Nací en paz asediado por una violencia conocida. Una violencia con sabor a karma, coca, miseria y café. Una violencia con todo rojo, sin tonos amarillos o azules. Esa misma que tilda a la bandera de mentirosa y a los que la izan con orgullo en sus campañas y gobiernos como hipócritas y bandidos.
Tal vez por eso es por lo que cada que tengo mi cámara en las manos, empuño un esfero o tomo mi computador para escribir, mi mente viaja a cada conflicto que se me ocurra e intento descifrar qué tan contundente debe ser el mensaje de mis fotos, las frases que voy redactando y, poco a poco, aportar al cambio. Construir desde mi trabajo, desde mi empeño por exponer -claro está que a mi manera- las problemáticas grandes y pequeñas que agobian a la sociedad, un legado y un proyecto que brinde luz a un futuro menos problemático. Porque, eso sí, han pasado veinticuatro años y pasarán veinticuatro más, pero la convicción y el sueño serán los mismos; cambiar al mundo.
Pero claro, inevitablemente siempre el deseo será iniciar por mi país. Porque ya conocí desde el corazón colombiano muchas de las causas del problema, y ahora, desde lejos veo algunas de las muchas tantas que poco a poco van enterrando a mi país en el fango. Y no es que me la pase soñando despierto ni mucho menos. Es, más bien, una contundente lucha, un intento, un proyecto y una forma de preservar lo que con tantas ganas se ha querido exterminar desde hace mucho en el país como lo es el talento.
Talento al escribir, al recitar, investigar, exponer y luchar. Me desvela en ocasiones y me hierve el alma en otras, pensar que al abrir los ojos un líder social, la luz de un luchador fue apagada y todo por pretender un presente mejor para su comunidad, por ejemplo. Cuántos son los futuros abogados, médicos, fotógrafos, artistas y demás que son acabados por una vida sin futuro, por el analfabetismo, la hambruna, la delincuencia y el constante desprecio del Estado.
No hay cómo pretender el surgimiento y la estabilidad en un país donde las oportunidades laborales son pocas y la informalidad se vuelve un riesgo inminente para aquellos que tengan una familia por alimentar, un arriendo por pagar, servicios por cancelar. Violencia, multas absurdas, Clorox en la comida, promotores de la guerra cuando es la sangre de otros, incitadores de guerras ajenas. Ese es el estado que nos tocó. Ese que nos aborrece. Pero el causante de todos los malos no es solo el gobierno ¿o me equivoco? No olvidemos aquellos ciudadanos que promulgan que plomo es lo que hay, los que defienden a tipos como Hollman Morris, los que celebran a personajes violentos, misóginos y torpes como Faustino Asprilla y otros que viralizan un ataque a una manifestante por sus senos y no por la problemática. Al fin y al cabo, somos el país donde sin tetas no hay paraíso.
Fui privilegiado al contar con padres que siempre han estado con mis hermanos y conmigo. Que desde pequeños nos dicen que nunca dejemos de volar y en cada sueño que tenemos, nos apoyan hasta el fin. Sin embargo y al contrario de los que varios piensan o me han dicho, conozco lo que es vivir la violencia, la incertidumbre de no saber si mañana habrá un plato de comida en el comedor para todos en mi casa. Sé cuál es el drama de tener una familia intentando huir de una situación difícil. Hace más de una década tuve a mi papá en Venezuela buscando algún futuro mejor, tuvo que dormir en la calle, aguantar hambre y frío para darse cuenta que si en Colombia las cosas no estaban bien, Venezuela no era un paraíso tropical. Viví amenazas a él, a mí, familiares secuestrados, perseguidos, en la quiebra. Sé lo que es caminar ciudades, municipios, veredas y montañas.
Afortunadamente nunca supe lo que es dormir con hambre, pero sí ver cómo mis papás lo hacían porque no había un huevo o una taza de arroz para ellos. Supe lo que era perder uno de los pilares de mi vida como lo fue mi abuelo, también ver a mi hermanito de tres años con cáncer. Estuve retenido por grupos armados en las montañas del Quindío por un par de horas -afortunadamente-. Fui robado en Colombia, estafado en Rusia, tuve que salir de una de las ciudades más importantes de Rusia porque ser colombiano se estaba convirtiendo en un estigma. He sido víctima de xenofobia, golpes, humillaciones y demás. También supe dar vuelco a mi vida con decisiones inesperadas que me han traído mil experiencias. Compartí dramas y emociones con campesinos, lloré y vibré con las historias de habitantes de calle, el sufrir de víctimas de la guerra y desastres naturales. Cuento con una familia unida y fuerte, sin embargo conozco mejor que muchos qué es sentir la compañía de la soledad.
A pesar de todo esto, de la lejanía, de un Duque al frente del país, de Petro siendo bandera de esperanza -no sé cómo- me mantengo firme en mi anhelo de aportar a la formación de un país mejor. Y gracias al destino he tenido la fortuna de toparme con gente que anhela lo mismo, sea desde el periodismo, lo ambiental, el arte y demás. Y sé que en algún punto todos aquellos que luchamos por lo mismo, podremos coincidir y evolucionar para formar lo que tanto esperamos y por lo que tanto hemos sudado, reído, llorado; el país que nos merecemos.
Así que no me digas que no conozco lo que ya viví. Porque soy un manojo de vivencias, una colección de recuerdos, un álbum de retazos buenos y malos, rojos y verdes, suaves y duros. Y son estos y los que vienen los que me ayudarán día a día a evolucionar por la realización eso que tanto quiero hacer y aún no lo logro.