Cabalgatas y teatralización del poder

Abrir el debate

La decisión del alcalde de Villavicencio, Juan Felipe Harman, de suspender las cabalgatas en la ciudad, ha puesto en el escenario público local un debate que hace tiempo ha debido adelantarse sobre la pertinencia de una actividad que recrea un sistema de valores atado a un símbolo arcaico -el caballo como símbolo de poder-, propio de una época premoderna. En efecto, el referido mandatario indicó que las cabalgatas que se suelen realizar periódicamente, hace tiempo dejaron de ser “una representación cultural de lo que somos”, para convertirse en sinónimo de desorden y caos vehicular. “Hagamos un análisis profundo y un debate, de si la ciudad está dispuesta a soportar el desorden y el caos vehicular que genera este tipo de prácticas, o, por el contrario, lo replanteamos en algo más cultural”, señaló el mandatario1.

La suspensión de la cabalgata en Villavicencio entra en sintonía con lo que ha ocurrido en otros lugares del país. En la última década, ciudades como Medellín, Cali, Armenia, Bucaramanga, Pereira, Jamundí y Buga, han eliminado las cabalgatas de las ferias, debido a accidentes ocasionados por abuso de licor y maltrato animal2. En el caso de la capital del departamento del Meta, si bien se han presentado hechos similares, lo distintivo radica en la invitación de la administración municipal a pensar la identidad cultural que se asocia a las cabalgatas, tesis que precisamente cuestiona el alcalde: “Todo lo que tiene que ver con la práctica deportiva en caballos, las manifestaciones y demostraciones de los jinetes, es parte de un ejercicio cultural, pero hace rato la cabalgata no tiene nada que ver con eso”3.

Aplaudiendo la invitación para discutir la pertinencia de una actividad que se pretende mostrar como una “institución sagrada”, en este texto argumento que la cabalgata, antes que ser un evento identitario o cultural, es un ritual político (por su simbología y su articulación al poder) anticuado e inconveniente para la ciudad.

Cabalgata: poder y simbología

Todo acto público, así se reclame cultural o esté ligado a referentes identitarios, trátese de una procesión (religiosa o secular), un desfile (cívico o de reinas, por ejemplo), un carnaval (como el de Blancos y Negros de Pasto) o, en el caso que nos ocupa, una cabalgata, es un acto político, es decir, un acto que porta mensajes -a veces difíciles de percibir a simple vista- que refuerzan, legitiman o cuestionan formas de poder y dominación. Refiriéndose a las procesiones religiosas en Montpellier en el siglo XIX, Robert Darnton, un prestigioso historiador contemporáneo, destacó cómo estas tenían el propósito de «ordenar la realidad», haciendo que el espectador divisara la «esencia de la sociedad» en “sus más importantes qualités y dignités”, siendo la calidad una condición derivada no de la inteligencia o capacidad de que eran poseedoras las personas, sino del rango o puesto corporativo que ocupaban. Esto ocurría en procesiones que utilizaban códigos y símbolos provenientes de la esfera religiosa4.

(…) las cabalgatas pueden interpretarse como rituales o ceremonias con un fuerte componente performativo, que involucran dispositivos simbólicos tendientes a naturalizar – es decir, hacer ver como legítimo y sagrado- un orden político

Quienes han reflexionado acerca de las relaciones entre lo político y lo simbólico, han destacado que estas son más fuertes de lo que se cree. Por ejemplo, Rodrigo Ruiz Díaz, antropólogo mexicano, afirma que la política tiene un alto componente simbólico, y que acciones simbólicas como los rituales o ceremonias, operan como dispositivos que producen efectos en todo sistema de poder5. Generalmente, los rituales o ceremonias tienen el propósito de reforzar o legitimar en o ante las personas un sistema jerárquico de posiciones, representaciones y roles, que se asumen como “correctos” para el funcionamiento de la sociedad. En otras palabras, el ritual o ceremonia informa y enfatiza la posición que debe ocupar un individuo, posibilitando así la reproducción de una estructura de dominación. Precisamente ahí radica su eficacia performativa y simbólica.

En ese orden de ideas, y siguiendo a Darnton y Díaz Cruz, las cabalgatas pueden interpretarse como rituales o ceremonias con un fuerte componente performativo, que involucran dispositivos simbólicos tendientes a naturalizar – es decir, hacer ver como legítimo y sagrado- un orden político. Describamos con más detalle el planteamiento anterior:

– La cabalgata es mucho más que un simple acto cultural o manifestación de una remota tradición. Es un ritual que representa un orden social jerárquico y clasista, marcado por expresiones como el arribismo y la simulación. La cabalgata refuerza el imaginario que ciertos sectores de la población tienen y promueven de la estructura social: ricos, y pobres, dominantes y dominados, superiores e inferiores. En la perspectiva del sociólogo alemán Norbert Elías, en la cabalgata se plasma la idea de un «Ellos» y un «Nosotros»6. Cada puesta en escena de una cabalgata recrea ese orden: basta ver, por ejemplo, cómo es su morfología (quiénes ocupan los puestos de avanzada; qué poderes representan; quiénes montan los mejores caballos, etc.).

Fotografía tomada de El Tiempo.

– El cabalgar puede verse como una metáfora de una antigua formula del dominio que, en el caso colombiano, recrea una estructura socioeconómica (hacienda), que mutó de la época colonial a la vida republicana y que, en su componente mental y cultural, se niega a desaparecer. Expresiones de esa mentalidad hacendataria son valores masculinos como el honor, la fuerza y la soberbia, que se entrecruzaron con factores culturales y dieron origen o fortalecieron, en muchos casos, prácticas como el gamonalismo y las guerras civiles.

– Es difícil pensar el caballo sin asociar su figura al poder en Colombia, que aparece ligado a su vez -casi siempre- al sector terrateniente y a esa burguesía emergente que surgió de la mano con el narcotráfico y el paramilitarismo. Juntos, tierra y caballo, representan un factor de poder en Colombia. Figuras visibles del narcotráfico y reconocidos políticos han mostrado una pasión desbordada por los caballos. No significa que quienes participan en una cabalgata sean miembros de esa burguesía emergente o que pertenezcan a grupos ilegales. De hecho, muchos de quienes lo hacen no tienen una real vinculación con la vida rural, no poseen tierras y ni siquiera son propietarios de los caballos que montan. Sin embargo, al tomar parte de esa «dramaturgia política», como lo es la cabalgata, reproducen el modelo sociocultural premoderno que aquella encarna.

Pensar la identidad

La invitación a revisar o repensar lo cultural y lo identitario en la ciudad es un hecho necesario y urgente, y es de esperar que en ese ejercicio tomen parte académicos e investigadores, profesionales de la cultura y artistas, pero también la ciudadanía, que suele ser marginada de asuntos que son de gran importancia en tanto sirven para su cualificación colectiva. Para entender qué lugar se le da a la ciudadanía en una sociedad, bastaría con ver la concepción que de ella se tiene y el rol que se le otorga en eventos que se asocian a la cultura, trátese de festivales, ferias: ¿Espectadores? ¿clientes? ¿consumidores?

Por ejemplo, qué bien le haría a Villavicencio disponer de un carnaval, como existe en otras ciudades del país, desde el cual la ciudadanía puede hacer catarsis colectiva y desafiar, desde lo simbólico, estructuras y prácticas políticas y mentales que resultan obsoletas o perjudícales para el colectivo social

Las cabalgatas, a mi juicio, son un eco nostálgico de una época que ha sido superada o está en vías de serlo, por los efectos de dinámicas exógenas como la globalización económica7. Las cabalgatas alargan un tiempo que ya pasó. Qué tanto ha cambiado el espacio rural del departamento del Meta, por no decir, de los llanos orientales de Colombia, como resultado de la expansión de la lógica económica y cultural capitalista, es una pregunta que se debe formular al momento de pensar aspectos como la cultura o la identidad cultural8. No debe asumirse como un hecho incontrovertible que la cabalgata es un elemento identitario de la ciudad, y menos cuando hace rato Villavicencio dejó de ser ese villorrio que limitaba de forma imprecisa con lo rural. La lenta desaparición de la Calle de las Talabarterías acaso sirva para dar cuenta de esa transformación. Además, quienes habitan hoy la ciudad son personas que pertenecen o han crecido en otro modelo urbano, uno que está plenamente sintonizado con lo global, y en el que poco peso tiene lo agrario o rural. Incluso muchas personas residentes no son nacidos en la ciudad o la región.

En lugar de las cabalgatas, excluyentes y agresivas simbólicamente -como el reinado nacional de belleza, otra “institución sagrada”, afortunadamente en vías de desaparición-, deberían ensayarse dinámicas que involucren de forma activa a la ciudadanía y permitan cuestionar valores, instituciones y/o figuras públicas, desde códigos provenientes del arte y la cultura. Por ejemplo, qué bien le haría a Villavicencio disponer de un carnaval, como existe en otras ciudades del país, desde el cual la ciudadanía puede hacer catarsis colectiva y desafiar, desde lo simbólico, estructuras y prácticas políticas y mentales que resultan obsoletas o perjudícales para el colectivo social.

Las observaciones formuladas aquí conllevan a revisar las narrativas que hace décadas se construyeron en torno a la especificidad cultural de los villavicenses; narrativas que se correspondían con un contexto distinto al que hoy, al despuntar la tercera década del siglo XXI, tenemos ante nuestros ojos: una ciudad con una creciente densidad poblacional, con permanente flujos migratorios de distintos lugares del país y conectada a los procesos económicos y culturales de la globalización. En la misma dirección, urge revisar la concepción institucional que se tiene de la cultura y, en concreto, de aquello que se suele denominar “identidad llanera”.

Los ciento ochenta años de la fundación de Villavicencio (1840), próximos ha celebrarse, bien podrían ser una ocasión para reflexionar en torno a preguntas del siguiente tenor: ¿Qué es y para qué sirve la identidad cultural? ¿La identidad cultural es inmodificable? ¿Cómo se establece qué es y qué no es identidad cultural? ¿Existe una identidad villavicense? Si existe ¿De qué material está constituida? ¿Ha tenido la ciudad siempre la misma identidad?

Referencias

1 La decision del mandatario despertó reacciones a favor y en contra. Algunos medios informativos locales enfatizaron en las consecuencias de las cabalgatas, minimizando el mensaje central del alcalde de que aquella no es expresión cultural de la ciudad. A modo de ejemplo, un portal informó que el mandatario se negó a “adelantar esta actividad al afirmar que es un evento que genera desorden y caos vehicular”, poniendo el énfasis en las consecuencias y opacando el que, sin duda, es el argumento más significativo. Ver: http://rca888.com/cabalgata-de-expomalocas-2020-se-realizara-en-acacias       

2 “Por qué se están acabando las cabalgatas en las ferias del país”, en https://www.eltiempo.com/colombia/otras-ciudades/por-que-se-estan-acabando-las-cabalgatas-en-el-pais-306628        

3 “No se realizaría cabalgata en feria de Expomalocas 2020 según el alcalde de Villavicencio”, en https://www.stereonoticiasvillavicencio.com/index.php/mas-noticias/item/1573-no-se-realizaria-cabalgata-en-feria-de-expomalocas-2020-segun-el-alcalde-de-villavicencio.html

4 Robert Danton, La gran matanza de gatos y otros episodios en la historia de la cultura francesa, Fondo de Cultura Económica, México, 2011, p. 126.

5 Rodrigo Diaz Cruz, Los lugares de lo politico, los desplazamientos del símbolo, Gedisa Editorial, México D.F., 2014.

6 Norbert Elias, “Ensayo teórico sobre las relaciones entre establecidos y marginados”, en La civilización de los padres y otros ensayos, Bogotá, Norma, 1994.

7 Igual ocurre con el caballo, cuya importancia, según el historiador Ulrich Raulff, se ha desvanecido desde mediados del siglo XX, al punto de que habla de una desequinización de la sociedad contemporánea o de estar asistiendo a la era del poscaballo. Esto como resultado de la consolidación de civilizaciones mecánicas y técnicamente avanzadas. Ver Ulrich Raulff, Adios al caballo. Historia de una separación, Taurus, Bogotá, 2019.

8 Sobre las transformaciones operadas en Villavicencio en las últimas décadas y sus efectos en la identidad de sus pobladores, la publicación de Jane Rausch es una referencia de consulta obligatoria. Ver De pueblo de frontera a ciudad capital. La historia de Villavicencio, Colombia, desde 1842, Unillanos – Banco de la República, Villavicencio, 2010. 

 

*Opinión y responsabilidad del autor de la columna, más no de El Cuarto Mosquetero, medio de comunicación alternativo y popular que se propone servir a las comunidades y movimientos sociales en el Meta y Colombia.

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