El lugar común de Iván Duque

Ya es cotidiano escuchar en los medios de comunicación las constantes recomendaciones del Ministerio de Salud ante la pandemia; distanciamiento social, lavado de manos mínimo cada tres horas, evitar el contacto de las manos con el rostro y cumplir a cabalidad con lo decretado para el aislamiento preventivo obligatorio, mientras tanto, a través de la ventana del privilegio se observa a un hombre buscar entre bolsas de basura, revuelca, palpa y olfatea, al parecer esta calle aciaga solo ofrece desechos orgánicos, el resultado invariable de 15 bolsas es una gran interjección corporal, llevarse las manos al rostro.

Van diecisiete días de confinamiento con vertiginosos momentos noticiosos, toques de queda, simulacros de aislamiento, cierre de fronteras, aeropuertos, colegios y universidades, declaración del estado de emergencia y la mal llamada cuarentena, politiqueros reptantes actuando como siempre, amotinamiento en cárceles por la emergencia sanitaria, egos gobernando y juegos de poder intentando legitimar a unos pocos, la confirmación del primer fallecido por el virus, a continuación otro, uno más, tres, cuatro, cuatro más, dos, uno, ya van diecisiete.

El llamado a la calma, por estos días contrasta con el despliegue, articulación e instalación de centenares de camas en recintos feriales, centros de eventos y clínicas cerradas, con el fin de, en un punto descongestionar el sistema de urgencias del país, con todo y estas múltiples actuaciones, la cifra es de 1.065 casos confirmados, muchos ciudadanos desconfían de estos datos, ya sea por la creencia de que es una medida para evitar el pánico generalizado – esto desde la perspectiva que el gobierno demerita el intelecto de la ciudadanía – o porque una de las maquinas en las que se llevaba a cabo el proceso de pruebas de Covid – 19 se había dañado.

Los ciudadanos famélicos rompen la cuarentena a causa de su ineludible hambre, mientras el gobierno abyecto se encomienda a seres místicos y emite bodrios promocionando izar la bandera como símbolo de solidaridad, sentimiento refrito por estos días. Un copioso grupo de privilegiados, resguardados en sus casas, con alimento suficiente, y afectados por lo que consideran un encierro desmedido, izan la bandera, escuchan Color Esperanza, y con un tono camandulero usan palabras como generosidad, resiliencia y empatía, simples escudos triviales en los que camuflan sus sentimientos atrabiliarios por el aislamiento. También pasan sus días compartiendo y viralizando imágenes o videos con frases sermoneras, en su mayoría de Daniel Habif, que a partir de hoy por antonomasia debería ser el equivalente a lugar común, porque no son más que enunciados mal construidos con la capacidad de alienar las masas.

Así como la propuesta irrisoria de izar la bandera, la Primera Dama en un mensaje melifluo invitó a pensar y a actuar en plural, una elegante propuesta de autoayuda, el patrioterismo, la falsa solidaridad y la desidia se han apoderado de la Casa de Nariño, con remates estultos del Presidente Iván Duque que a diario habla de los “abuelitos”, mediocre infantilización de los adultos mayores.

Al espurio Presidente que oye, pero no escucha, se le apareció la virgen, la de Chiquinquirá claramente, pasado más de un año y medio de mandato por fin este gobierno tiene una bandera palpable para enarbolar; luchar contra la pandemia. Sí, es más tangible este virus que los abstractos lineamientos que se esgrimían antes del seis de marzo: la economía naranja, el emprendimiento y la legalidad, pasaran a ser un lugar común más de este gobierno.

Al final muchos se llevarán las manos al rostro.

 

*Opinión y responsabilidad del autor de la columna, más no de El Cuarto Mosquetero, medio de comunicación alternativo y popular que se propone servir a las comunidades y movimientos sociales en el Meta y Colombia.

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