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Los Llanos Orientales son una de las regiones más biodiversas del mundo, pero el abandono estatal la convirtió en el escenario perfecto para albergar algunos de los más crudos capítulos de la guerra del país. El impacto de estos episodios de violencia que por décadas sucumbió a la  Colombia olvidada  y que repercutieron a perpetuar aún más las desigualdades entre ser hombre y mujer en territorios rurales, ha dejado  una deuda histórica para las mujeres que habitan en estas tierras.

Las mujeres rurales representan más de un tercio de la población mundial y el 43 por ciento de la mano de obra agrícola. Estas mujeres que con sus manos ayudan a abastecer las ciudades urbanas, sin ser reconocidas, viven y traspiran amor por su tierra, por hacer país, aunque la respuesta a su esfuerzo sea la discriminación, desigualdad y olvido.

Si hablamos de desigualdades, todas las mujeres en un País como Colombia las sufrimos, pero aplicando una amplia perspectiva de género podemos decir que no es lo mismo hablar de mujeres urbanas y rurales o por dar otro ejemplo,  mujeres Afrodescendientes e Indígenas, su contexto socio-cultural genera diferentes necesidades para superar las grandes brechas de género. Es que pongámonos a analizar, solo en temas de acceso a la justicia ya empezaríamos mal, si en la capital de nuestro departamento las rutas de atención a violencias basadas en género no funcionan como lo determina leyes como la 1257/08 (La cual habla de las rutas de atención y los derechos de las mujeres a una vida libre de violencia) imaginémonos cómo es acceder a este derecho cuando la justicia en las zonas rurales es casi invisible y empeora  si viven en las periferias. La naturalización de todo tipo de violencia es aún más visceral y deshumanizada que en otros territorios donde el silencio y la resignación en muchos casos son una opción.

Estamos en un mundo globalizado, lo cual dificulta aún más avanzar en temas de derechos a este sector poblacional; el atraso que muchas veces se refleja en la falta de vías terciarias y la carencia de infraestructuras en telecomunicaciones y redes inalámbricas rurales,  hace que la migración sea la mejor opción para estas mujeres y sus familias. En este País donde le dan la misma medicina a diferentes enfermedades, vemos como realmente no han pensado en estrategias con enfoques diferenciales que suplan esas barreras para superar la inequidad.

Podemos decir que con los acuerdos de paz se puso sobre la mesa todo este panorama de las mujeres rurales y que urge mantener este proceso para que puedan avanzar en temas de acceso a la tierra y la participación política.

Mientras las mujeres se empoderan y se organizan para intentar contrarrestar las carencias del Estado, todos los sectores sociales debemos unirnos al unísono para dignificar y visibilizar el trabajo fundamental de las mujeres en las zonas rurales. Además para presionar a los gobiernos para que empiecen las acciones de fondo en mira de erradicar esta desigualdad.

 

 

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