En la Orinoquía colombiana, donde las sombras de la violencia han marcado generaciones, Audelina Jaspe se erige como un símbolo de resistencia y valentía. Tiene un andar particular, casi como si estuviera corriendo una carrera contra el viento, contra el tiempo, contra todo. Sus pasos cortos y su mirada al frente dan fe de una mujer determinada tras la sombra que genera la gorra negra que lleva para protegerse del sol abrasador de la media mañana en Villavicencio.
Nacida en Trinidad, Casanare, supo encontrar el amor en su terruño y empezar a formar una familia. Allí la tensa calma era solo un abrebocas de lo que conocería con el pasar de los años. Con la llegada de la maternidad vio una oportunidad para explorar otras facetas, pero tres años más tarde su esposo es asesinado. “Poco he conocido el miedo”, afirma Audelina, mientras rebusca en su memoria alguna pequeña reminiscencia de lo que fueron esos tiempos. Trabajando en embarcaciones, en restaurantes por meses mientras le huía a la violencia, pero sobre todo, al dolor.
Y es en esta travesía que desembarca en Puerto López, municipio metense y centro geográfico del país. Allí, en el ombligo de Colombia, empieza a rehacer su vida, a repensar cómo será a partir de ahora el buscar estabilidad para ella y su hija. Y en medio de este proceso conoce a quien sería el papá de sus otros tres hijos. Así, Audelina nuevamente inicia su vida. Otra oportunidad, una familia más grande y un nuevo arraigo. Es allí, en ese lapso que poco a poco se iba acercando a sus convicciones, a ese liderazgo que al día de hoy la tiene como un referente importante para en los procesos en búsqueda de la paz, junto al campesinado, los movimientos sociales y políticos.
Por vicisitudes de la vida, la vereda Alto Navajas se convierte en su hogar y ahí empieza su interés de manera puntual por el bienestar de la comunidad. Poco a poco se acerca a estos procesos con el fin de vincularse en las actividades de la organización comunal del territorio, y con el tiempo ocupa espacios más visibles, alzando su voz en pro de las reivindicaciones de la vereda. Fue así como, sin pensarlo, llega a ser presidenta de la junta de acción comunal.
Cuando habla de su gestión eleva su mirada y empieza a jugar con sus manos con pecas y manchas que fácilmente cuentan el paso del tiempo, contrastando con el esmalte rojo y gastado de sus uñas, mientras va narrando que luchó y luchó, insistió incansablemente y finalmente logró una pavimentación de veintiún kilómetros para su vereda, lo cual le llena de orgullo y rememora con cierta emoción. Fue así que Audelina se fue ganando un reconocimiento por su liderazgo y su determinación. Sin embargo, junto a los procesos organizativos de resistencia contra los cultivos de caña y la explotación petrolera, también llegó de nuevo el desplazamiento.
Así, hace nueve años, en el 2015, una declaración abrupta le interrumpe su andar. El interlocutor, sobre una moto y tapado de cara y cuerpo para no dejar pistas de su identidad, le advierte que tiene que irse. La orden era matarla. Audelina sospecha que era un joven al cual ella ayudó y este decidió ponerla al tanto, cerrando este anuncio diciéndole que él le advertía, pero que otro día seguramente mandarían a otro que simplemente descargaría el arma contra su humanidad. Audelina no sintió miedo. La firmeza de su determinación no se lo permitió; sin embargo, fue la curiosidad la que no le permitió conciliar el sueño esa noche.
Fue así que el 15 de febrero de 2015 llegó a Villavicencio. El desarraigo una vez más abordaba la vida de Jaspe. Para esa ocasión no dejó solamente su hogar, también a su familia. Sin decirle por qué, le dijo a su esposo que ya no estaría con él. Nunca mencionó los riesgos o las amenazas, solo soportó el amargor de esa charla aciaga, dio la vuelta y emprendió camino. Así, siente ella, salvó su vida y la de quien hoy es su exesposo. A lo largo de los años, Audelina ha sido objeto de múltiples amenazas. En distintas ocasiones su vida ha estado en riesgo, pero su compromiso con la justicia social ha prevalecido pese a la desprotección del Estado.
En Puerto López, en el departamento del Meta, en la Orinoquía y en el país, Audelina Jaspe es un ejemplo de liderazgo, determinación y resistencia. A pesar de los desafíos, sigue viajando cada tanto hacia el territorio que considera suyo, propio, pues allí ha logrado crear espacios de diálogo y fortalecimiento desde lo comunitario y lo sindical. Su espíritu indomable sigue iluminando el camino de aquellos y aquellas que la acompañan en los procesos que buscan justicia y paz en Colombia. Una Colombia “desigual por doscientos años” según afirma. Su historia, su voz entusiasta, sus ojos cansados, su peinado perfecto, a pesar de esa gorra blanca que le acompaña, es un recordatorio de que la lucha por los derechos humanos es un viaje largo, pero no imposible, y que siempre hay caminos para encontrar la esperanza desde las firmes convicciones.
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