Ocho días de cacerolazos, sonidos de inconformismo

Después de ocho días de movilizaciones, en cabeza de estudiantes, organizaciones sindicales, indígenas, partidos de oposición, colectivos feministas, afrodescendientes, y ciudadanos del común, el Paro Nacional se mantiene de manera indefinida.

A pesar del miedo, las divisiones políticas y la estigmatización por parte del gobierno nacional; las acciones colectivas ciudadanas se tomaron como nunca las calles de Colombia para hacer historia y alzar su voz de rechazo a las políticas económicas, sociales del gobierno de Duque.

La protesta inició el pasado 21 de noviembre, con una gran marcha para manifestar al Gobierno el rechazo por los asesinatos a líderes sociales, por los niños bombardeados, por el incumplimiento del Acuerdo de paz, además del inconformismo en la reforma laboral y el sistema de pensiones; desde ese día en particular Colombia parece otra, una que está dando clases magistrales de dignidad.

Las cacerolas, ni las arengas han dejado de sonar un solo momento, en el parque, en la tienda, en los buses, en el trabajo, en las redes sociales, suenan de barrio en barrio, de localidad en localidad y de ciudad en ciudad. Parece imparable esa ola de inconformismo ciudadano, que busca promover el debate público de país.

Empezó siendo el sonido de una cuchara golpeando una olla, así todas las noches, después llegaron los tambores, las bocinas y las batucadas para juntarse con las cacerolas.

Durante más de 50 años de conflicto, en el país solo se hablaba de violencia, ahora nos encontramos con una Colombia que marcha tranquila, pacíficamente, una donde hay velatones, bailatones, sancochos comunitarios, y hasta un concierto sinfónico, una Colombia que está abierta a dar una discusión política, y esto solo es el resultado de un país que rechaza la violencia y los actos vandálicos, una ciudadanía que no permitió opacar sus movilizaciones, y se enardeció cada día siguiente, cada día de manera más espontanea, y con gestión de convocatoria admirable, cada manifestación más propia, mas local, mas organizada y más alegre.

Movilizaciones que se convirtieron en fiestas ciudadanas recuperando el tejido social. Sin duda, esta es una nueva cara de Colombia, un rostro agotado, pero que pide cambios a gritos, un país que está dejando a un lado la apatía, y el mismo al que le llegó un relevo generacional, y se permite ser una sociedad en transición.

Esa es la esperanza hoy de Colombia, unos ciudadanos interesados en marcar una agenda nacional para abrir un dialogo nacional, un país que está resignificando conceptos e imaginarios, uno que ya no tiene miedo de marchar, que se siente en libertad de expresas sus posturas públicamente, por ese camino una garantía de derecho.

Mientras tanto, que las cacerolas dejen der retumbar cuando haya soluciones reales, y no promesas.

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