Mientras cesaba aquella lluvia veraniega, me percaté que en mis manos cargaba una caja de pizza, era una deliciosa napolitana que había comprado al mediodía en la famosa pizzería Guerrin y, con la cual, celebré en solitario mi cumpleaños. Pedí un litro de vino y a mi plato le tomé una fotografía que subí a mis redes sociales con el mensaje “feliz cumpleaños a mí”. En ese momento dejé escapar una lágrima, miré para todas partes y comí y bebí hasta la saciedad. No recuerdo con certeza cuánto caminé durante el día por las calles de Buenos Aires, pero el dolor en mis pies era tremendo, aunque había valido la pena aquella jornada.
Claudia, cuando llegó con su auto me recibió con una sonrisa gigante, me hizo mil preguntas y yo me olvidó del suceso del café y me puse a hablar sin parar por varios minutos. Aquella noche recorrí San Telmo, conocí a una Mafalda impertérrita y empotrada sobre una silla; la acompañaban Manolo y Susanita. Al tomarme la fotografía junto a ella recordé los domingos de mi infancia cuando en el periódico El Tiempo leía las ocurrencias de la niña preocupada por la paz mundial y que odiaba la sopa, vuelvo a sonreír y siento una nostalgia profunda. Nunca en mi vida me había sentido tan lejos de casa, tan solo, tan desprovisto, tan vulnerable.
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Estaba mojado, pero nunca me importó, la Calle de Las Historietas aguardaba por mí. Mis recuerdos de niño palpitaron en cada esquina, en cada recoveco de San Telmo, con sus edificios antiguos, con sus cafés y con sus bares. Estaba maravillado de caminar las calles de la capital del país que desde siempre me ha cautivado por sus aires bohemios, su literatura y desde luego, por su fútbol. Migré al país al que desde muy temprana edad soñaba con recorrerlo, conocerlo y quedarme en él. Aquella noche las angustias se olvidaron y fui feliz.
La noche se fue en calma, dejó de llover casi sobre la media noche y encontré mi habitación fresca, era como un bálsamo tras un día caluroso recorriendo la ciudad y dejándome llevar por sus aires furiosos. Al día siguiente fui a junto a Claudia a Caminito, me adentré por las edificaciones construidas por los migrantes italianos que un día llegaron a la Argentina en búsqueda de mejor suerte, como yo muchos años después. Los colores de las casas, su comida, su ajetreo y el tango me metieron mucho más en la situación, como si fuera imposible ya salir de mi decisión de volverme un migrante.
Claudia es una anfitriona increíble, me llevó por los lugares que yo quise, se detenía en su auto en cada esquina en donde me veía maravillado. Habló de fútbol, de Maradona, de Las Malvinas, de su familia, de su país y de su comida como si supiera cada cosa que yo necesitaba, que yo anhelaba saber. Aquella noche nos adentramos en Villa Devoto, caminamos buscando un buen lugar para comer, beber vino y seguir hablando. Esa noche me olvidé de todo, como si me hubiera quedado sin pasado, sin futuro y solo tuviera esas horas de mi presente. Ignoraba por completo que a pocas horas tomaría otro avión al lugar en el que voy a vivir muchos meses y quizás años.
El domingo en la tarde me cerré en un abrazo perdurable con Claudia, sabía que los días en Buenos Aires, esos momentos que me quitaron el miedo estaban por llegar a su fin y un avión que me llevaría a lo profundo del Atlántico Sur estaba por partir. En mis primeras horas como migrante sentí el cariño de un desconocido que abrió las puertas de su hogar sin mediar y sin esperar nada a cambio, su amistad y respeto quedaron en mí por el resto de mi vida.
Volando rumbo a Ushuaia y viendo el intenso azul de las aguas del mar, las sensaciones cercanas al miedo regresaron con fuerza. Ignoraba por completo a lo que me iba a enfrentar, ignoraba que la primera semana tendría mucho frío y apenas es verano, pero a la siguiente ya me sentiré a gusto en la ciudad y su clima. Ignoraba que mi búsqueda de documentos que legalicen mi estadía se resolvería pronto y que encontraría un cariño, calidez y hospitalidad como nunca había experimentado en la vida.
En el fin del mundo me recibe Carlos*, un migrante que llegó a la ciudad hace más de 20 años y que se sabe todos los vericuetos de la isla como nadie. Es un hombre de sonrisa eterna, dientes grandes, mirada intensa, aunque con ojos pequeños. Fuerte como un roble, sabio como ninguno, hospitalario y cocina unas lentejas de otro planeta. En casa de Carlos estaré un buen tiempo, hice un trato con él en el que ganamos por partes casi iguales. De aquí en adelante inicia mi carrera en el exilio, como migrante y como escritor en busca de hacerse un nombre.
Escogí un hermoso rincón del planeta, frío, pequeño, pero con un espíritu enorme y que me llena de expectativas por lo que vendrá. El plan es conseguir pronto un trabajo que me permita vivir con tranquilidad, mis documentos legales y que la chispa de la escritura crezca desde el fin del mundo. Viene una nueva novela, una selección de cuentos y más crónicas y relatos de lo que voy a vivir desde la hermosa isla de Tierra del Fuego. El miedo se ha ido desvaneciendo, aunque la incertidumbre estará más tiempo, pero la iré acabando cuando me sienta a escribir al calor de una chimenea mientras me hago una nueva vida.
Ushuaia, Tierra del Fuego, Antártida e Islas del Atlántico Sur, República Argentina a 1 de febrero de 2023
Fotografía: Expresión México