El 19 de abril del año 2005, 12 madres perdieron a sus hijos. Rubén Darío Valencia Aramburo, Pedro Luis Aramburo Cangá, Pedro Paulo Valencia Aramburo, Alberto Valencia, Manuel Concepción Rentería Valencia, Mario Valencia, Iver Valencia, Carlos Arbey Valencia, Víctor Alfonso Angulo, Carlos Javier Segura, Leonardo Salcedo García y Jhon Jairo Rodallegas, fueron masacrados.
Un mes antes de esta masacre, los 12 muchachos habían participado de manera protagónica en la fiesta de los Matachines, una celebración de origen religioso, que se vivía durante los días jueves y viernes santos. Por este motivo, el festejo fue transformado, ya que los familiares de los jóvenes junto con la comunidad descubrieron el potencial sanador de la danza ancestral de los Matachines y en medio del velorio sacaron sus máscaras y empezaron a danzar, acto que se replicaría cada 19 de abril.
Para Melva Cangá Valencia, madre de Pedro Luis Aramburo Cangá, una de las víctimas, esta celebración es importante para que lo sucedido no pase al olvido, ya que para ella la recordación, permite la no repetición. Además, contó que este año fue distinta la conmemoración, ya que, se realizaron nuevas actividades y además se hizo un mural, lo cual para ella representa «más ánimo y más vida», a pesar de todo el contexto e historia que carga a sus espaldas Punta de Este.
Bolivia Aramburo, otras de las madres, recalca que conmemorar esta fecha es de mucha importancia, para ella es prohibido olvidar, «cada año, allí estamos, cada dos meses allí estamos, que tal olvidarnos, para mi es de mucha importancia decirle al país que no queremos más violencia». Además, hizo un llamado a las organizaciones e instituciones, las cuales llegan cada año a la jornada y luego brillan por su ausencia, pues consideran que el territorio requiere muchos espacios de prevención y acompañamiento permanente.
Hoy Punta del Este sigue recordando que, el accionar de estructuras paramilitares en Buenaventura terminó con la vida de 12 jóvenes, de entre los 15 y 22 años. Ellos fueron engañados con la promesa de jugar un partido de fútbol en donde ganarían 200 mil pesos si quedaban campeones, y por ello partieron hacia la localidad de Dagua, Valle del Cauca.
La reconstrucción de los hechos ha permitido saber que, los jóvenes fueron sacados uno a uno del barrio Punta del Este en una motocicleta y reunidos frente a una casa ubicada en el barrio Santa Cruz, de Buenaventura. Allí los esperaban varios hombres, quienes los invitaron a abordar un bus que los llevaría al sitio donde supuestamente se realizaría el partido de fútbol. Pero minutos más tarde, el vehículo fue desviado de su ruta y abordado por otros cuatro hombres, quienes los dirigieron al estero de San Antonio – Bodegas de Cilano, sitio conocido en Buenaventura como cementerio clandestino, creado por las estructuras criminales.
Al llegar al lugar, fueron obligados a bajar del vehículo y asesinados a sangre fría, sus cuerpos fueron arrojados al mar. Días más tarde, un pescador alertó a la policía, la cual venía buscando a los jóvenes, pues los familiares habían denunciado las desapariciones. La forma de vivir cambió.
Después de ese 19 de abril, la vida de 12 madres no volvió a ser la misma, el absurdo conflicto armado les quitó lo más preciado que tenían. Por eso en Punta del Este hasta cambiaron la forma de celebrar y lo que era una fiesta tradicional conocida como Los Matachines, se convirtió en un evento de homenaje, resistencia y memoria.
Según explica el académico, Jorge Andrés Bautista, “la dramática violencia vivida en el país también ha sido la semilla de manifestaciones increíbles de resistencia en las que, de forma personal y/o colectiva, se ha avanzado en la construcción de memoria histórica y procesos de paz en medio de la guerra. Explorar los profundos daños culturales que ha propiciado la guerra en un caso como el de la masacre de los doce de Punta del Este requiere, también, adentrarse en las formas como las comunidades se valen de las prácticas culturales que sirvieron de extensión de la violencia para anteponerse a dichos daños en medio de una espera agónica de verdad, justicia y reparación”.
Es por esto que hoy, 18 años después, la comunidad de Punta del Este hace un homenaje a la vida, a través de la construcción de la memoria colectiva para que los 12 jóvenes sean recordados con amor, alegría, pero sobre todo teniendo consciencia que las consecuencias de la ausencia del Estado derivan en desolación, por eso su apuesta por garantizar la no repetición.