En 1955 Luis Alejandro Velasco se acercó a las oficinas del diario El Espectador. Aquel hombre famoso, proclamado héroe nacional y que había posado para agencias de publicidad de zapatos y relojes, preguntaba al director del periódico cuánto dinero le podían dar por contar su historia. García Márquez consideraba que no tenía ningún sentido entrevistar aquel hombre, pues su relato, era una noticia refrita. Sin embargo, Guillermo Cano, le asignó ese trabajo al nobel de literatura, que para esos años, trabajaba como periodista. Márquez, -contaría en su autobiografía- haría el trabajo, pero no estaba dispuesto a poner su firma en aquel reportaje.
La historia era por todos conocida, el 28 de febrero de 1955, Luis Alejandro fue el único sobreviviente al naufragio del barco naval destructor Caldas, de Colombia. A causa de una tormenta el barco naufragó y el protagonista sobrevivió durante diez días en alta mar, para luego arribar a una playa cerca de Urabá. A partir de ese momento, Luis Alejandro Velasco fue proclamado héroe de la patria por el gobierno de Rojas Pinilla. Muy rápido, el héroe hizo fortuna a través de las empresas que lo contrataron con fines publicitarios, posó para varias revistas y fue besado por reinas de belleza. Todo esto era de público conocimiento, por eso Gabo consideraba la noticia un refrito. Sin embargo, el azar, que en ocasiones actúa mejor que la lógica, permitió que García Márquez descubriera algo que el país desconocía.
Durante varios días García Márquez entrevistaba al héroe de la patria, al preguntarle sobre la tormenta que ocasionó el naufragio, Luis Alejandro, de manera enfática le dijo: «es que no hubo tormenta». Para sorpresa del periodista, la verdadera causa del desastre, fue que el barco naval destructor proveniente de Alabama, EE.UU., estaba cargado de electrodomésticos de contrabando y el sobrepeso provocó el naufragio a dos horas de Cartagena. La noticia fue reveladora, no solo por las reales causas del naufragio, también por el encubrimiento del gobierno militar de Rojas Pinilla. El Espectador tomó la decisión de publicar la crónica, al tercer día salió la reveladora noticia y durante 14 entregas consecutivas, la magistral forma de narrar de García Márquez provocó el aumento de las ventas y la circulación del periódico. Sin embargo, el azar y las presiones de la dictadura de Rojas, provocaría la salida de Gabo para Europa y posteriormente, el cierre del Espectador.
Arribó a Ginebra, Suiza, con el pretexto de cubrir el encuentro de los cuatro grandes (la Unión Soviética, EE.UU., Francia e Inglaterra), pero la causa real, era alejarse de Colombia, pues Rojas Pinilla estaba molesto porque el honor de la marina estaba maltrecho por su relato de un náufrago.
Luego de Suiza, a mediados de julio de 1955 partió para Italia a cubrir la noticia sobre la salud del papa Pío XII. No solo envió noticias de la salud del pontífice, también, la visita de Sofía Loren al papado y crónicas sobre la sociedad italiana. Sin embargo, el azar le tenía otra jugada, su llegada a Italia le daba la posibilidad de acercarse a otra de sus pasiones: el cine. Para esos años, la bota itálica era la cuna del neorrealismo cinematográfico, que después de la segunda guerra mundial buscaba narrar historias de héroes de carne y hueso, pobres, maltrechos, con ropas deshilachadas y sucias, es decir, una nueva propuesta narrativa y estética.
En octubre de ese mismo año se matriculó en el curso de dirección en el centro experimental de cinematografía, CINECITTA. Este importante centro de estudio y de producción cinematográfica fue visitado en su época por directores como Hitchcock y Chaplin. Pronto García Márquez dejaría de asistir a clases pues su interés académico giraba en torno al guión, pero este centro experimental no lo ofrecía como curso, sino como asignatura en el curso de dirección. Sin embargo, continúo asistiendo para adquirir conocimientos en otras áreas; montaje y gramática en el cine. Además existía la posibilidad de conocer a sus directores preferidos; Cesare Zavattini y Vittorio de Sica.
Durante esos meses de estudio conoció al cineasta argentino Fernando Birri, con el cual entabló y tejió a lo largo de los años una buena amistad. Gracias a Birri, García Márquez pudo conocer al director del ladrón de bicicletas, Vittorio de Sica. Gabo y Birri duraban días y horas hablando de cine, y durante esas conversaciones salió un sueño; fundar una escuela internacional de cine y tv, que acogiera estudiantes de América Latina, África y Asia, especialmente. Sin tener la más mínima idea de la ruta de sus proyectos, treinta años después, García Márquez y Fernando Birri en compañía de otros compañeros, fundarían esa escuela con el nombre de San Antonio de los Baños, en Cuba, con la ayuda de otro de sus grandes amigos, Fidel Castro.
El azar que permitió la llegada de Luis Velasco a las oficinas del Espectador, no solo le permitiría a Gabo conocer la verdadera razón del naufragio del destructor Caldas, también, produjo como consecuencia lógica o racional, su salida de Colombia a distintos países; Francia, Suiza, para después ir a la cuna del neorrealismo italiano, donde no solo se nutrió de los conocimientos académicos y técnicos del complejo arte del cine, también provocó, tal vez, nuevamente por cuestiones del azar, su cercanía a Birri, con el cual lograrían fundar una de las escuelas audiovisuales más importantes del mundo: San Antonio de los Baños. No en vano, en la página oficial de esta escuela, aparece una imagen de Gabo, Birri y Fidel Castro, no solo con un apretón de manos como gesto formal, sino con una sonrisa alegre entre amigos que le apostaban a formar cineastas para narrar de distintas formas y estéticas, cine Latinoamericano. Birri seria reconocido como el padre fundador del nuevo cine Latinoamericano y entre sus producciones estaría un señor muy viejo con alas muy grandes, basado en un cuento de García Márquez, miembro fundador de la escuela y premio nobel.
Las consecuencias de relato de un náufrago permitieron profundizar en una de sus otras pasiones, el cine, pero el azar, de la mano a sus convicciones y proyectos, permitió construir una apuesta cinematográfica que involucraba estudiantes latinoamericanos, africanos y asiáticos. Por eso, en su discurso inaugural, Gabo señalaba: “cuatro de los que hoy estamos a bordo de este barco estudiábamos en el Centro Experimental de Cinematografía de Roma: Julio García Espinosa, viceministro de Cultura para el Cine; Fernando Birri, sumo pontífice del Nuevo Cine Latinoamericano; Tomás Gutiérrez Alea, uno de sus orfebres más notables, y yo, que entonces no quería nada más en esta vida que ser el director de cine que nunca fui. Ya desde entonces hablábamos casi tanto como hoy del cine que había que hacer en América Latina y de cómo había que hacerlo, y nuestros pensamientos estaban inspirados en el neorrealismo italiano, que es –como tendría que ser el nuestro– el cine con menos recursos y el más humano que se ha hecho jamás.”