores, gobierno corrupto, paz al borde del colapso, maestros conductistas y el resultado es una sociedad analfabeta. Lo importante ahora en el aula es que el uniforme esté impecable, no llevar el cabello demasiado largo, no hablar, no respirar, etc; imposiciones que anulan por completo la esencia del estudiante.  Entre más sumisos, uniformados y desinformados mejor para el sistema. ¿Quién se pronuncia? Seguramente La Federación Colombiana de Educadores (FECODE), que durante mucho tiempo ha luchado para que la educación se cumpla como derecho y el maestro se dignifique, pero dentro de la organización, algunos que se hacen llamar líderes sociales, olvidan su compromiso con la comunidad y por perpetuarse en cargos administrativos niegan lo que tanto se predica.

El maestro actual no comprende lo que ocurre en el país, la política pasa a un segundo plano y su labor de hacer pensar al estudiante no es una prioridad. Son pocos los maestros que escudriñan en el jardín para arrancar la maleza, una tarea nada fácil. La cicuta que le arrebató la vida a Sócrates, el primer educador de la cultura occidental, también paralizó la ética del maestro que obedece a la política de mercado. Los líderes en el aula de clases hoy son “mercenarios del saber”, el conocimiento está al servicio del mercado, la mercantilización de la educación es un hecho indiscutible: la competitividad, la productividad y las pruebas estandarizadas son el centro de atención en la enseñanza, y la educación pública como un sector de la economía del mercado.

La relación del sistema económico y político con la educación es una realidad inocultable. Por esto  es importante analizar lo que se teje por debajo de cuerda. Los países desarrollados diseñan  estrategias que sirven como guía para que logremos dar un paso, pero para caer en su trampa. Seguramente tendrán muchas recomendaciones por hacernos a los colombianos, entre ellas mantener la estructura del Sistema General de Participaciones y las reglas de reducción del gasto público, la pérdida de la autonomía institucional y estimular el acrecentamiento de estudiantes (cobertura y permanencia) en el programa de Jornada Única; aprovechando el afán que tenemos de hacer parte de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE).

Países y expertos en economía discuten y definen el camino que se debe elegir para ser un país desarrollado. Por su parte, nuestros dirigentes o digerientes colombianos empiezan su trabajo diseñando programas que modifican y replantean los procesos de aprendizaje para que todos los estudiantes sean promovidos automáticamente y los docentes degradados y vigilados en los resultados del Índice Sintético de Calidad (ISCE). Así, la calidad de la educación es declinada a una manera inhumana en el momento en el que pierde su valor como derecho por el de negocio sin garantías que ofrezcan las condiciones necesarias contra la deserción y el interés pedagógico.

Los derechos plasmados en el papel no tienen ningún valor, porque pocos son los ciudadanos que reclaman. Vemos cómo los recursos públicos son transferidos  a instituciones privadas a través de programas enmarcados en el “subsidio a la demanda”. Vemos cómo se mide la calidad de la educación en primaria, básica y media con componentes que no promueven una formación humana. Tampoco se ha cumplido con la educación inicial que se estipula en la Ley General de Educación ya hace más de 20 años. Por esa razón, es tarea del docente desenmascarar las mentiras del Ministerio de Educación, ya que hacen creer que avanzamos ocultando el verdadero retroceso en el que vamos. El “Progreso, Desempeño, Eficiencia y Ambiente Escolar” que tanto repica en los oídos de los maestros solo legitima el proyecto neoliberal.

Ante este panorama, es necesario la formación de maestros críticos e intelectuales que promuevan el desarrollo del país en todas sus esferas, pues el conocimiento del aula debe ser relevante para la vida. Debemos rescatar la ética que ha sido suplantada por los mecanismos de control que se apropian del conocimiento como un producto del mercado. El recorrido por la historia debe abrirnos los ojos, no para reprendernos a través de premios y castigos, sino para potenciar habilidades de criterio, decisión y autonomía.  Nuestra responsabilidad como educandos, más allá del aula, es aportar a la construcción de una sociedad más humana, justa y creativa. Finalmente, vale la pena recordar a la maestra Gabriela Mistral, cuando insiste en afirmar que, “los logros y defectos de un país dependen de sus maestros”.

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