El campo en época de pandemia

Lo de afuera

Quizás estamos preocupados/as por la situación actual de las ciudades, el transporte público, la economía urbana, los barrios a lo largo y ancho del país, que sacan sus banderas rojas o azules, por falta de comida y agua. Todos podemos verlas, por lo menos diferenciarlas y decir en redes constantemente ¿Cómo ayudamos? “Acabé de donarle a mi vecino un mercado”, entre otras frases que han sido parte de nuestra cotidianidad actualmente.

Nos hemos enfrentado a las redes sociales, como intermediarias para acceder al campo, ofreciendo los paquetes de hortalizas y verduras, frutas y aromáticas, que ofrecen los campesinos y campesinas del país, para poder ayudar a la economía del agro desde la comodidad de nuestras casas. Sin embargo, no es tan simple como postear y compartir la situación; si revisamos en un contexto más profundo e histórico, este sector ha sido maniatado, olvidado y convertido en ausente a lo largo de los años.

Según cifras del DANE, entre 2016 y 2018, la pobreza multidimensional creció un 19,6%, con 1.107.000 personas. La pobreza monetaria en 2018 fue del 27%, en donde 190.000 entraron en este marco. El 66% de la pobreza en Colombia se concentra en las áreas rurales. Posteriormente, si examinamos entre 2019 y 2020 no se encuentran datos oficiales de la pobreza rural en el país.

Todo lo anterior sucede en una inmutable “tranquilidad”, donde ni en la idea más absurda se podían ver a las naciones en medio de una pandemia, pues eso solo pasaba en lo ficcional de las películas. Pero no, sucedió lo inevitable, llegó el virus al territorio nacional, lo afectó todo, las formas de vida, la interacción social, y las miradas a sectores vulnerables en el espacio geográfico se cerraron por completo. Las áreas más alejadas de país, como corregimientos, veredas y pueblos, que quedan lejos de las cabeceras municipales además de ser sectores afectados, ahora son más invisibilizados.

Por otra parte, no menos angustiante, el 07 de abril de 2020, se firmó por parte de la Presidencia de la República, el Decreto 523 que hace alusión a la importación de más de 2.4 millones de toneladas de alimentos tales como: sorgo, soya, maíz amarillo y torta de soya. Meta, Tolima, Antioquia, Valle del Cauca y Cundinamarca son unos de los mayores productores de maíz y soya en el país. Según el portal web ‘SOY CAMPESINO’, los campesinos y campesinas en Colombia son capaces de producir la comida internamente, sin necesidad de traer los productos nacionales de afuera. También es perjudicial para las familias competir ante los precios de Estados Unidos y otras Naciones con un desarrollo económico fuerte. En cifras de FENALCE, el 13% de la producción agrícola nacional se ocupa del maíz.

“Cuando el campo se esfuerza por producir y echarse al hombro a todo un país en plena crisis, el Gobierno importa alimentos propios de la producción nacional.” – Soy campesino.

El panorama es sombrío e indignante. El trabajo familiar permanente se da en el campo. Más del 50% de la producción de alimentos en el país viene de fincas campesinas pequeñas, que no tienen más de cuatro hectáreas de tierra. Según el Censo Nacional Agropecuario, cerca de 1.1 millón de personas viven en sectores rurales, de producción campesina, no obstante en situaciones de pobreza.

Lo de adentro – Narrativas personales

Hermides Marroquín, cafetero y campesino de por vida, vive en ‘Florida baja’ vereda ubicada en Rovira-Tolima. El pueblo está situado a treinta y cinco kilómetros de la ciudad de Ibagué. La vereda se encuentra localizada a treinta kilómetros del pueblo. En campero aproximadamente se llega entre una hora y media o dos, por carretera destapada, aunque depende del estado del clima, el barro y la velocidad en el trayecto. No obstante, también está ‘Florida Alta’, que está separada por más de dos horas de trayecto, dependiendo la lejanía de las casas, ya que puede haber familias en la profundidad del campo, que se demoran hasta cuatro horas a pie o más, para llegar al asentamiento donde vive Hermides.

Este sector es potencial productor de café. En esta época el consumo de café se ha incrementado, y en tiempos de recolección el bulto se paga muy bien. Aunque está en su momento predilecto, los otros productos no se sacan de la misma forma. Las salidas al pueblo están restringidas, así que para transportar el café en este caso, se debe pagar una remesa al conductor que se aventura a llevarlo, venderlo y entregar las ganancias al propietario de la producción. Por la crisis en el país cambiaron las dinámicas de venta y compra; panela, cebolla, plátano, frijol y maíz se encuentran en el mercado hasta un 40% más caros, ese mismo mercado que vende los productos que siembra Hermides y otros campesinos de la región.

Hermides Marroquín en sus tareas diarias del campo tolimense. Fotografía por Andrés Moreno.(Intermedio)

“Esto ha afectado la economía campesina exponencialmente. El campo vende baratos los productos, pues toca, y pese a eso, los intermediarios son los que ponen el precio de la producción agrícola, no nosotros los campesinos, dueños de la tierra.”

A demás de no tener garantías comerciales, no hay un control gubernamental en los precios. Las ayudas del Estado no se han visto, por el contrario, es tan ausente el Gobierno Nacional, que por ser pueblos alejados de las capitales, los precios de los productos de cuidado frente al COVID-19 están por las nubes. Encontrar tapabocas, alcohol o gel antibacterial es difícil, y al momento de adquirirlos se paga hasta un 150% más que el precio de comercialización normal. No hay controles de salubridad, según Hermides en el campo no hay cuarentena y las personas hacen sus vueltas como si nada. La policía no revisa, no hay distanciamiento, no hay control. Los productos de la canasta familiar han subido entre $500 y $2.000 pesos, sin previo aviso, sin pensar que el campo no puede pagar los productos más caros que la ciudad, pues los índices de pobreza son altos.

“De 600 familias que habitan en la vereda, solo a tres les llegó la devolución del IVA, y ese dinero no alcanzaba para casi nada, las demás se han visto afectadas, pues por acá no llega nadie.”

Un ejemplo claro es que de una paca de panela, que se vende a $65.000, termina valiendo en el mercado 150.000 pesos. Una bolsa se plátano de $12.000 termina valiendo de $30.000 a $35.000. Se le paga bajo al campesino, pero el intermediario, termina ganando más que este, que se dedica todo el año al trabajo más duro.

Gladys Ramírez es una campesina perteneciente al municipio de ‘El Calvario’ en el departamento del Meta. Lleva más de cuarenta años viviendo de esa labor, trabajando la tierra para alimentar a su familia y al país. A causa de la crisis humanitaria, no ha tenido los recursos necesarios para sembrar sagú, ya que todo el dinero diario se va en alimentos excesivamente caros.

Según nos cuenta, este municipio es rico en siembra de mora, lulo, sagú, maíz, fríjol y caña de azúcar. En épocas duras de invierno como las actuales, son los momentos más esenciales para sembrar y al mismo tiempo para recoger.

“Muchas familias tienen que dar casi regalado el fríjol por ejemplo. A veces los compradores se aprovechan de la situación en la que estamos viviendo, y le ponen un precio por debajo del normal. Si no tenemos otra alternativa, nos toca venderlo, regalarlo o dejarlo perder.”

Por otra parte Gladys, al igual que muchos campesinos que conoce, no tienen el dinero suficiente para comprar implementos de protección, como tapabocas o gel antibacterial. Si compran estos elementos, quizás no puedan comprar los alimentos que consumen normalmente. Los niños que comían en la escuela rural, ahora están en casa y eso aumenta más los gastos diarios. No hay garantías de educación, acceso a telecomunicaciones, alimentación digna o subsidios que les ayude a sobrellevar este agudo momento. “Uno ve que ahora trabajan por el internet, por el teletrabajo, pero los campesinos no tenemos esos lujos, no podemos sembrar por computador, ni cuidar los hijos y la tierra por lo virtual.”

Así como Gladys, Hermides y otros campesinos con los que hablé, tienen preocupaciones diversas frente a la situación, que no los ha beneficiado, al contrario, les ha puesto un peso enorme frente a la crisis. Producir para el país y subsistir lejos de la mirada de este. Piden canales de comercialización, organización y atención en lo comercial. Convenios directos entre el campesino y el destino final del producto, para que los abusos excesivos de los intermediarios no se den más.“¿Quién produce y quién cuida los productos del campo, más que nosotros los campesinos?”

El frío y la montaña. Cundinamarca. Fotografía por Alejandra González.(Intermedio 2)

El campesino labra la tierra, la cuida, le canta, la cultiva, recoge el fruto que llega a su mesa, pero no tiene las garantías dignas y necesarias para la producción y distribución comercial. No tiene la mirada fija del gobierno, de la ciudadanía, de nadie. Potencian la economía nacional, pero están en la incertidumbre del mañana, pagando créditos caros, para cultivar lo que comemos, y lo que medianamente les deja para vivir. La soberanía alimentaria es una simple y llana utopía y aunque hay una Política Pública Nacional de Seguridad Alimentaria y Nutricional en Colombia, la realidad que vive el campo, está lejos de esos objetivos mundanos, que solo se reflejan para la venta de los productos naturales en las grandes empresas de comercialización de alimentos.

Apoyemos los mercados campesinos. A esas personas que se levantan temprano en la madrugada a ordeñar, cultivar y recoger, para que nosotros en nuestra comodidad podamos seguir viviendo y comiendo adecuadamente, gracias a esas manos que nos dan, pero que no reciben.

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