“La dignidad de la naturaleza humana requiere que enfrentemos las tormentas de la vida.” (Mahatma Gandhi)
En tiempos de cuarentena, tenemos exceso de horas para reflexionar en aquello que dejamos de hacer, decir, valorar. Descubrimos en la profunda estadía de nuestro ser, las cosas que quizás habíamos convertido en ausentes porque en el agite social diario, las escondimos. Nos enfrentamos a un prototipo del mundo al revés, para el que claramente no estamos preparados, pero aprendemos a caminar.
La familia empezó a ser fundamental, nos humanizamos a obligación, desde todos los sistemas y rincones porque comprendimos que hay cosas menos importantes que la vida digna, la salud y el bienestar, individual y colectivo. Reconocemos con tranquilidad la postura del otro y su importancia para sobrellevar las tragedias. El amor incondicional, la empatía y la solidaridad social son nuestras principales prioridades en medio de la modernidad rampante, que solo nos construyó desde la estructura social de producción y manufactura.
Basta con ver a seres humanos clamando por todos los medios posibles, que una familia está sin techo, sin dinero, lejos de sus seres queridos. Personas buscando recursos judiciales para que las grandes empresas no despidan a aquellos que sostienen familias enteras. Otros, recolectando alimentos para dar a los más necesitados. Llamando, preguntando, diciendo que cualquier cosa nuestra humanidad está ahí, para ayudar. Lo vemos en nuestros territorios, en el globo entero. Le dimos otro significado a los muertos, sintiéndolos profundamente así no sepamos sus nombres. Las cifras ya no son solo sistemas de datos que decoran las páginas web o los informes cotidianos, se convierten en lo que no queremos que crezca, pendientes de esos números que enmarcan a otro humano como yo, como todos.
Estamos siendo conscientes que el distanciamiento obligatorio se transforma en cosas mejores, en nuestra naturaleza primaria y bondadosa, liberándonos de prejuiciosos y crueldades hacia los demás. Claro que encontramos en ese proceso a quienes no representan un beneficio pero épocas tan cruciales como las actuales, pero a pesar de los errores, de mis errores, nos unimos en la misma resolución ¡Pensarnos y pensarlos!
Eliminamos imaginarios de los que veíamos como enemigos, los estudiantes, protestantes, fuerzas estatales, profes, profesionales de la salud, artistas, entre otros; ellos y más se han llevado toda nuestra admiración. Reflexionamos acerca del valor profundo de enseñar y aprender. Sabemos que todos pueden aportarnos algo significativo y nosotros a ellos. La virtualidad dejó de ser lo más harto de explorar, por necesidades obligatorias y se reconfiguró en lo que permite unirnos, abrazarnos, recordarnos.
Quizás encontremos una infinidad de razones que nos sigan recalcando lo que volvimos a ser, lo que reencontramos y dejamos, para construir lugares mejores, otras realidades. Que la tragedia nos permita dar lo mejor y estar preparados, física y emocionalmente para futuros devenires; pero sobre todo que nos siga reconfigurando en el otro, reconociéndolo como igual y necesario.
*Opinión y responsabilidad del autor de la columna, más no de El Cuarto Mosquetero, medio de comunicación alternativo y popular que se propone servir a las comunidades y movimientos sociales en el Meta y Colombia.