
Ser payasa en Villavicencio, entre el acoso callejero y el amor por el arte
“Mi arte lo conocí gracias a mi esposo y con él voy para ocho años de vivir juntos” explica Ángela, una payasa que trabaja en los semáforos de Villavicencio, pero que en este momento se ubica en el Recreo desde hace 5 meses y la considera su “oficina principal”.
Esta es la historia de una mujer adulta, carismática y madre de familia, que ha hecho del arte urbano, del show circense, su proyecto de vida y quien debe enfrentarse en las calles con personas que aprovechan su condición de mujer y de payasa, para acosarla e insultarla.
“Pues yo bailo con un muñeco, hago un truco con el agua de la olleta en los semáforos; pero, también a veces me contratan. De vez en cuando sale eventico, animo fiestas, mi arte es payasa, así que desde hace cinco años hago recreación… mi esposo me enseñó todo, nosotros trabajamos eso y lo manejamos desde acá de la casa. Estamos montando empresa que se llama ‘Josefito Recreación» Nos explica a El Cuarto Mosquetero, Ángela, quien a pesar de lo complicado que es trabajar en los semáforos o esperar los contratos esporádicos, considera que en la vida una debe trabajar en lo que la haga feliz, pero toca “rebuscársela” ya que no hay muchas oportunidades de empleo, ni apoyo a los artistas a nivel municipal.

Ángela considera que la ciudadanía cada vez apoya más las iniciativas culturales, a diferencia del gobierno y la institucionalidad; por eso muchos artistas circenses cada cierto tiempo, se reúnen y hacen un show juntos “Aquí la comunidad de artistas no tienen buen apoyo, nos apoyamos nosotros mismos. Aveces hacemos show circense en los barrios, cerramos los polideportivos y hacemos show de circo, con pelados chéveres, bacanos que tienen un show muy bonito” enfatiza.
Ella se enamoró de él con el tiempo, él hace shows de malabares en sancos “Pues el proceso fue raro, porque cuando yo llegué a vivir acá en esta ciudad en el año 2007, empecé a trabajar como empleada doméstica, haciendo aseo por días. Tenía todos los días una casa de lunes a sábado y me conocí con él, era un chico simpático, porque es mucho más joven que yo, pero lejos imaginas que fuera a haber una relación, y un día en el barrio a dos casas de donde yo vivía, había una bicicletería y él llegó ahí a arreglar su triciclo” Cuenta Ángela, quien explica que luego nació el sentimiento, y ya llevan siete años fortaleciendo su arte y su amor.
Sin embargo, su trabajo no siempre es color de rosa, ya que aunque para ella el show del agua o el baile con el muñeco “Es algo muy hermoso” los hombres lo toman con morbo “Y a una por decencia le toca sonreír, por no tener que vulgarmente echarles el madrazo, entonces una les sonríe, -Dios los bendiga- y ya y me retiro, pero en muchas ocasiones empiezan a decirme obscenidades”.



