Sinceramente, no vi el video de Epa Colombia. Escuché que aparecía sonriente con un martillo golpeando las puertas y registros de tarjetas de las estaciones de Transmilenio, mientras transmitía en vivo el vídeo y decía apoyar el Paro Nacional. Puede que los hechos hayan sido diferentes, no lo sé, pero sí me enteré de la gran cantidad de noticias que siguieron al video: Epa Colombia podrá ser acusada de incitación al terrorismo. A más de mil millones de pesos ascienden los daños. Cárcel para Epa Colombia y todos los vándalos.
Hace unos años, recuerdo haber visto el mismo fervor en las noticias y las redes cuando un joven de Bogotá salió de su apartamento drogado, se saltó un semáforo en rojo y estrelló a un taxista, que lastimosamente murió. No se diferenciaba mucho el modo en que los medios abordaron el tema: Se pronuncia la esposa del taxista. El joven al parecer consumió marihuana. Cárcel para el joven que asesinó a taxista en accidente de la Av. 68.
En una de las primeras clases a las que asistí en derecho, mi profesor de criminología se subió al estrado e inició con una pregunta que aún hoy me asedia constantemente: ¿Quién de ustedes no ha cometido un delito? Que levante la mano, dijo, mientras agachaba la cabeza y miraba por la parte superior de los lentes. Yo la levanté, lo hicimos todos en realidad. Con 17 años, uno cree que los delincuentes son solo aquellos guerrilleros que secuestran, o aquellos que estrellan con su vehículo a otro, o aquellos que dañan con un martillo estaciones de Transmilenio. Empezó a preguntarnos uno a uno, mientras nos señalaba con su dedo, si alguna vez habíamos decidido no devolver los doscientos pesos de más que nos dio la señora de la tienda, o si alguna vez nos habíamos dado en la jeta en un salón de clases, o si alguna vez habíamos tomado alcohol en vía pública, o si alguna vez no nos habíamos saltado un semáforo en rojo. Todo eso son conductas ilegales, nos dijo. Al final, quizás por temor, o quizás porque el profesor tenía razón: ninguna mano quedó levantada en el aire.
Salí de la clase sintiéndome un delincuente. Lo era, todos/as lo somos. La diferencia es que todos esos delitos no desestabilizan la sociedad tan drásticamente como lo hace el asesinato, el secuestro, o el robo. Pero aún hoy ¿Realmente no la desestabiliza? Me pregunto. Yo sí me he pasado semáforos en rojo a la 1:00 a.m. Pero he contado con la fortuna de no estrellar a nadie. He manejado con sueño, por ejemplo (que no es muy diferente a manejar borracho, pues en últimas se está asumiendo el mismo riesgo: poder acabar con la vida de otro) y he tenido que parar por un café para poder continuar con el trayecto. En cualquiera de esos actos irresponsables, pude haber acabado involucrado en un accidente y pude haber sido víctima del fervor de los medios: Joven causa accidente por saltarse semáforo en rojo y muere indigente. ¿Qué hubieran pedido para mí? Probablemente cárcel.
«La cárcel en Colombia es un castigo a la persona que comete un delito, pero su fin último es buscar que esa persona que cometió el delito no lo vuelva a cometer: no porque esté encerrado, sino porque adquirió o entendió el conocimiento y la experiencia suficiente para saber que lo que hizo estuvo mal».
¿Por qué nos surge tan intestinalmente ese deseo de que una persona pague por su delito encarcelado? ¿Creemos que eso da ejemplo en la sociedad? ¿Si metemos a la cárcel a Sebastián por haber matado un habitante de calle en un accidente, todos los jóvenes de Colombia dejarán de saltarse semáforos en rojo a la 1:00 a.m.? O, como en el caso de Epa Colombia, ¿consideramos que es justo un carcelazo por vándala? Sinceramente, las respuestas a esas preguntas han llevado a años de investigación, y conllevan un sistema carcelario que persigue un fin, y que para el caso de Colombia es la resocialización del delincuente; que no es otra cosa que su reincorporación a la vida social, es decir: que Epa Colombia no vuelva a martillar puertas y torniquetes; y que el joven no vuelva a manejar drogado.
Creo sinceramente, que ambas lecciones las pueden aprender los victimarios sin necesidad de tener que ir a parar en una cárcel (que además están rebosadas de presos, en malas condiciones, y de las cuales probablemente saldrán con un odio social que los lleve, ahí sí, a cometer más conductas ilegales). Quisiera equivocarme, pero mucha de la presión social que existe, y el deseo de que Epa Colombia pague cárcel está fundamentado en un odio, repulsión, entre otras cosas irracional, que se evidencia en comentarios como: “Vieja guisa, bruta, ignorante”. O en el caso del joven: “Como el niño es rico, no lo meten a la cárcel”. “Que pague encerrado, ¿o es que por ser rico no lo meten?”. Ese deseo, o ese odio, muchas veces ha llevado a los jueces colombianos a tomar decisiones que considero erradas, y a manifestaciones mediáticas que causan un mayor daño social.
La cárcel en Colombia es un castigo a la persona que comete un delito, pero su fin último es buscar que esa persona que cometió el delito no lo vuelva a cometer: no porque esté encerrado, sino porque adquirió o entendió el conocimiento y la experiencia suficiente para saber que lo que hizo estuvo mal. Lejos de eso, se sabe realmente que en Colombia la cárcel no está reinsertando a esas personas en la sociedad, sino que está corrompiendo (no creo que sea la palabra adecuada) a las personas que allí entran.
¿Qué será de la vida de aquel joven al que encerraron por el accidente? Creo, si mal no estoy, que ahora está tras las rejas en la Modelo. En unos diez años, ya no será joven sino un hombre de unos treinta años, con el tiempo acosándolo para estudiar, y con muy escasas posibilidades de trabajar. Quizás, sus pocas oportunidades estén resumidas a reunirse con los amigos que conoció en la cárcel y buscar la manera de ganarse la vida delinquiendo.
Creo que existen muchas otras formas de sancionar a una persona que comete ese tipo de delitos: por ejemplo, considero acertada la medida del juez de prohibirle volver a usar redes sociales a Epa Colombia. Sin embargo, me preocupa mucho el deseo y el odio que cargan los colombianos con personas que revisten arquetipos o papeles protagonistas de las cosas que no queremos en el país: que somos pobres y ellos ricos, que somos inteligentes y ellos brutos, que nos vestimos bien y Epa Colombia es una guisa. Mientras tanto, los verdaderos delincuentes como los robos a Odebrecht, Reficar, Interbolsa, están sin condena en contra y los medios en silencio.
*Opinión y responsabilidad del autor de la columna, más no de El Cuarto Mosquetero, medio de comunicación alternativo y popular que se propone servir a las comunidades y movimientos sociales en el Meta y Colombia.