La que hoy está entre las 10 ciudades más pobladas del país, hace casi dos siglos fue un pequeño asentamiento establecido al margen derecho del caño Gramalote. Pero en realidad, su historia viene de más atrás. Hacia el siglo XVI, durante la época precolombina, dicha zona fue habitada por indígenas Guayupes, quienes se desempeñaron como agricultores, pescadores y comerciantes. Estas personas acostumbraban a intercambiar productos como el yopo, plumas, cueros de felino, coca, miel, cera, totumos, madera, pescado, maíz y algodón, así como humanos destinados al sacrificio, entre la misma comunidad y los muiscas, en los asentamientos cerca de la cordillera, como el de Guayabetal.
Tiempo después, en medio del reinado español en el país, llegaron los jesuitas y fundaron la Hacienda Apiay, en la cual evangelizaron comunidades indígenas hasta 1790, cuando tuvieron que dejar el lugar, el cual pasó a ser adjudicado por la corona española a Basilio Romero.
Ya en 1836, el sector del caño Gramalote se convirtió en paso obligado de arrieros que llevaban su ganado hacia Bogotá. Estos comerciantes, atraídos por la fertilidad de las tierras, se asentaron en la zona y el 6 de abril de 1840 fundaron un caserío que fue bautizado con el mismo nombre del afluente. Cinco años después, el 21 de octubre de 1850 el sitio toma el nombre de Villavicencio en moción aprobada por la Cámara provincial de Bogotá en honor de Antonio Villavicencio y Verástegui, prócer de la Independencia de Colombia fusilado durante la reconquista por orden de Pablo Morillo.
Sin embargo, actualmente existe un debate inconcluso con respecto a la fecha de fundación de la ciudad. Según el diario El Tiempo, existen tres versiones con respecto al natalicio de Villavicencio. La primera la dio a conocer el sacerdote francés Mauricio Dieres Monplaisir en su libro Lo que nos contó el abuelito, que sostiene, que la capital del Meta fue fundada el 20 de diciembre de 1842. La segunda es la expuesta por el recordado periodista Juan Bautista Caballero en su libro Monografía histórica de Villavicencio en el que argumenta que fue fundada el 6 de abril de 1840 (esta es la fecha oficial acogida por las administraciones municipal y departamental y la reconocida entre los ciudadanos). La tercera hipótesis es la que señala que el municipio se creó tras un proceso de colonización espontáneo debido al descanso que tomaban en estas tierras los comerciantes y ganaderos que transitaban entre Bogotá y los llanos de San Martín.
No obstante, ninguna de estas hipótesis puede ser comprobada, pues todas carecen de sustento argumental y documental, debido a que en 1890, un voraz incendio arrasó con la población y las 200 casas de palma y bijao junto a la catedral. En esa calamidad, se perdió todo registro existente sobre la fundación de Villavicencio.
Aun así, hoy la capital llanera celebra y se sumerge en la nostalgia, se vislumbra como “un pueblo grande” en los recuerdos de los mayores, que en su juventud rememoran el ya inexistente y simbólico teatro Cóndor, frente al que era conocido como el Parque Santander, escenario de los más importantes actos culturales y construido con una arquitectura moderna para esa época.
Con sus altibajos, con sus confusiones, con las problemáticas propias de un país inequitativo, Villavicencio emerge como la ciudad más importante de los llanos orientales, es la puerta a las planicies verdosas, a los atardeceres rojizos que hipnotizan, al cantar de las aves, al vistoso color de las corocoras. La ciudad es y seguirá siendo un hogar incomparable para sus habitantes.