La naturaleza como eje articulador del ordenamiento territorial

*Por: Edgar Daniel Castro Díaz

Las diferentes actividades que ejecutamos los seres humanos produciendo contaminación, alteran el comportamiento propio de los recursos naturales, cambiando drásticamente el grado de variabilidad de los parámetros determinantes del clima, fenómeno conocido como cambio climático.

El tratamiento dado a la naturaleza como objeto de privatización, ha ocasionado desequilibrio en la sistematicidad de sus recursos, pérdida de sus bienes y alteraciones en sus servicios, afectando profundamente su capacidad de autopoiesis y fuente de vida.

Asegurar la articulación y sistematicidad de los recursos naturales en la funcionalidad eficaz de sus bienes para optimizar la prestación de los servicios, debe ser elemento direccionador prioritario del ordenamiento territorial, para mitigar el impacto negativo de la contaminación en el clima.

La alteración abrupta del clima, es producto de la contaminación generada por las actividades antrópicas sin el debido conocimiento: la industria, minería, uso de combustibles fósiles, la deforestación seguida de monocultivos y ganadería extensiva, el urbanismo caótico, el consumismo, mercantilismo, enriquecimiento ilícito, transporte, turismo, esclavitud, son algunos ejemplos que han alterado la sistematicidad de la naturaleza como generadora de vida para acuñar un falso desarrollo.

La ausencia de conocimiento complejo en las actividades humanas, ha ocasionado graves afectaciones sobre los recursos naturales: degradación, compactación y desecación del suelo; pérdida de bienes (ecosistemas) fundamentales en el ciclo hídrico y alteración de propiedades intrínsecas del agua; alteración en la composición del aire por presencia de gases extraños e incremento de otros; refracción de la radiación solar, produciendo el efecto invernadero y desviación de impacto en superficies fundamentales de procesos naturales; afectación del tiempo de respuesta para la ejecución de los procesos propios de la autopoiesis y la resilencia; son entre muchas tantas, alteraciones que se resaltan.

La destrucción de los bienes naturales para implementar el desarrollo privatizador, sin conocimiento de la compleja realidad del entorno, no sólo cercena la posibilidad de conservación, reconstrucción y recuperación, sino que desaparecen elementos fundamentales para los ciclos biogeoquímicos y más de un eslabón de la cadena alimentaria, deteriorando ostensiblemente la prestación de los servicios que presta cada bien a la función vital de la naturaleza, lo cual contribuye a la generación de nuevos riesgos con impactos catastróficos.

Reconocer que la naturaleza ha utilizado sus recursos equilibrada y sistémicamente para construir  sus bienes en el lugar indicado y capacidad suficiente, como garantía de su sostenibilidad y sustentabilidad, permitiendo prestar los servicios necesarios en el cumplimiento de la función vital, contribuirá eficazmente en el ordenamiento del territorio en función de la naturaleza, prenda de calidad de vida: o dicho de otra manera, el ordenamiento del territorio no debe obedecer a intereses individuales y mezquinos, sino que debe ser pensado desde y para la naturaleza, como garantía del aseguramiento de la calidad de vida.

Desafortunadamente la inmensa mayoría de seres humanos no construimos conocimiento para relacionarnos con el entorno y ejecutar nuestro rol de seres pensantes, integrantes y responsables del equilibrio de la naturaleza, necesario para asegurar su función vital y capacidad de permanencia estable en el tiempo; sino que construimos conocimiento parcializado y lo utilizamos como negocio particular, en el peor de los casos sin prever las consecuencias, resultando verdaderamente catastrófico.

Pese al alcance adquirido en ciencia y tecnología, no se ha logrado avanzar eficazmente en respuestas y soluciones acordes con la complejidad de la realidad, resultando más nocivo el remedio que la enfermedad; un ejemplo muy de la época: se plantea minimizar el riesgo de contagio de COVID 19 con una mascarilla, sin analizar los impactos y riesgos que se generan, para contar al menos con una disposición final adecuada de desechos; se puede entonces decir que después de más de 260 años de aparecer la industria, no se logran prever  las consecuencias nefastas de la contaminación y se tiene como avance significativo considerar las enfermedades como oportunidades de negocio.

La multiplicidad de causas de la transgresión del equilibrio en la articulación y sistematicidad de los recursos de la naturaleza, cada día se evidencian más, por sus consecuencias: improductividad del suelo, alteración de los periodos lluviosos, sequias prolongadas, incendios forestales, tormentas, huracanes, efecto invernadero, desglaciación, desertificación, pérdida de eslabones de la cadena alimentaria, desaparición de ecosistemas, degradación de los servicios ambientales, etc., siendo necesario determinar las causas y sus relaciones, sobre cada una y todas las consecuencias para plasmar soluciones en el ordenamiento territorial.

Como quiera que, es en el territorio donde la naturaleza articula sistémicamente sus recursos en la construcción de los bienes, a través de los cuales presta servicios vitales, es deber como seres pensantes, construir el conocimiento necesario para  comprender la complejidad del entorno para formular y ejecutar un plan de ordenamiento territorial desde y para salvaguardar la naturaleza como único hábitat de la vida, hoy a merced de la peor plaga que ha tenido el planeta tierra: el ser humano con capacidad de construir conocimiento, pero, sin estrenar su cerebro.

Cobra especial importancia en la planeación del territorio, el grado de afectación en los recursos, conocer e inventariar cada uno y todos los bienes que ha construido la naturaleza en el territorio durante muchos años y los servicios que prestan individual y en conjunto y cómo  dicha planeación contribuye al equilibrio sistémico y articulador de los recursos de la naturaleza para su función vital; con el fin de proyectar su protección, conservación y reconstrucción que garanticen la calidad de vida como eje fundamental del desarrollo; gestionar el riesgo de desastres, mal llamados naturales pues son consecuencias de las actividades depredadoras del ser humano y se minimizan los impactos negativos; asegurar la producción y fuentes de trabajo como pilares de la economía y se contribuye en el aseguramiento de la estabilidad social; y muchas otras cosas que en conjunto determinan el bienestar y la vida.

*Por: Edgar Daniel Castro Díaz, ingeniero químico de la Universidad Nacional de Colombia.

*Opinión y responsabilidad del autor de la columna, más no de El Cuarto Mosquetero, medio de comunicación alternativo y popular que se propone servir a las comunidades y movimientos sociales en el Meta y Colombia.

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