Un golpe suave para volver al modelo feudal

Venezuela y Colombia viven procesos de “golpe suave” que pasan por el falseamiento y manipulación de la realidad y de la historia. Cada país, sumergido en una lucha nacional que busca la defensa de intereses diferentes y que se encuentran al servicio de diferentes destinatarios.

A partir de la llegada de Hugo Chávez y del proyecto bolivariano al poder en Venezuela, se desató casi de inmediato una andanada mediática desde los medios de comunicación de ese país –de propiedad de los grupos económicos  adscritos a los partidos políticos tradicionales del Copei y de la AD-  con el fin de iniciar una etapa de inserción de matrices ideológicas y comunicativas para generar confusión y miedo frente a las supuestas carencias y conflictos que generaba la búsqueda de un nuevo modelo económico, político y social, el cual ya no era de dominio de las élites locales.

La ayuda inmediata a la guerra de cuarta generación (guerra mediática) llegó desde los medios de Colombia y Estados Unidos, de propiedad de las élites económicas y políticas aliadas de vieja data de aquellas venezolanas.  En paralelo, los ricos venezolanos iniciaban un proceso de desabastecimiento de productos de primera necesidad, el boicot a la industria petrolera (en asocio con sus pares de las transnacionales del crudo) y la manipulación de la historia que escondía que los problemas de la industria y del campo venezolanos son el resultado de las decisiones políticas de las élites a partir de la década de los años setenta del siglo veinte, cuando ante el auge petrolero, tanto los gobiernos adecos y copeyanos decidieron “suplir” las necesidades de consumo de la nación a través de la importación de bienes y servicios que se pagaban con petrodólares y empujaron una hiperinflación galopante que llegó a ser una de las más escandalosas del mundo.

Los prejuicios y señalamientos que se le hacen a la revolución bolivariana son en realidad patrimonio de las propuestas y hechos políticos de quienes hoy apuntan el dedo.

Rápidamente en Colombia, se impulsó la llegada al poder de Álvaro Uribe Vélez y su política de la seguridad nacional (en consonancia con la política gringa y que se enfocaban muy bien en atacar los cambios progresistas tanto de Venezuela como de los países que luego fundaron el ALBA y la UNASUR).

Uribe, quien antes de las elecciones presidenciales de 2002 sólo marcaba un 2% de intención de voto, rápidamente fue apoyado por los sectores políticos del círculo de César Gaviria Trujillo –expresidente y para el momento Secretario general de la OEA, que implantó el neoliberalismo planeado desde los círculos económicos, políticos y académicos de Estados Unidos desde la década de los años sesenta).

Ese apoyo con énfasis regional y la recomposición política nacional generada por la violencia paramilitar, apoyaron el proyecto de ultraderecha de Uribe y sus amigos para contraponerlo en el ámbito externo a la amenaza a los negocios que representaba la revolución de izquierda en el continente; y en el ámbito interno a la posibilidad de cambios en las estructuras sobre todo de distribución de la tierra. Ya los conservadores, de antaño “comulgaban” con la defensa del latifundio y de su fortalecimiento sin importar el método o el procedimiento.

Para Venezuela, el proceso de golpe suave ha tenido las etapas de implantación o resurgimiento de los prejuicios anticomunistas, de la vulgaridad de sus presidentes Chávez y Maduro (a diferencia del hálito de respetabilidad de clase y corbata de adecos y copeyanos), de señalamientos de totalitarismo y atentados contra la democracia y los derechos humanos. De esta forma las élites propias y foráneas buscan deslegitimar el gobierno que salió del pueblo y que dejó de favorecerlos.

En Colombia, luego del fracaso de Uribe por perpetuarse en el poder (algo de lo que acusa a Venezuela) y del endoso (que no funcionó como esperaban) de su proyecto a Juan Manuel Santos, la ultraderecha colombiana enfocó sus esfuerzos en desprestigiar la política de paz del gobierno que ahora no estaba en sus manos. Para ello, se prestaron de forma evidente y servil los medios masivos más alineados a esta causa.

  Es así como se han implantado con éxito relativo matrices ideológicas tan absurdas como que Santos es comunista, que favorece la entrega del país a la política de homosexuales, que busca implantar los modelos cubano y venezolano, que entrega la dignidad de las fuerzas militares y de policía al terrorismo.

En Venezuela el capítulo más reciente son las marchas sistemáticas y continuas acompañadas del saqueo y la violencia, las cuales han sido convocadas por la oposición al modelo actual.

En Colombia, ese capítulo reciente se da por la visita de dos representantes natos de la ultraderecha al nuevo presidente de Estados Unidos y el persistente ataque a los acuerdos de paz; y de la aparición del video de un confeso ex – policía colombiano, militante del partido político de Uribe, personaje que en dicho video justificado en su rechazo al modelo de paz actual, exhorta a asesinar al presidente Santos, a plantar francotiradores en las ciudades para que asesinen líderes sociales y políticos que trabajan en la búsqueda de la paz y a realizar atentados terroristas en aviones que transporten a dichos líderes.

Venezuela y Colombia, cada uno con intereses políticos contrarios (sólo coinciden en paz), están liséos para la arremetida contra las posibilidades democráticas propias y para la intervención del imperio. En un país la intervención militar y en el otro, la intervención política.

Así se da un golpe suave.

*Opinión y responsabilidad del autor de la columna, más no de El Cuarto Mosquetero, medio de comunicación alternativo y popular que se propone servir a las comunidades y movimientos sociales en el Meta y Colombia.

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