Aún es latente el temor que se experimenta al querer escribir sobre el uribismo o la izquierda. La gente aprieta los labios y levanta los hombros en un gesto que construye un muro infranqueable en el que es imposible dialogar. Las razones son muchas, pero la principal es que aquellos que no creen en lo que los demás sí, siempre buscan atacar a la persona más que rebatir sus ideas y creencias, y aquella desacreditación se ve como un ataque personal en el que el sujeto que recibe la afrenta decide aferrarse más a ellas y encontrar diferentes motivos.
Lo he visto en los últimos años en Colombia en distintos sectores. Acusan de violentos a los uribistas, pero no se guardan un solo adjetivo cuando de tratar a Uribe de paramilitar hijueputa se trata. Hablan de estar a favor de la paz, pero en un comentario parecen más soeces que los fervientes acusadores de Santrich como el mayor problema del siglo en Colombia. Guerrillero hijueputa, paramilitar bruto y así, en un continuo ir y venir de insultos, en el que el uribista se afianza su poncho al cuello y el petrista se agarra los pelos de la barba, con el insulto a cuestas y con un odio que poco a poco va convirtiendo en pasión más que en razón su concepto sobre las ideas políticas del país.
No es lo mismo ofrecer un helado al niño que no quiere comerse las lentejas, que decirle lo flaco que está. ¿Le importa al niño sentirse flaco? ¿Aquel ataque hace que abra la boca y reciba el avioncito? No, al menos no en los niños que yo conozco y que no se comen una sola cucharada. Por el contrario, cierran la boca y aprietan los dientes con tal autoridad que preferirían recibir un correazo antes de comer. Lo mismo sucede con nosotros. Nos gusta debatir las cosas, pero no nos gusta que se nos juzgue por lo que creemos o por lo que somos.
Tengo la certeza de que muchas personas que se han aferrado a sus orientaciones políticas por los argumentos expuestos con anterioridad, podrían reconocer que tanto la izquierda como la derecha la caga. Muchos renegarían de nuestro Ministro de Defensa a pesar de haber votado por Duque, y otros nos tragaríamos con amargura los trinos de un Petro que resultó ser aquel amigo del barrio que cuando no ganaba cogía el balón y se encerraba en casa, dejándonos a nosotros, sus votantes, jadeantes en medio de la cancha.
Creo, sin lugar a dudas, que el mayor motivo por el que hoy el Centro Democrático está en el poder no es por el talento de sus dirigentes, sino por culpa de la gente que hace oposición. Aquella que cree que solo los de izquierda estudiaron en una Universidad, o aquellos que tachan a los ganaderos como gente paramilitar. He visto en diferentes ciudades como nos señalan con el dedo: ustedes, los de sombrero ajustado y potro bajo sus piernas, son los que pusieron a Uribe en el poder. Olvidan ellos que también en nuestro territorio se dieron las primeras guerrillas liberales del país. Olvidan también que aún con estudios y conocimientos históricos del país se puede elegir un bando político conservador. Porque en una decisión e inclinación política no solo juega la inteligencia, sino también el recuerdo, el dolor, la religión y la cultura.
No culparía al tío, padre, amigo que le temiera a Gustavo Petro y votara por Duque. No los culparía porque, aunque son de aquellos que convirtieron su política más en una pasión que en algo racional (por lo ya dicho), tienen motivos suficientes para odiar a un grupo que durante años los extorsionó y causó dolor. Nadie está obligado a perdonar, y nadie está obligado a hacer perdonar a alguien más. Voté por Gustavo Petro, y aunque nunca se puede hablar del futuro con certeza, creo que hoy podría estar arrepentido. Como dice una frase ya reconocida por aquí: la única diferencia de los que votaron por Duque o Gustavo es que unos dicen Uribe Paramilitar a las ocho de la noche y los otros dicen Petro guerrillero a las nueve.