Por: Mario Alberto Bermúdez

Escribir es un acto desnudo con pretensiones al juicio del lector, es sacar al sol las palabras para que se quemen y vuelen en ultimas por los aires vivos o muertos, sacrifico mi existencia por las limitantes palabras, solo hablo de lo que se ha vivido, mis manifestaciones son internas, son episodios clínicos de una enfermedad que se debe tomar por contagiosa cuando se le requiera, es de un lenguaje que está sujeto a infinitas interpretaciones que se dejan moldear a gusto propio, escribir resulta de leer tu propio mundo, conducirse por sus propias entrañas, por sus propias ensoñaciones, por su propia conciencia, tanto de una fantasiosa farsa a una cachetada de realidad.

Escribir es un placer ceremonial, machacas las palabras y te pones cataplasmas en las heridas que arden y alivian la sed y aun así, no satisface, los rollings lo cantan desde los 60 y realmente nadie complace al gran animal.

Escribir es aclarar caminos que soñamos una o dos veces, es ensuciar la posa con esa hoja que dejaste caer por mero gusto de saber que pasa; escribir oscurece razones habitadas en nuestro interior, nos va carcomiendo como gusano a la guayaba. “Aclarar”, “oscurecer” son solo adjetivos sustanciales, escribir no está sujeto a la verdad, escribir es esa rebelión interna creada a partir de nuestra pasividad, una placidez después.

La palabra tiene tan poco tiempo, no se compara en nada en la “acción”; acción, una palabra que estaba antes de que existiera todo, sin los hechos no hay palabras, escribir resulta de dibujar tu propio capitulo en el escenario, en tu propia obra. No hay mentira, ni verdad, esas son otras palabras que solo se encargan de abrirse paso con señalamientos, a nadie le gusta ser señalado, si eres el personaje en tu obra maestra gánate la confianza de seguir siendo el protagonista.

Escribir no cura el cáncer, no alivia el hambre, escribir no te hará millonario, no te hará grande ni pequeño, escribir es un acto de fe, escribir es una pérdida de tiempo jugosa para con el espíritu quebrado de cualquier creador; escribir es un abismo, un puente; es el sonido del respirador conectado a un moribundo. Escribir es de cualquiera, es de exclusivos, escribir es un auto que va de 1 a 100 kilómetros en una sola acelerada y suelta los frenos frenéticos contra la pared de nuestros propios limitantes; escribir es limitarse, pero que importa!

En el principio hubo las imágenes, el alrededor, la vida misma son millones de fotografías, escribir no estaba en los planes, dibujos en las cavernas daban la impresión de que la vida antes del ahora “prometía”, pero esa es otra palabra que no viene al caso de la existencia de escribir. Escribir es un acto terrorista, escribir es la paz negociada en términos, términos sujetos a la moral pre-escrita, auto infligida hace siglos. Escribir resulta de adentrarse en esas cavernas evolutivas y darles sentido, “sentir”, una palabra en decadencia, “decadencia”, una palabra que es parasito del progreso humano, “progreso”, una palabra sobrevalorada, “valor” una palabra que desafía.

Después de tanto tiempo, de pasar una guerra tras otra, de aguantar el exterminio de miles de especies, de crear una alternativa celestial que sostenga los bolsillos de los pecadores, de estar viviendo los estragos de un pasado sangriento y violento hasta nuestros días , escribir resulta desafiante e idiota pero sin dejar de ser después de todo, una alternativa terapéutica.

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