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Informe final de la Comisión de la Verdad: impactos emocionales y deserción escolar

Las escuelas, colegios y las instituciones educativas en general son bienes protegidos por el Derecho Internacional Humanitario, por lo que resulta bastante contradictorio que hayan sido una de las instalaciones más irrespetadas por los grupos armados en el marco del conflicto armado en Colombia. A raíz de estos hechos de violencia se perpetraron marcas difíciles de borrar entre la comunidad educativa y los docentes, los cuales, en muchos casos, derivaron en la deserción escolar y, en otros, con impactos emocionales irreversibles.

“Para mí, con doce años, era difícil comprender lo que ocurría. Mi mayor sentimiento era el miedo, sentía que en cualquier momento mi cuerpo me podía traicionar porque todo me temblaba. Aunque en el barrio a veces se escuchaban disparos, no estábamos acostumbrados a los atentados de esa magnitud. Puedo recordar el llanto de los niños, de mis compañeros, los rostros de los profesores que estaban muy angustiados porque no podían hacer nada al ver el estado de inseguridad al que habíamos llegado”. Relato de Juan Francisco por ataque armado a su escuela en el año 2015 en la población de Tumaco, Nariño.

Los casos que logró documentar la Comisión de la Verdad, muchos de ellos reportados ante las autoridades y otros actores sociales que investigaron durante años los impactos de la guerra en la población infantil y adolescente, se quedan cortos ante los miles de hechos que no fueron denunciados y los que gozan de total impunidad. Mónica, que en su momento era una niña nueve años y cursaba cuarto de primaria, recuerda los acontecimientos como si hubiesen sucedido hace pocos años.

«El ataque se dio en la noche, casi de madrugada, pero fue algo que nos afectó a todos como comunidad y como colegio, porque queda prácticamente pegado a la estación de Policía. Al día siguiente uno sale y ve su vereda destrozada, balas y sangre en todos lados. En esa misma temporada a cada ratico mandaban a decir: “Muchachos, por favor, salgan del colegio que esto va a estallar” y todo el mundo tenía que correr e irse para su casa. Nosotros ya no respirábamos aire: era terror, miedo, inseguridad, daban ganas de salir corriendo en cada momento»

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Ese proceso en el que las instituciones educativas sufrieron ataques, generó, en muchos casos que las instalaciones se convirtieran en bunkers para proteger a los niños, niñas y adolescentes y también en salas de velación. En la Institución Educativa Bachillerato Técnico Agrícola, en Jambaló, Cauca, se construyó un bunker para proteger a los estudiantes y docentes de los hostigamientos por parte de los grupos armados. Un ejemplo fue lo sucedido en el año 2006 cuando guerrilleros de las FARC lanzaron una granada a la estación de Policía, la cual estaba ubicada a pocos metros de la escuela. El artefacto explosivo rebotó y cayó en los baños de la escuela.

“A raíz de este y otros hechos violentos se tomó la decisión de iniciar la construcción de un aula con capacidad para albergar a 200 personas, cuya estructura consta de un doble recubrimiento de ladrillos, rellenos de una mezcla de hierro forjado y balastro, lo que la hace resistente a ataques violentos provenientes del exterior. De ahí que el Bachillerato Técnico Agrícola de Jambaló sea reconocido, tristemente, como la primera “escuela-búnker” del Cauca y de toda Colombia”. Narró la profesora Marina de ese establecimiento educativo.

De otra parte, con relación al uso de las escuelas como centros de velación, fueron documentados muchos casos en los que fueron usados para ese propósito. Uno de ellos fue el relato por Alejandra quien estudiaba en la zona rural de Urrao, Antioquia.
“Me dan escalofríos. Era muy pequeña. En la escuela donde estudiamos nos entrenaban para que cuando empezaran los enfrentamientos nos metiéramos debajo de las sillas. Esas imágenes las tengo en la cabeza. Nos íbamos arrastrando por el suelo, no podíamos andar de pie, porque muchas veces había estudiantes a los que los mataban las balas perdidas […]. Una vez una bala perdida mató a una chica que venía caminando. Así que fueron muchas las veces que nos tocó velar a los compañeros en los salones de clases. Eso no era algo normal. También recuerdo que cuando había enfrentamientos nos tocaba hacernos en paredes dobles, para que las balas no fueran a traspasar”

Estos acontecimientos derivaron en muchos casos y de casi de manera inevitable en deserción escolar, cierre de planteles ante la falta de docentes y destrucción de los mismos, lo que imposibilitaba la labor educativa. Igualmente, muchas familias optaban por retirar a los niños y niñas del estudio, agravando la situación, ya que, los hacía presa fácil del reclutamiento forzado.

El Ministerio de Educación Nacional en el año 2033, estimó que para el año 2000, de cada 1.000 niños y niñas que iniciaban su vida escolar, solo 403 llegaban hasta el último año del bachillerato. En las zonas rurales la situación era mucho más grave, solo el 5% de los estudiantes que terminaban la primaria llegaban a concluir sus estudios de bachillerato.

La deserción escolar o dificultades para el acceso a la educación afecta de manera directa los índices de desarrollo socio económico, efecto que se siente de forma más profunda en el campo. Para el DANE, en el año 2017, de los 11 millones de personas que vivían en las zonas rurales, el 34,8% estaba en situación de pobreza multidimensional. Esto genera enormes dificultades para el acceso a la salud, trabajo, vivienda y, desde luego, a la educación. Para el año 2013, el 53,2% de los niños, niñas y adolescentes de las zonas rurales estaban desvinculados del sistema educativo. Esta información recopilada en el Informe Final evidencia los grandes retos que han existido y persisten para garantizar el acceso y la permanencia y de las y los colombianos en la educación básica y primaria.

 

Fotografía: Universidad de Antioquia