Yo, migrante: mi primer empleo, extra de película

El auto corría por el Valle Carvajal mientras mis ojos estaban maravillados por el paisaje patagónico desprovisto de nieve; es verano, el termómetro marcaba los 14 grados y mientras iba sentado en el asiento del lado del conductor, pienso en la Orinoquía de Colombia, tan plana, siempre verde y repleta de ríos gigantescos. Extraño a Villavicencio, con su humedad tremenda y su calor asfixiante, creo que extraño más a esa región que a la misma Colombia.

Cuando ingresé al bar ubicado orillas de la ruta nacional tres, vi una escena lúgubre, todo estaba oscuro producto del efecto de cortinas instaladas por la producción para evitar el ingreso de la luz del sol. Tina, una argentina delgada, de ojos azulados, cabellos rubios revueltos y con mil capas de ropa apretó mi mano, me dio un beso sonoro en mi mejilla y me dijo con fuerza que soy bienvenido. Ella es la actriz protagónica de una película de cine independiente y con muy bajo presupuesto que se rueda en la Tierra del Fuego desde hace unas semanas.

Olivia se llamará la cinta que ha convocado a un equipo de producción compuesto por argentinos, ingleses, extras y un colombiano que llegó al lugar por accidente y no tenía la más mínima idea de qué hacía en aquel lugar en el municipio de Tolhuin, en todo el centro de la isla. Un amigo reciente que Ushuaia me ha dado, me dijo en la mañana del martes 31 de enero de 2023 que lo acompañara al municipio más cercano de la capital de la provincia. Yo acepté sin pensarlo, quiero conocer el lugar y, desde luego, Tolhuin era una buena idea para disfrutar del paisaje.

Cuando íbamos por el Valle Carvajal, a medio camino entre Ushuaia y Tolhuin, se me ocurrió preguntar a mi amigo las razones de su viaje. “Soy extra de una película”, me dijo sosteniendo la mirada con la certeza irrefutable que ese día sería grande para él en su camino como actor. Antes de la salida de casa, recogimos a otro extra, el hombre se llama Fernando y ha buscado durante años hacerse un nombre como actor. Por un momento pensé que yo llevo lo mismo, pero en el camino de las letras

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El plan era simple, me dejaban en un lugar, yo me iba conocer los lugares, como el Lago Fagnano, mientras ellos recibían sus minutos de gloria frente a las luces y las cámaras. Al cabo de unos minutos, cuando ya estaba listo para caminar varios kilómetros, mi amigo me llama y me dice que vaya rápidamente al bar, a la locación de la película. Al llegar me informó la producción que hay lugar para un extra más, la paga no es muy buena, pero es dinero y lo mejor, ese sería como mi primer empleo. Acepté gustoso y me apresté para ser un borracho en una cantina de mala muerte que mira a una mujer mientras baila como poseída.

Mi papel empezó casi de inmediato, no había maquillaje ni vestuario, con suerte había comida de sobra para los artistas improvisados y mucho calor producto de las luces y de dos calentadores. La llamada de acción de Sophie, la directora, me metió en mi rol. Sonó una canción de Luis Alberto Spinetta, una loa a la belleza interna del alma de una mujer o de alguien, solo comparada con un diamante. Tina, la protagonista, se puso a bailar muy surreal y yo, giré mi cuerpo para observarla por algunos segundos. “Cut”, dijo Sophie en un inglés casi nativo.

Vino un aplauso, la escena salió perfecta y yo sonreí nervioso o estúpido, me parecía increíble que esos segundos hubieran sido mi primera experiencia en el cine. Durante toda la tarde el equipo de extras y la protagonista hicimos varios planos de la misma escena, ya que solo había una cámara, por lo que era necesario hacer el mismo montaje tras terminar un plano para hacer el siguiente y el siguiente. Tras varias horas estuvo terminada la escena de no más de dos minutos.

Yo en cada montaje entre plano y plano pensaba que esos muchachos ingleses y argentinos estaban dejándolo todo en ese proyecto. Eran demasiado profesionales, pero con pocos recursos, hablaban entre ellos, discutían todo, no dejaban detalles a la suerte. Era amor lo que estaba viendo en sus rostros, en sus actos, en sus decisiones y, al mismo tiempo, reconocí esa mirada que me transmitió que esos momentos no se iban a repetir para ellos, era ahí o nunca su oportunidad. Eso mismo me sucede a mí, mi tiempo en la Tierra del Fuego es como una especie de último chance.

Al caer la tarde nos aprestamos para la última escena, la más esperada ya que sería en exterior y justo cuando el sol se ocultaba en el firmamento. Desde las nueve de la noche la producción, que éramos todos, empezó a preparar la escena en la que unos borrachos salían de un bar y tras ellos la protagonista. Esa escena era de un solo plano y debía ser corta, todo dependía de la luz del sol, de esos minutos de caída de la luz y de la aparición de las primeras sombras de la noche que en la película fungirían de amanecer.

La directora, la protagonista, la productora, el camarógrafo, el sonidista, la asistente y el técnico tenían la mirada llena de nervios, no podían fallar, la escena no había forma de repetirla, ya que los extras eran su mayoría de Ushuaia y por razones presupuestales y de cronograma no se podían convocar para un día más. En la distancia Sophie gritó acción. El sol empezaba a ocultarse, eran las diez y media de la noche, un reflector iluminaba el camino de los extras y yo estaba ahí pensando en esos muchachos, deseaba profundamente que todo saliera bien, sabía y sé muy bien lo que implica la reivindicación a través del arte.

Caminamos por una calle polvorienta, nos tambaleábamos de un lado al otro y tras varios segundos de caminata, la delgada Sophie gritó corten y los gritos y los aplausos se dieron espontáneamente. Nos apretamos las manos, hubo abrazos, sonrisas y, de nuevo, regresaron esas miradas de quien persigue el arte, de quien cree irremediablemente en el amor y yo fui profundamente feliz.

Ushuaia, Tierra del Fuego, Antártida e Islas del Atlántico Sur, República Argentina a 1 de febrero de 2023.

Fotografía: Editorial Mano Alzada

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