La sensación de muerte debido a la pandemia en el país es constante. Por donde camino se siente el pánico y la sombra del enemigo oculto aparece en todas partes; se percibe en las conversaciones cotidianas, en los rostros tristes y sombríos de las personas, en las funerarias, los hospitales y los centros de salud. No es para menos, Colombia es uno de los países más afectados por la pandemia. Nuestra débil institucionalidad y la precarización del trabajo obliga a que la gente tenga que seguir saliendo a las calles a conseguir el sustento. En la República Bananera, quien no trabaja no come. Tal situación se hace más evidente en las grandes ciudades y en los lugares que no gozan de cierta armonía con la naturaleza.
La pandemia ha sido un reflejo de la desigualdad y de la inequidad en la que vive el país. Ciudades como Bogotá, Cali, Medellín y Barranquilla, han demostrado que todo lo que maquillaron para ser aparentemente atractivas, se está desvaneciendo. Sin embargo, no podemos seguir pensando que el país es solamente las ciudades mencionadas, el país va más allá de estas urbes. Por ejemplo, los Llanos Orientales, en donde se encuentran ciudades como Villavicencio.
Estuve viviendo en Villavicencio desde el 2014 al 2020. El primer año de la pandemia lo viví en la capital de Meta. Pese al miedo de vivir en esta distopía, en Villavicencio se siente paz y consuelo. Estoy casi seguro que se debe a sus árboles y al verde que está en todas partes. No hay lugar en el que la mirada no encuentre la belleza de la naturaleza. Tal disposición de la naturaleza predispone a la paz y a la felicidad. Bien es cierto, que la vida es sufrimiento en muchos aspectos, pues como proclama el budismo, la vida es enfermarse, envejecer y morir.
Esta última semana he regresado a Villavicencio y sentí que, a diferencia de lo que sucede en las ciudades del centro del país, acá no hay pánico, no hay tanto miedo, intuyo que es por la conexión con la naturaleza, por no respirar un aire contaminado, por escuchar el sonido de los caños que atraviesan la ciudad, por ver la primavera en su máximo esplendor.
El atractivo de Villavicencio es su verde. En ciudades como estas se puede pensar en nuevos valores para la sociedad, por ejemplo, el cuidado. Ojalá que el cuidado y la preservación sean los valores y los faros que rijan las políticas públicas y también la identidad cultural de la ciudad. Ojalá que los villavicenses y todos los que llegan a este lugar de todas partes del país, hipnotizados por este mar de la selva, se configuren con el proyecto del cuidado, entendido como una relación amorosa. Si se cuida de este lugar, el lugar cuidará de sus habitantes y pasará como sucede en estos tiempos difíciles: el verde consolará de la muerte, la enfermedad y la vejez.