Cuando pasé la lata de cerveza por la máquina registradora del supermercado, en el lector pude ver que costaba 300 pesos argentinos. Un señor atrás mío protestó porque veía que mis compras ya rondaban los miles de pesos. “¿A dónde irá a parar este país?” dijo mirándome y alzando el rostro en señal de desaprobación. Era enero, del año 2023, y yo aún no entendía el funcionamiento de la economía. Hace pocos días, es decir, en febrero del año 2024, una lata de la misma cerveza y lugar valió 1.800 pesos. Un aumento de casi el 600%. Es Argentina, un país inflacionario.
Hoy, cuando el verano austral finaliza y la temperatura empieza a bajar gradualmente y con los amaneceres un poco más tardíos, mi rutina empieza a las siete de la mañana y tras 14 meses de vivir en el país ya tengo prácticas que había visto en otras personas. Tomo mi teléfono celular y reviso el pronóstico del tiempo para ir pensando en cómo iré vestido, y tras unos minutos me detengo a mirar noticias económicas. En la ciudad en la que vivo, el clima cambia de manera drástica, y el desajuste en la economía se siente día a día.
El pasaje en bus se duplicó en un año. En el 2023 costaba unos $40 pesos y a inicios del 2024 estaba en $85 pesos, pero al cierre de este escrito ya se ubicaba en $850 pesos, es decir, un incremento impresionante del 1.000%. El aumento en buena medida se debe al alza desmedida de los combustibles, los insumos, autopartes y, desde luego, en los salarios de los conductores. Hacer cálculos en el país es cada día más difícil; no es para nada sencillo programar los gastos de un hogar o de una persona que vive sola por un mes.
La historia da para todo y todos los sectores políticos y sociales cuentan su parte, atribuyen responsabilidades y juzgan. No existe un tema más sonado en el país que no sea la economía y cada día más personas se autogradúan de economistas ante la ingente necesidad de saber lo que está pasando en sus narices. A pesar de todo, es surreal vivir en un lugar donde la gente se ha acostumbrado a hacer cálculos, tanto, que el asunto está totalmente normalizado en el debate nacional, sin querer decir que no existen las preocupaciones.
Hace un año, en el verano de 2023, compraba carne para una semana y de aquella bolsa con pedazos finamente cortados comíamos dos personas por un poco menos de $2.000 pesos, hoy, sólo como yo y por un valor que ronda los $ 9.000 pesos. El alza en los precios que en algunos meses ha sido gradual y en otros es estrepitoso, de alguna manera introduce a la gente en una especie de vórtice que demanda acostumbrarse a esos cambios, pero el bolsillo cada día se hace más chico.
Los gremios y los empleados exigen aumento en los salarios ante la lógica que si todo sube y si el empresario aumenta sus precios es porque sus costos de producción son cada día más altos, entre ellos los pagos a sus colaboradores. El asunto es mucho más profundo que sólo decidir subir los sueldos, el tema es que al haber un incremento se tiene que imprimir más dinero que cubra esos ingresos de la gente y por consiguiente sube la inflación.
Sin entrar en la explicación histórica que nos remontaría a más o menos los años cincuenta del siglo XX cuando Argentina empezó a sentir los primeros pasos de la inflación y a las peleas políticas de café y con los vecinos por quién tiene la culpa de este descalabro, hoy el país no tiene reservas suficientes que respalden la cantidad de pesos que circulan en la calle y por consiguiente también hay devaluación que ya llega a los $1.200 pesos por un dólar, cuando hace un año la relación era de $250 pesos. Es decir, en unos 12 meses la devaluación aumentó cerca del 400%.
Las clases de economía que el país da a diario escapan de todo entendimiento posible. En Colombia, en las noticias, los indicadores económicos son una especie de diapositiva que muestran en el momento menos pensado y por escasos segundos. Aquí, la cosa es a otro nivel, los medios gastan mucho tiempo hablando de la situación, hay invitados especiales, economistas, politólogos, exministros y hasta tarotistas y numerólogos que hablan de cómo conjurar la crisis. Desde luego, en menor medida que el momento cuando hay que hablar de fútbol.
Me cuenta un amigo que hace pocas semanas recibió en su país -México- una tarjeta de crédito por la que deberá pagar el 1.5% de interés por cada compra que haga. Esto a él le parece un robo entendiendo que otro banco le ha ofrecido el 1.2% y si sigue buscando quizás haya alguno que le ofrezca un 0.9%. Pues bien, en mi último pago de compras diferidas a seis meses los intereses fueron superiores al 30%. Esto quiere decir que una compra de unos 50 mil pesos terminará costando unos 95 mil pesos.
El otoño empezará en unos diez días y si uno como persona de a pie le hace caso a cuanto experto que sale en las noticias el camino que le espera a uno es el suicidio a lo Corea del Sur. Unos vaticinan que en mayo o junio viene una devaluación histórica. Una señora que mostraba unas tablas con flechas y números dijo que los precios de los alimentos para el invierno serán elevadísimos y una revista de los Estados Unidos publicó hace un mes que la inflación rondaría para fines de año en el 200%, pero hace una semana corrigieron diciendo que debían esperar un poco más para ajustar ese número, porque en estos momentos se especula que el país ya está muy cerca de ese porcentaje y apenas van tres meses del 2024.
Mientras escribo este texto estoy en un bar comiendo papas fritas con queso chédar y verdeo -cebolla larga o junca- y me tomo una cerveza de barril. Todo está muy rico, pero no pido nada más porque debo medir los gastos y el año pasado estas dos cosas me costaban menos de cinco mil pesos, hoy, esta salida significó pagar unos quince mil pesos. En este bar me doy cuenta que soy uno más que se acostumbró a hacer cálculos, a medir los gastos y casi un experto en economía. En la televisión un hombre celebra un gol, en la mesa del lado una pareja habla del presidente de la Nación y de su verborrea trinando y mientras abandono el bar un hombre muy joven mira un vaso de fernet como si fuera un tesoro, lo contempla porque sabe que se está dando un lujo en un país inflacionario.