La suma de todos los miedos

“Quien controla el miedo de la gente, se convierte en el amo de sus almas”
Nicolás Maquiavelo –

Lo que primero observé tan pronto se declaró la cuarentena nacional por causa de la declarada “pandemia” que produce la enfermedad del COVID 19, fue el silencio.

La orden presidencial a través del decreto correspondiente, habla de limitar la movilidad de la población, con el fin de reducir al máximo la interacción social física, para así, disminuir la probabilidad de propagación del virus. La gente se confinó efectivamente (por lo menos en los sectores más hacia el centro de las ciudades) y asumió el silencio atronador como un componente más del aislamiento en casa.

Los medios de comunicación del establecimiento se han dedicado a amplificar la información sobre el virus, su crecimiento de contagio y mortalidad, las regiones afectadas, el efecto sobre la economía, el mandato de confinamiento por decreto presidencial, las imágenes de fosas masivas en New York y Brasil para recibir los cuerpos de los fallecidos por la enfermedad. Pero nadie ha dicho (por lo menos yo no lo he leído o escuchado) que las familias deben adoptar el silencio como un componente más de la cuarentena.

En el sector en donde vivo, pasaron casi dos semanas antes de que alguien reaccionara y se comenzara a escuchar música de nuevo. Las gentes permanecían encerradas en sus casas y las pocas personas que salían a realizar alguna compra, saludaban con timidez al vecino o vecina que se encontraban. Casi de forma inaudible. Incluso, con la vista agachada, pegada del suelo. Igual situación he encontrado en otros sectores de la ciudad.

Los antejardines cerrados con candados y cadenas descomunales, demuestran ese miedo irracional e hipermagnificado que siente la población. No es una situación general en todo el sentido de la palabra, pero si la he visto en una porción muy importante de las gentes. El peligro, es que esa irracionalidad se contagia rápido y desencadena en violencia, en la delación del otro a quien consideramos no se adapta a los rigores de la prohibición, tal cual la entendemos de forma subjetiva, en la rendición de la razón y de la libertad a cambio de una seguridad que aceptamos para defender la vida con el costo de nuestra vida.

Aprovechando ese silencio mortal, los gobiernos abusan de todas las formas habidas: Limitan las libertades y los derechos civiles, cierran los poderes públicos, gobiernan por decreto sin ningún control, disponen de las finanzas públicas para socorrer a sus amigos, socios y financiadores, en tanto que a quienes producen la riqueza y el desarrollo de los países – los trabajadores y las trabajadoras – se les deja sin el mínimo sostenimiento. Previendo las consecuencias del nepotismo, la plutocracia y la dictadura, fortalecen el armamento de los aparatos de represión estatal (oficiales y no oficiales) para acallar las voces que necesariamente se alzarán pidiendo respuesta a las necesidades que han quedado al desnudo.

“Por que no te callas” le decía el hombre que parasita al pueblo español al expresidente Hugo Chávez, cuando este último denunciaba y cuestionaba el papel explotador de los aliados norteamericanos. “Se callan o los hacemos callar” le decía un expresidente colombiano a los manifestantes, en una correría política. “De qué me hablas viejo” respondió el presidente colombiano a un periodista que preguntaba sobre la violencia policial durante las protestas sociales antes del COVID. “Si pide implementos de protección, lo despedimos” les dicen los dueños de las EPS a médicos y enfermeras. Amenazas y asesinatos de reclamantes de tierras o liderazgos sociales que denuncian al crimen organizado que no han podido parar los militares norteamericanos que “vuelven” a luchar contra el narcotráfico, persecuciones a policías y militares que denuncian las redes criminales que se enriquecen dentro de dichas instituciones. Persecución y amenaza al periodismo investigativo que se encuentra por fuera de las organizaciones privadas del establecimiento, y que denuncia la corrupción estatal, el entramado de relaciones criminales que se mueven desde los gobiernos en contubernio con las mafias varias, y con la complicidad por acción u omisión de los otros poderes públicos.

La gente venía reaccionando antes de la “declaratoria de pandemia” y lo hará de nuevo, tan pronto se reactive una ligera normalidad. Estados Unidos se incendia ante el hartazgo de las poblaciones subalternas que han sido y son víctimas de los explotadores capitalistas, que tienen como característica la supremacía racial y social. El imperio se desmorona desde adentro, y en algunas décadas sucumbirá. La violencia que despliegan desde la élite, es la manifestación de los estertores de una agonía lenta, pero sostenida. Lo mismo le está ocurriendo a algunos poderes en nuestro país.

El silencio que nos imponen es la manifestación del miedo a su decadencia. El silencio es la marca de la larga cuarentena a la que han sometido a la población humilde de nuestro país, para acumular riqueza en sus manos y miseria y dolor en las nuestras. El silencio es el sonido del miedo. La suma de todos los miedos.

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