En un rincón del municipio de Uribe, Meta, firmantes de paz trabajan para construir un futuro distinto. Se ha fortaleciendo el tejido comunitario en medio de la naturaleza y las dinámicas de violencia que aún afectan el territorio. Esta vereda llena de niñas y niños hijos de la paz, se ha convertido en un símbolo de reconciliación.
Los atardeceres en La Pista son morados, con palmeras en el paisaje, algunas veces lluvia, los niños y las niñas jugando, la carretera destapada y la música de los billares a alto volumen. Esta vereda del municipio de Uribe, Meta, ubicada entre la cordillera oriental y la Serranía de La Macarena alberga el Nuevo Espacio de Reincorporación -NAR- Juan de Jesús Monroy, en donde aproximadamente 46 firmantes de paz le apuestan a la construcción de un país distinto.
Uno de los líderes, conocido como Asdrual y proveniente del Chocó, viste de negro, tiene chanclas, una gorra con un toro bordado y una camisa tipo polo que en vez de botones tiene una cuerda. Cuenta la historia de este territorio mientras llueve: la mayoría proviene del Espacio Territorial de Capacitación y Reincorporación -ETCR- de Colinas en San José del Guaviare.
“Cuando íbamos en un tercio de construcción de nuestros hogares en Colinas, empezó a mermar la entrada del material y estábamos en invierno”, relata Asdrubal. Tenían seis meses para construir su caserío, pero también debían estudiar porque muchas personas no tenían el bachillerato. “Desde ahí empezó a incumplirnos el acuerdo el gobierno de Duque, que dijo que iba a destruir la paz y a pesar de eso, nosotros seguimos resistiendo y persistiendo”.
Desde entonces Asdrual empezó a construir su liderazgo. Cuenta que en Colinas se sentían encerrados y encerradas debido a que tenían que “pedirle permiso” a quienes estaban verificando el proceso de paz y a sus líderes, para poder salir, moverse por el territorio, y visitar a sus familias. También recuerda que iniciaron conflictos con las fuerzas armadas que “entraban a los campamentos a robarnos la gente que ya había firmado el acuerdo y eso no estaba bien”.
Debido a estas razones, decidió junto a un grupo de compañeros y compañeras trasladarse, buscando tranquilidad. Recordó al municipio de Uribe, Meta, debido a que era uno de los territorios que más conocían y que fue de los más importantes en el tiempo del conflicto armado. Le informaron a sus líderes y lideresas sobre su desplazamiento y conformaron una de las primeras cooperativas de firmantes de paz en el país: la Cooperativa Multiactiva JE.
La cooperativa para la transformación social
Llegaron a la vereda La Pista un día de agosto de 2017 a las 3:00 de la mañana. “Todo el mundo desconfiaba de nosotros. Nos juzgaban y nos decían que veníamos otra vez buscando la selva para retomar las armas. Pero veníamos a buscar donde ubicarnos para trabajar legalmente”, recuerda Asdrual.
Uno de los líderes, y el que fue representante legal de la Cooperativa, Juan de Jesús Monroy, más conocido como Albeiro Suárez fue asesinado el 16 de octubre de 2020. Desde la firma del Acuerdo de Paz en 2016 hasta febrero de este año han sido asesinados y asesinadas más de 400 firmantes de paz, según un informe del Senado de la República.
Debido a este asesinato, las y los firmantes protestaron hasta Bogotá y bautizaron el NAR con este nombre para honrar su memoria. Durante estos años, la cooperativa ha sido un motor para la transformación social en el territorio. Tiene tres líneas fundamentales por medio de las cuales manejan proyectos productivos en la región: ganadería doble propósito y rotativa, amigable con el ambiente; ecoturismo comunitario y agricultura. Han sembrado limones, aguacate, frijoles y plátano.
También han realizado actividades sociales “que han traído beneficios comunitarios”, explica Asdrual. Aportaron al mejoramiento de las sedes de la Institución Educativa La Julia que se encuentran en la región. También contribuyeron a que en la escuela de la vereda haya agua potable con el apoyo del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo -PNUD-.
Consideran que lo principal para la transformación social es la educación y lo organizativo porque los niños y las niñas deben tener dónde recibir clases y la gente debe contar con un lugar para reunirse. Cuando construyeron la sede de la Junta de Acción Comunal de la vereda La Pista hicieron una fiesta de inauguración y se dieron cuenta que la gente no cabía entonces la ampliaron y por eso tiene dos baldosas de distintos colores. La cancha de arena que está ubicada al lado de la escuela también está iluminada gracias al trabajo de la cooperativa. Allí asisten personas de veredas aledañas, se organizan torneos deportivos y se juega en las noches.
Angie Téllez, más conocida como Marta, una de las lideresas de la cooperativa y de la comunidad, cuenta que también se está construyendo la sede de la Junta de Acción Comunal de la vereda La Espelba junto al apoyo de la Agencia para la Reincorporación y la Normalización -ARN-. Para ella lo más importante ha sido “la recuperación de la confianza en la comunidad”. Explica que la mayoría de personas tiene a sus familiares en el territorio. “Hay sobrinos, tíos, hijos, primos, pero son los mismos y por eso no hay roces”.
Marta llegó del Yarí y fue presidenta de la Asociación de Mujeres Xiomara Marín, un grupo que actualmente cuenta con 14 integrantes también de la vereda La Pista y del territorio que hace parte de la cooperativa. Pusieron este nombre en conmemoración a una compañera médica y enfermera que integraba las filas de la extinta guerrilla y que fue asesinada en el municipio de Uribe.
Las niñas y los niños hijos de la paz
Las mañanas en La Pista huelen a café. A veces en una de las tiendas no hay azúcar ni crema dental. Pasan las motos que llevan cantimploras de leche por la carretera que lleva hasta San Vicente del Caguán. Uno de los vecinos corta la carne, se escuchan los pájaros. Un niño y una niña juegan al trompo y a lo lejos se escucha una mamá regañar a otro niño.
Asdrual considera que el futuro del país son los niños y las niñas. En esta vereda ya hay más de 100 que han nacido en los últimos años luego de la consolidación del NAR. Aproximadamente cada firmante de paz tiene entre dos y tres hijos e hijas. Jork Ledy Parra es una de las firmantes de paz que tiene dos hijos, uno de siete y otro de dos años.
De ojos claros y con trenzas en el pelo, Jork llegó desde el Cauca para aportar a la construcción de paz en un nuevo territorio para ella. Trabaja como escolta y dice que “a pesar del incumplimiento del gobierno y de la estigmatización frente a los reincorporados, hemos tenido un buen impacto en la comunidad”. Ella ahora tiene a cargo el cuidado de su madre y una casa llena de flores y plantas. Al hijo mayor le gusta montar bicicleta por la vereda.
Jork también hace parte de la Asociación de Mujeres Xiomara Marín y participa en un proyecto productivo de ganadería. Dice que uno de los mayores incumplimientos por parte del gobierno es el tema de la tierra. “Vamos aproximadamente 200 reincorporados, dentro del municipio de Uribe que no tenemos”.
Según Asdrual, la Cooperativa posee un documento de compra-venta sobre una parte del territorio donde viven las y los firmantes de paz. Otra parte del terreno, especialmente donde se encuentra el proyecto productivo de ganadería lo tienen arrendado.
Sin embargo, hace énfasis en el hecho de que se les dificulta realizar todas las actividades que quieren desarrollar. “Venimos hablando con el gobierno de cómo adquirir nosotros la tierra, pero todavía no se ha materializado”. A pesar de que han recibido apoyo de ONGs internacionales, las y los firmantes de paz afirman que la presencia del Estado en el territorio es casi nula.
A pesar de esta dificultad, el NAR Juan de Jesús Monroy, ha sabido con el paso del tiempo reconstruir el tejido social no solo en la vereda La Pista sino también en las otras veredas aledañas. Luchan por la transformación social y aunque esta región todavía sufre la estigmatización y todavía está inmersa en dinámicas de conflicto armado, Asdrual dice con firmeza: “aquí nos vamos a quedar para siempre”.
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