La guerra no acaba con la verdad: radiografía a un país roto

Mi Colombia, como muchos dirían, es ese país nacido entre el conflicto. Carente de una identidad firme, también de costumbres sociales reconocidas y un orgullo sin fundamentos basado en bosques infravalorados, riquezas naturales explotadas por extranjeros y gobiernos tan ineptos como cómicos que, cuando han visto la oportunidad de un cambio para el bien del desarrollo social del país, un mejor horizonte, la han desperdiciado.

Forjándose como nación independiente tras «dar fin» a un conflicto contra los usurpadores de riquezas y tierras que provenían del otro lado del charco, y que sembraron en los habitantes de esta Nación un odio tan profundo que, incluso hoy escuchamos cosas como «yo no apoyo a la Selección Española porque son la selección de los ladrones de nuestros ancestros» para justo después escuchar un muy sincero y efusivo «¡Hala Madrid!» o un «Aupa Atleti».

Sin embargo creo que más de uno puede ver que el conflicto no ha terminado, porque ahora es el mismo colombiano el que está en un conflicto constante con el Estado, con las fuerzas armadas, con las guerrillas y demás, sin dar algún aporte a la calma, la paz o decidirse a buscar soluciones sensatas.

Todos estos conflictos se vinieron alimentando más y más hasta que llegamos a la época de una política basada en corrientes ideológicas fuertemente establecidas. Conservadores y liberales. A partir de esta época se empezó a librar la batalla más grande de este país. La batalla por una libertad de opinión; de pensar. Matanzas, secuestros, extorsiones y atentados injustificados. Censura al pensamiento individual y al colectivo, viéndose esto representado en el cierre de periódicos y medios de comunicación que intentaban tomar partido para dar una explicación razonable a lo que sucedía con el país y siempre, siempre les silenciaban.

Luego pasamos por Gaitán y el 9 de Abril que marcó lo que hasta hoy es una de las catástrofes más grandes en la historia del país. El asesinato del caudillo más prometedor que ha conocido la historia de este pueblo. Jorge Eliécer Gaitán Ayala. Tras esto llegaron los carteles, el narcotráfico, la extrema violencia y las redes tejidas en base a la droga producida en Colombia a lo largo y ancho del planeta, que ha sido algo tan difícil de erradicar y ahora, tan representativo que hasta a nuestros deportistas los dibujan como adictos a la cocaína y así los retratan los cómicos europeos y americanos en su prensa irreverente.

Luis Carlos Galán, Pablo Escobar Gaviria, el asesinato al director de El Espectador, los Rodríguez Orejuela, el M-19, la toma al Palacio de Justicia y muchas más cosas. Toda una pequeña parte de nuestra historia que, tristemente, nadie ha podido olvidar. Y no, no es porque sea imposible, Alemania e Italia salieron adelante superando los eventos más importantes de la historia de los que fueron protagonistas; La Segunda Guerra Mundial.

Problemáticas tan escondidas como públicas así como la Brigada 20, en cabeza de su comandante, el Coronel Álvaro Hernán Velandia Hurtado y todas las denuncias hechas por las atrocidades cometidas por esta. Casos de secuestro, tortura y asesinatos planificados por esta, además de diversas denuncias internacionales obligó en el año 1998 al cierre de la Brigada 20. Quedando muchos casos de desapariciones forzadas injustificadas sin respuesta.

En 1985 y bajo una oscura sombra de corrupción, bajo un manto de violencia injustificada, el país logra ver una cara diferente de lo que venían siendo los partidos políticos tradicionales, llamando la atención de todos con sus propuestas atrevidas, sus señalamientos mordaces, sus denuncias y su ideología. Este nace bajo una propuesta política ideada por las FARC, el ELN y el Movimiento de Autodefensa Obrera. Poco a poco se fueron alejando de los grupos insurgentes. Sin embargo, más de 5.000 militantes del partido, entre los que se encontraban Jaime Pardo Leal y Bernardo Jaramillo Ossa, fueron asesinados por grupos paramilitares y brigadas especiales del Estado.

Tampoco me cabe en la cabeza que personajes como Alberto Santofimio o Pablo Escobar estuvieran inmersos en el mundo de la política. Santofimio como Ministro de justicia durante el mandato de López Michelsen, además de ex-senador y candidato presidencial en dos ocasiones. Y Escobar llegó en 1982 como «suplente» a la Cámara de Representantes por el Departamento de Antioquia. ¿Cómo dos personajes para nada ilustres llegan a emerger y desenvolverse en el mundo democrático con tanta facilidad? Lo que pasa es que hacemos de nuestra historia negra un negocio, queremos vivir con el martirio de ser una sociedad marcada por la violencia, la corrupción , el narcotráfico y torturados por ser habitantes regidos por un gobierno pasivo, que no logra buscar soluciones factibles y efectivas que generen arreglos y cambios -aunque sabemos que todo es un proceso-, a las problemáticas sociales que nos vienen azotando desde los orígenes de Colombia como estado independiente, fuera de la Nueva Granada.

Así que, pensemos, somos más que esclavos de un sistema -sin que se torne esto mamerto- y no podemos pretender que todos los problemas se solucionen con actitudes pasivas o a punta de bala, y mandar personas a las montañas a ser carne de cañón. Tampoco podemos encerrarnos en que vivimos en medio de un conflicto que no lleva cincuenta o sesenta años, sino doscientos cuatro años.

Hay que salir adelante buscando oportunidades en lugar de sentarnos a renegar porque no hay empleo, cuando ni siquiera lo buscamos. Hay que luchar por cambiar la cara del país, dejar atrás el pensamiento constante de que vivimos en medio del conflicto cuando, vivimos en un país próspero y el primer cambio debemos generarlo nosotros, siendo una sociedad funcional y consolidada.

*Mario Andrés Toro, estudiante de periodismo, columnista y miembro de El Cuarto Mosquetero.

*Opinión y responsabilidad del autor de la columna, más no de El Cuarto Mosquetero, medio de comunicación alternativo y popular que se propone servir a las comunidades y movimientos sociales en el Meta y Colombia.

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