«Los Nadies» y el rojo de su bandera

 “…Que no son seres humanos, sino recursos humanos.

Que no tienen cara, sino brazos.

Que no tienen nombre, sino número.

Que no figuran en la historia universal, sino en la crónica roja de la prensa local.

Los nadies, que cuestan menos que la bala que los mata.”

 

Como lo describió Eduardo Galeano en su poema ‘Los Nadies’, resuenan repetidamente en mis oídos esos versos, mientras leo de diversas fuentes que los marginados dejan banderas rojas en sus ventanas y puertas, para decirle al Estado ¡Aquí estamos, nos morimos de hambre!

Mientras el mundo ha reconfigurado las necesidades básicas en placebos de satisfacción, hay miles de familias en todo el territorio colombiano, clamando de rodillas, tras un grito profundo que no se cansa. ¡No es solo sangre lo de nuestra bandera, son las tripas gruñendo desde adentro, porque no hay como sobrevivir! No es una realidad que sorprenda, tras la normalización insensata de pensar al otro como algo lejano, que no hace parte de mi convivencialidad. En ese orden de la anomalía, los dejamos a su suerte, a la de los bancos, del Gobierno, de los grupos armados ilegales, del miedo y la indiferencia. Hay un actuar problemático en pensar por encima del progreso industrial, que la vida es menos digna que las fuerzas de producción, desde ese yugo volátil que trae consigo el discurso desarrollista.

No hay oportunidades para espacios neutros, ni para errores de razonamientos, si la situación lo amerita -y es que lo hace- porque no es solo responsabilidad quizás del ‘Ingreso Solidario’ y su corrupción latente, o rebajarle insignificancias a los servicios públicos, cuando las familias que habitan nuestro espacio geográfico comen del diario, su cotidianidad afuera es su salvación. Además de eso tan predecible, cómo podemos tener el descaro quizás de insinuar que es “problema de ellos”, “quién los manda a vivir de esa forma”, “consigan un trabajo más estable”. No, no vivimos en Suiza, ni podemos venir a darnos de europeos en una nación que viene en picada, cada que la modernidad sigue desarrollándose, imparable, comiéndose desde la monstruosidad lo que resiste en medio de la penumbra.

 La clase media, dentro de la pandemia, encerrados en sus casas, también están diciendo: ¿Quién piensa en nosotros, si los ahorros se acaban y los contratos laborales están congelados? La burguesía se relaja dándosela de digna, haciendo publicidad política o ególatra, mientras dan mercados por las periferias, no porque haya un nacimiento profundo de bondad adentro de su cerebro, sino que vender su estela de ‘soy el bueno, necesito que me vean’ sigue reconfigurando también el cómo necesitamos que nos observen y nos aprueben por encima de un ejercicio juicioso, de reflexionar sobre la dignidad del pobre, del necesitado, de la humanidad misma, desde el virus y más allá de él.

La bandera roja llama, no necesita letras gigantes ni un gran discurso. Está ahí, en cada ventana de “Los Nadies”, de los que no miramos, simbólicamente pidiendo auxilio, mientras el tiempo pasa y el hambre no cesa. Por ahora los recibos aumentan al igual que las preocupaciones. Los que no vemos, existen, no son ausencias que disfrazamos si algo no nos está transformando. Ellos, ellas, no están a la merced del destino, están a nuestra merced, y si en una mesa comen dos, hagamos válido que coman tres. Como sociedad también evaluemos que es nuestra responsabilidad ayudar al herido, al enfermo, más allá de lo religioso que suene, es que en ese marco de las relaciones sociales y colectivas, el otro también me construye, también necesito de él, pero en este momento con los minutos y segundos contados, los que nadie ve, los que nadie siente, necesitan de nosotros.

 

*Opinión y responsabilidad del autor de la columna, más no de El Cuarto Mosquetero, medio de comunicación alternativo y popular que se propone servir a las comunidades y movimientos sociales en el Meta y Colombia.

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