Ha terminado el Torneo Internacional del Joropo y con él se va el homenaje a Miguel Ángel Martín, su creador. No me interesa hablar de las fiestas, o de los turistas, ni mucho menos de las buenas borracheras que se debieron meter los habitantes de la calle que cada domingo se sientan a tomar cunchos de aguardiente frente al colegio Espíritu Santo; me interesa hablar es de cómo, durante 50 años, no hemos sido capaces de transformar la cultura llanera, como si esta, en su más profundo sentir, consistiera únicamente en caballos, vaquería y joropo.

En el centro de Villavicencio está el Parque del Hacha.  En el centro del parque, como si se tratara del mismo centro de Villavicencio, está el monumento de un hacha haciendo equilibrio sobre dos bases rectangulares que antes fueron rojas; y que ahora, al igual que el monumento en todo su conjunto, parece llenarse de ese polvillo de oro frágil que conocemos simple y llanamente como olvido. En el medio del hacha hay una inscripción en la cual lo único que se puede leer es: “JOSE EUSTASIO RIVERA”, y el resto son letras que han sido borradas por el tiempo.

El Hacha probablemente representa a La Vorágine, a ese librillo pesado al que todos en el colegio le huimos despavoridos, pero que, si se lee después, termina por mostrar una realidad que vivió Colombia en sus llanos orientales y que hace una denuncia social sobre la explotación cauchera y las condiciones en las que sus campesinos se encontraban. Sin embargo, entre más se lee el libro, más se puede reconocer que la letra escrita hace más de 90 años, termina por hacer reconocer una realidad que aún hoy está latente y que se va transformando en otro tipo de mal, otro mal quizás más acorde al Hacha, o más acorde al parque del Hacha; a la deforestación.

 La denuncia que implicó La Vorágine, permite que ahora, aún después de 90 años, tengamos presente lo basto y rural -mucho más rural, diría yo -que puede llegar a ser este país. La cultura siempre ha servido para eso, para poner en tal plano a la realidad o la ficción, que termina por mover los cimientos de toda la sociedad en búsqueda de una empatía mediante la crítica o el arte, en este caso mediante la literatura. Sin embargo, a pesar de que estuve de viernes a domingo en los conciertos y en los eventos que el cuerpo me permitió, debo decir que la cultura en el Llano está en peligro.

Está en peligro porque se encumbró a resaltar lo recio que es bailar joropo, lo bonito que se escucha el arpa rasgada junto con el cuatro, o lo sencillo y libre que resulta vivir en el llano. Sensaciones todas que nos hacen sentir orgullo por nuestra tierra, y que el turista aplaude con emoción. Pero está en peligro, muy a pesar mío, porque lo que ahora reconocemos como esa cultura llanera se olvidó de la crítica, de la denuncia, de la destrucción de la misma cultura que lleva 50 años exponiéndose en un torneo internacional del Joropo.

La crítica, la denuncia, la destrucción de la misma no tiene que ser necesariamente en términos politiqueros. No pretendo que un cantante invitado olvide saludar a cada uno de los miembros del gobierno que los invitan, poniendo en riesgo su invitación al próximo torneo; pretendo, eso sí, una crítica del arte por el arte, pretendo que las letras de lo bueno que es vivir en el Llano también trasciendan y creen el arte de lo grotesco y absurdo, de lo abismal y lo inseguro que resulta dedicarse a ser llanero en este país.

A Villavicencio, al Meta, y sobre todo al Llano, le hace falta un poeta o escritor, un músico o un pintor que se dedique a la crítica social en serio, que exalte no solo la belleza natural que hay en estas tierras, sino que resalte lo difícil que puede ser para algunos, algunos como los que ahora empuñan un Hacha obligados a deforestar, u otros que nacen y crecen con oportunidades mínimas comparadas a la ciudad.

Quizás una canción de la gran cantidad de habitantes de calle que se sientan a tomar cunchos de aguardiente a las afueras del Espíritu Santo, el olvido de todos los monumentos por los que los turistas probablemente no pasan, un machismo vigente e incitado hasta en su baile, y una cultura que desde hace 50 años viene siendo la misma.

*Opinión y responsabilidad del autor de la columna, más no de El Cuarto Mosquetero, medio de comunicación alternativo y popular que se propone servir a las comunidades y movimientos sociales en el Meta y Colombia.

Deja una respuesta

Solo los administradores pueden añadir usuarios.