Lideres sociales exiliados en el extranjero por la violencia política en Colombia

Relato de una entrevista a Laura* y Camilo*, esposos, lideres sociales y exiliados en el extranjero a causa de la violencia política en Colombia.

Acordamos hablar por teléfono en la tarde del jueves 10 de marzo de 2021. Recibo la llamada a la hora exacta de acuerdo a lo planeado, timbra un par de veces, contestó y al otro lado de la línea, a miles de kilómetros de distancia, escuchó una voz serena, pausada, algo tímida, mejor dicho, con la desconfianza propia del exiliado. “¿Alo, José?” y yo respondo al unísono, ¡Sí, alo!

Con total desconfianza la pareja de esposos me empieza a contar la historia de sus últimos meses. Primero lo hace Camilo, quizás por los nervios atropella las palabras, revuelve los detalles, me confunde, pasa de un momento al otro sin marcarme un punto seguido. Entonces, entiendo que debo darles más confianza y marcarles los tiempos. Al cabo de algunos minutos la conversación toma mejor forma y la historia empieza, lo hacen relatando una manifestación pacífica y de carácter ambiental.

Amanece en la sabana de Bogotá. El frío calaba los huesos de los hombres y mujeres que acampaban en el humedal Juan Amarillo o Tibabuyes. Una reserva urbana de más de 2 kilómetros cuadrados, rica en flora y fauna y amenazado por la contaminación y por la presión que ejerce la ciudad sobre él. Además, el distrito, en cabeza de Enrique Peñalosa, pretendía construir una avenida sobre el humedal y las constructoras Amarilo y Bolívar, tenían intenciones de construir unidades habitacionales.

El campamento hacía parte de un plantón pacífico en el que participaron varias organizaciones sociales, ambientales e indígenas, así como líderes y lideresas que defendieron el lugar durante varios meses. En parte la presión funcionó, poco a poco se fue debilitando la idea de las construcciones y el plantón llegó a su fin debido a panfletos amenazantes de las Águilas Negras (grupo paramilitar). Entre los ambientalistas estaban Laura*, Camilo* y el activista Jaime*; ellos conformaban la fundación Somos Bogotá, una organización sin ánimo de lucro que trabaja con personas de escasos recursos en varios barrios de la ciudad. Corría el año 2018 y los activistas estaban lejos de imaginarse la suerte que estaban por correr.

La primera consecuencia la recibió Jaime, para los días del plantón en el humedal fue atacado por desconocidos y en hechos nunca esclarecidos por las autoridades, le propinaron más de 20 machetazos en su pierna derecha. Por la sevicia del ataque, es claro que no fue un intento de robo, los atacantes estaban decididos a lesionarlo gravemente, marcando un precedente para los demás activistas.

La amenaza recibida por parte del grupo armado ilegal se fue olvidando con el tiempo, de los plantones en el humedal pasaron a las actividades sociales con niños, niñas, jóvenes y adultos mayores en el barrio El Tejar de Bogotá. Retornaron a sus trabajos, a su vida cotidiana y Laura y Camilo, esposos desde hace 5 años, siguieron organizando actividades comunitarias con la fundación Somos Bogotá.

La tensión inicial de la conversación se había roto, hablábamos con más naturalidad. Empezó a aparecer la voz de Laura, ella tiene un tono dulce, marca poco los acentos y es quien mejor recuerda los acontecimientos.

Regreso a las preguntas, les hablo acerca de las movilizaciones sociales de los meses y años siguientes, ellos hacen una pausa y Camilo toma la delantera nuevamente. Retrata con detalle las calles llenas de recicladores y de lideres ambientales que protestaban en Bogotá contra medidas tomadas desde el distrito. Era el 24 de febrero de 2021 y la movilización que se había desarrollado de manera pacífica terminó en fuertes disturbios cuando el Esmad arremetió en la plaza de Bolívar contra el grupo de manifestantes.

La primera amenaza apareció bajo la puerta de su casa, el 6 de marzo de 2021 un panfleto de las Águilas Negras los señalaba de ser colaboradores de la guerrilla, algo que la pareja niega rotundamente, siempre se sostienen que su trabajo era comunitario y sí, participaron en las movilizaciones sociales, pero nunca fueron requeridos por las autoridades por haber cometido falta o delito alguno. La respuesta del cuadrante de la Policía fue que ese papel era seguramente una broma de un vecino, nada serio y que ellos no podían recibir denuncias, debían ir directamente a una estación de Policía para hacerlo.

Las marchas convocadas por el Comité del Paro Nacional que rechazaban la reforma tributaria y exigía fuertes cambios en la política social de Iván Duque tuvieron lugar en casi todas las ciudades del país, especialmente en Bogotá. Nuevamente, Laura y Camilo estuvieron presentes, esta vez lo hicieron de manera más reservada, como asistentes de las marchas, sin tener un mayor protagonismo. A pesar de su comportamiento menos activo, las cosas se empezaron a poner más complicadas, llegó una nueva amenaza y por producto de los nervios o de los hechos mismos, empezaron a notar que los vigilaban de cerca.

Durante algunos días estuvieron en la casa de su amigo Jaime, bastante lejos de su casa, pero aquel refugio solo funcionó por algunos días, la pareja de esposos se sentía incomoda ya que el lugar era muy pequeño y muchas personas habitaban la residencia. Decidieron regresar a su casa, sintieron una sensación extraña que los hizo sentir igual de fuertes que antes, habían decidido no dejarse intimidar y seguir con sus vidas de manera normal.

Siguieron participando de las movilizaciones, lo hacían desde lo lejos, haciendo parte del grupo de las protestas, pero muy alejados de los lugares que atraían mayor atención. Al cabo de algunos días, al teléfono fijo, número casi desconocido hasta por sus familiares, recibieron una llamada; Laura contesta, su interlocutor le da detalles de su vida, incluso intimidades. Los amenazan, usan palabras fuertes, relacionadas con tortura, desmembrar sus cuerpos y violarla a ella.

Ante las circunstancias intentan poner una denuncia, pero un abogado familiar les indica que eso es perdido, les dice que “las Águilas Negras están conformadas incluso por militares y policías”, la pareja se refugia en sus miedos, en la desesperanza y se sostienen con fuerza en su amor. El frío de Bogotá que por aquellos días estuvo más intenso que de costumbre, hizo una especie de compas con la tristeza de la pareja, las noches se iban lentas y los días pasaban con rapidez.

Hay una pausa en la comunicación, se escuchan sollozos, hay lágrimas, yo también hago silencio, les doy un tiempo.

Sus salidas a la calle se restringieron, incluso las salidas a la tienda del barrio a comprar unos huevos o una bolsa de leche hacia que Laura y Camila planificaran cada detalle, por dónde iban a caminar, no se detenían a hablar con nadie, compraban rápido y al regresar a casa cerraban puertas y ventanas. Empezaron a ver vehículos tipo camioneta estacionados afuera de su casa, con vidrios polarizados y placas invisibles.

Las llamadas se fueron incrementando, salían poco de su casa e ir al trabajo era una prueba de fe diaria. Salían de la residencia a horas distintas, tomaban caminos separados, el transporte lo empezaron a tomar en lugares diferentes cada día y a la hora de regresar, se quedaban por varias horas en la oficina, quemando tiempo y en el camino siempre usaban rutas alternas. La pareja entró en un estado de desesperación que rayaba con la paranoia.

Los miedos se hicieron realidad en la noche del 27 de julio, para aquellos días habían recibido una nueva amenaza (panfleto) y les había dejado una corona mortuoria en la puerta de su casa. Ante los acontecimientos empezaron a empacar maletas, hicieron como pudieron dos maletines de espalda con las cosas básicas. En ese momento se escucharon en la calle varias motos y empezaron los disparos, fueron varios que impactaron en la fachada y reventaron ventanas. Se metieron en el baño agazapados, se abrazaron y el miedo los devoró sin piedad. Pasaron varias horas antes de tomar valor y decidirse salir.

Salieron en su moto, con las maletas a cuestas y refugiados en las sombras y bajo la neblina de la sabana de Bogotá tomaron rumbo a un municipio del Tolima. Allí pasaron pocos días, hablaron con la familia, reunieron dinero y compraron tiquetes aéreos para salir del país. No pudieron hacer denuncias, por la premura de los acontecimientos y por la certeza que eso los iba a poner en mayor riesgo. Laura y Camilo salieron de Colombia el 3 de agosto, con la incertidumbre del exiliado que no sabe cuándo regresará o cuándo volverá a ver a sus familiares.

En aquel país empezaron a vivir un verdadero calvario, un idioma distinto, ningún rostro conocido, sin saber a dónde ir y casi sin dinero. El hambre, el frío y la desesperación los embargó por completo, fueron días muy duros en los que la tristeza se cernió sobre ellos hasta volverlos una pareja que caminaba por unas calles desconocidas acongojados y desesperanzados.

Fueron apareciendo personas que les extendieron la mano. Un religioso los acogió y a cambio de trabajo en un modesto hotel de una ciudad muy pequeña, les brindó tres comidas diarias, un techo y un cariño que poco a poco se volvió fraternal. Ellos no tenían permiso de residencia en aquel país, por lo que temían salir a la calle y caer apresados por la Policía y ser deportados de inmediato. “Yo tenía miedo de ser deportada para terminar asesinados en Colombia, me daba mucho miedo lo que me hicieran, terminar violada y empalada”, aseguraba Laura con voz entre cortada y con un llanto casi imperceptible a través del teléfono que unía a los exiliados con el periodista separados por miles de kilómetros.

El abogado del religioso les recomendó pasar la frontera del país vecino, hacerlo a pie y esperar a ser detenidos para explicar a las autoridades de aquella nación que estaban escapando de una muerte segura. Con la certeza de la flexibilidad de las leyes de aquel país y con la ayuda que daban a migrantes y refugiados de muchas partes del mundo, especialmente de quienes huyen de la violencia, cruzaron a pie la frontera. Era la víspera de navidad del año 2021.

Cayeron detenidos a las pocas horas, los interrogaron como a criminales, pero al ir conociendo las declaraciones de la pareja, las autoridades fueron cambiando el tratamiento. Revelaron las pruebas, la odisea que habían tenido que padecer desde hace meses y solicitaron refugio, así fuera temporal. Desde ese momento viven en ese lugar bajo la protección del gobierno, reciben un subsidio mensual con el que viven de manera digna. Reciben atención médica, comen bien, están más tranquilos y han empezado a rehacer sus vidas con la congoja de no saber cuándo se dará el retorno a Colombia.

En la conversación me confiesan que es la llamada más larga que hacen en meses, durante una hora hablamos de todo, hubo lágrimas, la voz se les entrecortó y acordamos cada detalle de esta nota que no es otra cosa que la revelación de las atrocidades que un gobierno y sus aliados pueden hacerle a las personas que piensan diferente.  Cuando la llamada termina, en la pantalla de mi computador aparece una noticia que se ha hecho frecuente, un nuevo líder social asesinado. Quizás y por algún designio extraño de la vida, Laura y Camilo debían sobrevivir, tenían que contar esta historia y vivir con la esperanza de algún día volver a caminar las calles de Bogotá.

Laura, Camilo y Jaime, nombres ficticios, los originales cambiados por razones de seguridad.   

Solo los administradores pueden añadir usuarios.