La historia de Bojayá es una de dolor, pero también de resistencia. Aunque este municipio del departamento del Chocó quedó marcado por una de las tragedias más atroces de la historia del conflicto armado colombiano, gracias a su deseo de resurgir ha logrado levantarse y sacudirse los vestigios de la violencia para construir dinámicas basadas en paz y reconciliación. Y aunque esta pujanza de mano de los gobiernos nacionales y territoriales venideros fue posible, además también de las ayudas humanitarias, hoy lo incierto de la violencia vuelve a hacer presencia en la población que divisa el gigante Río Atrato llevar sus aguas por allí. La autoridad, como en muchas zonas lejanas de departamentos con poca presencia estatal, empieza a ser afectada por la disputa entre el Ejército de Liberación Nacional -ELN- y las Autodefensas Gaitanistas de Colombia -AGC- y otros actores armados.
El Chocó es la puerta de Colombia al Pacífico. Un territorio reconocido por su belleza, sus paisajes. El destino adonde se viaja si se quiere conocer el paraíso. O avistar a las ballenas jorobadas, que acuden ahí desde la Antártida para dar a luz a sus crías. Un departamento cuya geografía, historia, economía y transporte es principalmente fluvial: los ríos son los caminos a recorrer, por donde se articula y se construye territorio. Precisamente, un río sirve de vía de acceso al municipio de Bojayá, en la subregión del Atrato. Un territorio históricamente golpeado por la violencia y desafortunado protagonista de uno de los episodios más dolorosos de la historia reciente de Colombia.
El 02 de mayo de 2002, Bojayá se hizo conocida gracias a un hecho desafortunado. Este pequeño municipio fue el epicentro de una masacre que estremeció al mundo. Un cilindro bomba lanzado por las FARC estalló en una iglesia donde cientos de personas buscaban refugio en medio de un enfrentamiento, provocando la muerte de al menos 86 personas y decenas de heridos. Este episodio dejó profunda herida en la memoria de esta población, sin embargo, a su vez desencadenó lo que fue la reconstrucción del tejido social de esta comunidad y la apuesta de la misma por mantenerse al margen del conflicto y buscar vivir en paz.
Tras esta masacre que 22 años después sigue estremeciendo al país con sus relatos, Bojayá quedó a la deriva en medio de un profundo duelo y una abrumadora desolación. Y aunque el dolor era casi tangible, fueron las voces de líderes y lideresas de la comunidad quienes tomaron la iniciativa de apostarle a la reparación, a la paz y al resurgir de este pueblo. Fue así que los grupos sociales respaldados por diversas organizaciones sociales y por algunos actores internacionales que en Bellavista, cabecera municipal de Bojayá, empezaron a reconstruir sus hogares, sus calles, sus plazas, sus procesos de identidad y su proyección para ser reconocida como una tierra sin las hostilidades y zozobras que carga el conflicto a donde llega.
En este andar de reencontrarse y, tal vez, repensarse como comunidad, ha sido fundamental para este resurgimiento de Bojayá el fortalecimiento de los liderazgos comunitarios y la activa participación ciudadana. A través de procesos de organización surge la creación de la Mesa de Víctimas de Bojayá y otros espacios han permitido que las voces de quienes sufrieron la violencia en primera persona o quienes han perdido a sus familiares, puedan ser escuchadas. Y que a partir de esto se empiecen a tomar medidas concretas y a plantear soluciones puntuales que den pie al inicio de la reparación integral y la no repetición de violencias en la región.
A lo largo de los años, la municipalidad de Bojayá ha sido uno de los focos principales a donde han llegado distintas iniciativas de reconciliación y perdón. Iniciativas que han contribuido a sanar esa herida profunda y arraigada en cada una de las personas que sufrió alguna violencia, pero que con cada acto, en miras a la reparación, permite la construcción de puentes hacia el futuro. Ejemplo de esto fue el perdón público que ofrecieron las y los excombatientes de las FARC a las víctimas de la masacre en 2018, el cual marcó un antes y un después en los procesos de reconciliación. Este hecho, que encontró a víctimas y victimarios en un mismo espacio, fue la primera piedra para la edificación de una paz duradera para los habitantes de Bojayá.
Es así que el pueblo ribereño de Bojayá y todo lo que rodea su resurgimiento en medio del flagelo del conflicto, es un testimonio vivo y colectivo de la capacidad que tienen pueblos enteros para sobreponerse a situaciones marcadas por la adversidad y con decisión enfocarse en construir un futuro proyectado hacia la paz y la reconciliación. Y es claro que aunque las cicatrices del pasado siguen sintiéndose a más de dos décadas de la tragedia, la comunidad con determinación ha demostrado que el marcar un camino hacia la paz sí es posible cuando el andar va de la mano con la verdad, el perdón y el convencimiento de querer tomar un rumbo distinto. En medio de la oscuridad, Bojayá logró encender una luz, una grande que ilumina al país entero y es guía para la construcción hacia un mañana mejor para todos.
La promoción del desarrollo económico y social es otro pilar de la recuperación de Bojayá. Por medio de proyectos productivos, programas de empleo y una diversidad de actividades que han venido fortaleciendo las estructuras empresariales, las comunidades tanto afro como indígenas que viven en la cabecera, crean oportunidades para el avance y bienestar de sus residentes. La misma promoción del turismo comunitario y el uso sostenible de los recursos naturales ha permitido dinamizar a las economías locales, y al mismo tiempo ha fomentado un profundo sentido de arraigo y pertenencia local por su territorio.
Es así y justo por esta conexión y sentido de pertenencia por su territorio que ha surgido una relación estrecha con el Río Atrato. Este cuerpo de agua es el tercero más navegable de Colombia, después del Magdalena y el Cauca y fue el primero en ser reconocido como sujeto de derechos en el país. El río nace en el Cerro del Plateado en el municipio de El Carmen de Atrato, y desemboca en el golfo de Urabá, en el mar Caribe: cerca de la frontera con Panamá y recorre gran parte del departamento del Chocó y es para la comunidad bojayaseña y en general para el pueblo chocoano es un ser sintiente que ha sido testigo de ires y venires, de esperanza y tragedias y hoy en su andar serpenteante es testigo de cómo a casi cinco horas de Quibdó, en Bellavista, cabecera municipal de Bojayá, la paz sigue siendo la apuesta de memoria, reivindicaciones y tejido comunitario.