Por: Jairo álvarez tamayo*
Existe un efecto muy positivo y multiplicador cuando la ciudad crea infraestructura, equipamiento, política pública y cultura ciudadana a favor del uso de la bicicleta como medio complementario a la movilidad predominante. Eso es lo que ocurre sin duda en ciudades donde han instalado bicis públicas, bicicarriles, cicloparqueos, y donde los combos probici y los funcionarios montan cotidianamente en sus bicis.
Si estas estrategias están adicionalmente acompañadas de organización ciudadana y de la voluntad política de la autoridad municipal, se crea una dinámica irreversible a favor del uso masivo de la bicicleta. Pero en Villavicencio, mi ciudad, sucede otra cosa. Ni respeto ni señalización ni vías, y mucho menos seguridad, encontramos en esta ciudad los que nos movemos en bici al trabajo, al estudio o a las vueltas cotidianas.
Hace más de quince años recorro la ciudad en bicicleta y puedo decir que he vivido en carne propia las vicisitudes de un ciclista urbano en un lugar donde todo está en contra de su movilidad. En medio de las usuales congestiones de carros en las principales avenidas de la ciudad, y viendo los gases negros que salen de casi todos los carros que sólo avanzan a trancazos, me digo a mí mismo que los bicinavegantes del mundo terminamos siendo todos unos héroes que no sólo evitamos más contaminación (porque una bici en acción es un carro menos) sino que además absorbemos los desechos tóxicos de la chatarrería con llantas que se apoderó del espacio público de las ciudades.
Con frecuencia, me veo entre los carros habituales de la ciudad y los camiones cisternas que se llevan el petróleo y otros bienes naturales resultantes de la explotación energética del Llano. Me pongo a reflexionar en la ironía de ir en bici detrás de uno de esos gigantes que no sólo contaminan con los gases que botan sus potentes maquinarias, sino en el enorme consumo de materia y energía que significa lo que llevan en sus boterizadas barrigas y me asalta la curiosidad de en qué parte del planeta van a convertir en CO2 esos fabulosos lodos pesados, una vez refinados quién sabe en qué parte del planeta.
En una ciudad donde es escasa la infraestructura, la seguridad, la señalización y el respeto por los ciclistas urbanos, resulta muy esperanzador que se esté hoy día creando una masa crítica probici y donde muchos compartimos ya la experiencia de pedalear por la ciudad y compartir vivencias y reflexiones (todo ello en buena medida por las acciones del movimiento ciudadano BiciNavegantes). Por eso mismo, esta misma ciudad requiere ya de planeación y obras para estimular de verdad la movilidad sustentable.
La celebración del día mundial de la bicicleta el 19 de abril y, en el caso de Villavicencio, además día sin carro y sin moto, me permite apuntar una reflexión: sin audaces acciones sustentables no avanzaremos mucho en el buen vivir que la sociedad merece. Estoy seguro que la bici, lo que ella representa, ofrece y significa, puede ser uno de los nuevos paradigmas para repensar los orígenes, lo local, las distancias, las cargas y los movimientos de materia y energía. Lo pequeño es hermoso, nos recuerda E. F. Schumacher.
Nuevos paradigmas y nuevas ciudadanías deben darle una vuelta de tuerca a nuestra manera de estar en el planeta. El consumo mundial generalizado de la rica proteína animal y los ires y venires de aviones, tractocamiones y barcos por todo el planeta en una loca carrera por inundar a las urbes de mercancías, entre otras prácticas fervientes de nuestra civilización, están presionando a la naturaleza con la explotación de bienes ecológicos a unas tasas de extracción y contaminación superiores a la resiliencia de los sistemas y a la capacidad de regeneración del sistema vivo. Con toda seguridad necesitamos reordenar el territorio y sus flujos de energía, principalmente en las ciudades.
La ciudad, ese territorio donde vivimos y nos hacemos ciudadanos, es el lugar desde donde tenemos que empezar los cambios hacia una sociedad sostenible. Y quizás el camino más eficaz para alcanzarla es conquistar el derecho a la ciudad, que en palabras de David Harvey, no es otra cosa que el derecho a transformar la ciudad, a cambiar el territorio en pos de un nuevo orden social y ambiental inclusivo, sostenible y armónico con los dones naturales presentes.
Una ciudad ligeramente densificada y con usos del suelo mixtos posibilita la instalación de un sistema de movilidad intensivo en modos no motorizados. La bici, se sabe, viene preparándose desde hace más de un siglo para transformar la movilidad, puesto que además de sus valores intrínsecos (salud, equilibrio, armonía, estética, esfuerzo propio), goza de una variedad de factores positivos y flexibles (economía, espacio, velocidad, peso) que la hacen ideal para que se pasee silenciosa por el paisaje urbano público. Anímense, porque es mejor en bici, y la ciudad lo agradece!
*Jairo Álvarez Tamayo, comunicador social e inspirador de cultura política
*Opinión y responsabilidad del autor de la columna, más no de El Cuarto Mosquetero, medio de comunicación alternativo y popular que se propone servir a las comunidades y movimientos sociales en el Meta y Colombia.