Hace unos días vi Historia de un Matrimonio, mejor conocida por su nombre original como Marriage Story. Honestamente, se me hizo lenta, algunas escenas se hacían tediosamente largas sin necesitarlo. Sin embargo, la trama fue lo suficientemente buena como para mantenerme frente a la pantalla hasta el final, de hecho, el filme en sí vale muchísimo la pena.
La película me dejó un nudo de emociones, confusas y pesadas. Empezó suave y nostálgica, pero mientras se desarrollaban los personajes, a su vez, la película destellaba sentires fuertes. En especial, la escena de la discusión entre los protagonistas (Scarlett Johansson y Adam Driver), fue una explosión casi agotadora, ese despilfarro de insultos y deseos de muerte dejó cierta perplejidad en mí, se me hizo increíble como segundos después ambos lloraban y se consolaban por el daño infligido el uno al otro, en un contraste de odio-amor tan realista que por un momento olvidé que lo que se proyectaba en esa pantalla era ficción. Entonces me cuestioné, ¿Tan dañino puede llegar el proceso de un divorcio? Construir una convivencia estable durante diez años resulta difícil, y después de ese tiempo, cualquiera pensaría que ya los obstáculos se han superado, que ya hay entendimiento y comprensión entre ambos y que un matrimonio con tal experiencia no terminaría, pero casos se han conocido de parejas que deciden terminar llevando más de 20 años de casadas.
En este punto analicé algo que he confirmado con amigas y compañeras de trabajo, los matrimonios ya no son duraderos como antes porque las mujeres ya no se someten a los deseos de sus esposos, puede que haya cierto periodo de aguantar e intentar, pero en algún momento, tarde o temprano, la paciencia y la esperanza se agotan. En el caso específico de Marriage Story, Nicole es quien decide divorciarse de Charlie porque quiere tomar otros rumbos en su carrera como actriz, y cuando se le presenta una oportunidad en Los Ángeles para protagonizar una serie, su esposo, un aclamado director de teatro, al principio se muestra reacio a que se vaya de New York (lugar donde vive la pareja), pero luego, al ver cuánto ganaría con ese trabajo, le dice a cónyuge que acepte y que sus ganancias las invierta en la compañía de teatro que él fundó. Ahí es donde Nicole comprende que dejó de hacer muchas de las cosas que quiso, por perseguir el sueño de Charlie, estaba cimentando metas que no le pertenecían, ella quería empezar a trazar y alcanzar sus propios objetivos.
Aunque al principio del filme se muestre lo positivo que ve el uno en el otro y que hay un común acuerdo en el divorcio, el proceso que éste conlleva, con un hijo de por medio, complica el intento de ambos por llevar las cosas en paz. De hecho, en este proceso se origina el discurso que más me impactó en toda la película, es donde aparece en escena Laura Dern, la actriz que le da vida al papel de Norah, una sagaz legista que defiende los intereses de Nicole; en su monólogo esclarece el rol de la mujer como madre teniendo que demostrar que tiene y debe ser multifacética: mamá, hija, esposa, ama de casa, compañera sexual, y que puede cumplir esos papeles perfectamente, mientras que con los hombres no se tiene tantas expectativas cuando de paternidad se trata, pues a pesar de los logros de la lucha feminista, aún existen roles sociales con las que las mamás tienen que lidiar.
“No cae bien que una madre beba mucho vino y le llame ‘sorete’ a su hijo. Te entiendo, yo también lo hago. Aceptamos a un padre imperfecto. Admitámoslo, el concepto de buen padre solo se inventó hace unos 30 años. Antes de eso se esperaba que el padre fuera silencioso, ausente, poco confiable y egoísta y todos decimos que queremos que eso cambie, pero básicamente lo aceptamos. Los amamos por sus falibilidades, pero la gente no tolera eso mismo en las madres. No lo aceptamos estructural ni espiritualmente, porque la base de nuestra patraña judeocristiana es María, la madre de Jesús, que es perfecta. Es una virgen que da a luz, apoya incondicionalmente a su hijo y sostiene su cadáver al morir. El padre no aparece ni para echar un polvo. Dios está en el cielo. Dios es el padre y Dios no apareció. Así que tú tienes que ser perfecta, pero Charlie puede ser una mierda. A la mujer siempre le ponen la vara más alta. Es una mierda, pero es lo que hay”, señala Norah mientras evalúa el discurso que su defendida le dará a la trabajadora social que la visitará para decidir sobre la potestad de Henry, su hijo.
No obstante, no estoy poniendo a Charlie como el malo, es complicado definir al malo y el bueno en este filme, pues este muestra una historia de amor real que fracasó pero que aún después de la separación, el amor sigue vivo y se demuestra desde pequeños gestos, como en el final, cuando Nicole ata el cordón de los zapatos de Charlie antes de irse con Henry, para ese momento ya no existen disputas legales por la tenencia del menor, ni rencores guardados entre los ex esposos.
La película da pie a muchos debates, los roles de género en el matrimonio, la posición de los hijos en un divorcio, el papel de los abogados en este arduo proceso, el sufrimiento y humillación de un padre durante la separación, el empoderamiento femenino… Sin embargo, mi foco se quedó en el discurso de Norah y lo verídico en cada una de sus palabras, pues aunque lo que hizo Nicole se tome como egoísmo, también hay que verlo con una perspectiva de amor propio, de finalmente saber lo que se quiere e ir tras ello, dejar de pensar en la felicidad de quienes se ama, para buscar la propia.
*Opinión y responsabilidad del autor de la columna, más no de El Cuarto Mosquetero, medio de comunicación alternativo y popular que se propone servir a las comunidades y movimientos sociales en el Meta y Colombia.