«Los hijos de las putas no importan», historia de dos jóvenes de Villavicencio.

Ella ya había estado antes en Villavicencio, pero hace cuatro meses había regresado y trabajaba en un burdel del centro de la ciudad. Ambas lo hacían, en realidad fue cuando se quedó sin opciones laborales, sin el apoyo del padre de los niños de dos y tres años respectivamente, que le pidió a su mejor amiga que la ayudara a prostituirse en la residencia en la que ésta trabajaba.

La vida allí no fue fácil, dijo que el pan de cada día era que las agredieran verbalmente y uno que otro día, algunos intentaban hacerlo físicamente. El lamentable día en que las tiraron para la calle con todas sus pertenencias, Pati había decidido que iba a descansar, estaba considerando dejar de transaccionar con su cuerpo, por lo que se fue para San Benito a tomarse una cerveza y regresó a la residencia. De allí la acusaron de estar haciendo un «rato», sin permiso del «jefe», porque sí, cuando aceptan trabajar en algunos «chongos», los patrones quieren decidir sobre la vida de las mujeres a quienes explotan sexualmente -con consentimiento en muchas ocasiones-, él decide cuándo les da permiso para descansar -y si no deben pagar una multa-, quién las visita e inclusive si quieren salirse de esa vida, busca una y otra excusa para extorsionarlas y retenerlas en el lugar. «Que se le debe plata y no se puede ir una hasta que se le pague, que si tiene niños chiquitos allá que le llaman al Bienestar y así», explican.

Esa noche Pati empezó a recibir todo tipo de insultos y fue echada del lugar con sus dos hijos. Su amiga trató de defenderla, el proxeneta la empezó a sacudir muy fuerte y la lanzó contra el piso. En su brazo tiene marcas y también le quedó una rodilla magullada como recuerdo. Además, que, en el proceso, el único celular que tenían quedó destruido.

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No van a denunciar, «¿Para qué, a quién le va importar, nosotras mejor nos vamos de Villavicencio?», así inició la discusión cuando desde El Cuarto Mosquetero las encontramos caminando con varias bolsas con ropa, dos bebés y un aguacero acercándose. Tenían miedo, corrieron con suerte de que por lo menos le hubieran tirado la ropa a la calle, porque pudieron haber perdido hasta eso. El dinero, que eran alrededor de $400.000 no se los devolvieron, porque supuestamente se lo debían al dueño del burdel. Así que sobre las 3:00 de la tarde cuando nos encontramos, no habían ni desayunado, ni almorzado, esperaban hacer autostop y que alguien las fuera acercando a Bogotá, donde estarían por un tiempo.

Fondo Lunaria con su fondo de emergencia Rosa Elvira Cely que ayuda a mujeres que han sido víctimas de agresión, les permitió tener los recursos y el acompañamiento suficiente para que pudieran tomar rumbo a un lugar más seguro para que tanto ellas como los dos menores puedan estar mejor. Por ello, después de almorzar, entregarles dos copas menstruales y hacerles la capacitación -todavía teníamos algunas de las que se entregaron en diciembre a trabajadoras sexuales y mujeres de la periferia-, tomamos rumbo hacia el terminal.

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Allí mientras esperábamos, Pati me confesó que una de las razones por las cuales preferían irse de la ciudad en vez de cambiar de residencia, era por sus hijos, aquí no tenía a nadie quien los cuidara. En las noches que es la hora de empezar a trabajar, los niños son encerrados en las habitaciones traseras de la residencia -en las que normalmente ellas duermen y que no son para atender clientes- para así evitar que estos salgan al sitio de bebidas. Pero en el momento en el que ellas empiezan a trabajar, no tienen autorización para ir a ver cómo están los menores. Deben trabajar hasta que se cierre el local y aunque se esperaría que a altas horas de la noche los niños estén durmiendo, sucede que en el marco de su curiosidad empiezan a explorar. Por ejemplo, hace poco había descubierto que uno de sus hijos había sacado uno de los óvulos que tenía guardado y se lo había comido, así que le había tocado hacer de todo para que el menor expulsara todo eso.

Pero ese tipo de cosas no suelen importarle a nadie, ni a la institucionalidad ni mucho menos a algunos dueños de estos burdeles. Ahí fue cuando con tristeza afirmó: «Los hijos de las putas no importan».

Las trabajadoras sexuales y más si son migrantes, no tiene acceso a la salud, ningún tipo de protección, en Villavicencio no hay programas que se estén adelantando para proteger los derechos de ésta población. En Colombia no hay mayor normatividad para garantizar que se les respeten unos derechos mínimos a éstas mujeres que ejercen este tipo de «labor».

Hoy 02 de junio, Día Internacional de las Trabajadoras Sexuales hacemos un llamado a la institucionalidad para que dejen de esquivar esta problemática y recuerden que ellas día a día son explotadas, discriminadas y violentadas.

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