Ángela Beltrán es una joven delgada, de tez pálida y cabello oscuro. Se levanta todos los días a las 6:00 a.m. y se dirige a casa de su madre, con quien trabaja vendiendo almuerzos, para ayudarle preparando jugo, arreglar las papas, picar cebolla u otros alimentos necesarios para las ventas del día.
Poco antes del mediodía, Ángela y su mamá se ubican en el parque Los Libertadores, llevan consigo un carrito que cargan con grandes ollas, cada una con alimento diferente, el jugo (el cual sirven en bolsas de plástico transparentes), platos de icopor y cubiertos desechables para servir los almuerzos que venden a $3.500 durante el día.
Permanecen en el parque hasta las 2:00 p.m., durante ese tiempo reciben aproximadamente 80 personas, recogen el dinero suficiente para cubrir los gastos diarios y la rutina se repite, no tienen otra opción, un día de descanso es un día sin dinero y tanto las deudas como la comida no dan espera, sobretodo para la pequeña hija de Ángela, tiene tres años de edad y la acompaña todos los días a trabajar, pues siendo madre soltera, ha tenido que afrontar sola la crianza de la niña.
Esta situación deja a Ángela entre la espada y la pared, pues con la medida de cuarentena, le preocupa no poder salir a trabajar, porque no tiene dinero para quedarse confinada en la casa ya que no tendría cómo darle de comer a su hija.
“Los que trabajamos diario, diario comemos”, asegura la joven mientras aprieta el botón de un termo que deja caer preparada de panela al interior de una bolsa de plástico, posteriormente le hace un nudo y las acomoda una sobre otra, en la parte inferior del carrito.