El señor Tic y la señora Tac se preparan sagazmente y esperan con ansias que las puertas se abran. En el supermercado van de un lado al otro eligiendo calidad y menor precio, observan de arriba abajo, apenas arquean una ceja, no dirigen una sola palabra y esperan mirando con desprecio a aquel ser que con gran sonrisa se dispone a servirles bien. Aquella persona…oh esa persona, atiende a clientes que no saben ser.

6: 00 a.m. Un hombre abre sus ojos dispuestos a enfrentar un nuevo día, aún sin conocer qué traerá el nuevo día. Nuevas ocho horas en su trabajo sumergido en la ola de rostros amables y otros furiosos.

8:00 a.m. Arribando a su trabajo de puertas cerradas no se espera qué llegará apenas estas se abran. Toma una taza de café, ríe con compañeros que comparten su mismo sentir.

9:00 a.m. El telón se ha abierto, un mar de personas desconocidas con intenciones que solo viven en cada quien, se aglomeran ante él, exigen buen servicio y atención prioritaria, exhiben un estatuto social como un baluarte al cual temer. -¿Qué hago aquí?, ¿qué hago ahora?- piensa nuestro buen hombre mientras ruega por respeto a clientes que parecen carecer de este.

10:00 a.m. Ahí viene, todos huyen, todos revuelan, la histeria de un ser acecha con gran petulancia; se ve pequeño en decencia. Apresurado se acerca a su servidor y con ojos bien abiertos, ignorando la gran multitud tras él, encolerizado, exige ser atendido. Nuestro buen hombre impertérrito y sagaz calma al señor Tic antes que haga ¡boom!

11:00 a.m. La sala de espera abarrotada, el calor invade y la terquedad también. Clientes “instruidos”, volverán nuevamente y aún no sabrán cómo es tratar al empleado que le atiende, mientras que estos solo esperan terminar con esto y llegar a su hora de descanso, un momento que los haga retomar fuerzas para continuar la jornada.

12:00 p.m. Nuestro buen hombre en su oficina espera con ansias su turno y ve cómo minuto a minuto, la mitad de sus compañeros reemplazan uno a uno para tomar aire, aliento y cordura de donde solo ellos saben obtenerla. Aquellos clientes furiosos, observan y exaltados manifiestan: “¡Qué inútiles!, ¡Qué mal servicio!” Al final nuestro buen hombre es testigo de la indolencia humana, no sabe qué dirán cuando él salga y deje de atenderlos. No parecen comprender su imperiosa necesidad de almorzar, respirar y maldecir.

1:00 p.m. El silencio reina en la sala, algunos acuden apresurados, aquellos empáticos que han vivido el mismo trato.

2:00 p.m. Una nueva oleada empieza, nuevas y viejas caras conocidas llegan, y otra vez hay que explicar a cada quien cómo funciona aquel lugar, dónde esperar, y cómo cumplir con políticas que de seguro no han captado bien. Nuestro buen hombre mira el techo y luego las manecillas en su muñeca ansiando la hora de salida para luego repetir otro día. Aquella señora viene en camino hacia él, la ve en la distancia apresurada y con ceño fruncido, rápidamente llega y sin importar qué, exige por ser un “caso especial”; al final sale de allí la señora Tac, déspota aun cuando se había equivocado de lugar.

5:00 p.m. Con la esperanza de terminar el día laboral y no esperar otro, aquel empleado, cliente también, padre y hermano ruega al tiempo que no avance, con vehemencia se aferra a sus últimas horas de todas las 24, intenta tomar tiempo para sí mismo, sentirse productivo y avanzar en algún proyecto que existe en la mayoría de ocasiones solo en su mente, que lo aleje de tener que ser el buen hombre que lidia con personas que no saben tratar a la otredad. Por ahora solo le queda rogar que sus clientes sean pacientes, comprendan y aprendan a ser buenos clientes, sin ceños fruncidos y miradas con desdén, que no les duela la boca para decir -buenos días- o tan solo, ser amables por una vez.

¿Eres tú el buen hombre o el señor Tic y la señora Tac?

Foto de portada diseñada a partir de fotografía de Redautonomos 

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