“El reto es gigantesco porque la mujer rural tiene muchas dificultades, más allá de la conectividad, es en el marco del territorio, manifestar sus pensamientos, autocuidado, porqué si bien es cierto que, se han adelantado procesos en su camino de lideresas es difícil el contexto y más aún, ser mujer y líder. Muchas veces no es fácil alzar tu voz y decir lo que sientes, porque siempre el margen de ser mujer nos dificulta un poco en la sociedad y en el territorio.” Lizeth Aroca
Así como Lizeth, quien hace parte de la reserva campesina AGROGÜÉJAR, otras de sus compañeras facilitadoras, han expresado de manera recurrente lo que implica tener un liderazgo como mujeres en sus territorios. Y es que muchas de ellas, han forjado los procesos que hoy las reconoce como actoras indispensables para la transformación en sus comunidades.
En medio del machismo que atraviesa no solo el espacio del territorio concebido como una delimitación geográfica, sino lo que conlleva transversalizar el primer territorio en disputa cuando la voz de las mujeres está en el espacio público, que son sus cuerpos, vistos desde una estructura patriarcal que imparte roles que no conciben que las mujeres dirijan las acciones necesarias para los cambios sociales, desde una mirada más amplia, colectiva y transformadora.
En consecuencia de esas barreras que persisten en ser un reto cotidiano para cada una de ellas, se suma las violencias basadas en género, la falta de redistribución de trabajos no remunerados del hogar -como los cuidados de otras personas-. Ahora bien ¿Qué implica ser lideresas y madres? preguntas que se hacen mujeres como Laura Montoya Morena, quien hace parte de la Asociación Agropruductiva Comunitaria de Mesetas (ASOAPROMET), conformada por 47 mujeres, la cual puso en el centro del análisis los desafíos para desempeñar sus liderazgos y lo que es asumir esas dos labores: El mayor reto, el mayor reto de ser mujer es poder sacar a mis hijos adelante, eso es un reto de todos los días, por qué son 18 años y a veces es más, el reto de sacarlos sola como madre cabeza de familia, el reto de no saber con quién lo voy a dejar, el reto de decir si los dejo a cuidado de otra persona me los va a violar, si tengo pareja ¿va a haber abuso?, de ser maltratada, de llegar a una institución, tocar la puerta, pensar que pronto me van a ayudar y no”.
En el desarrollo de analizar los retos para la realización de estos diálogos, se logró evidenciar las barreras a las cuales se enfrentan estas mujeres en la ruralidad, para sostener los tejidos colectivos que están en medio de la violencia. Varios de estos retos ya están expuestos en los relatos de Lizeth y Laura, pero también hay otros factores determinantes que generan dificultades en esos proyectos de vida, ya que muchas veces inician por sus historias de resiliencia y se transforman en sentires colectivos que, al unísono luchan por cerrar las brechas de desigualdad y lograr una verdadera justicia social. Uno de esos factores es la centralidad, gran parte de la institucionalidad ha volcado sus recursos y apoyos en territorios que están ubicados en el casco urbano, dónde si bien, carecen de medios para lograr una vida digna, esto se complejiza si se habla de la ruralidad, pues las periferias han sido históricamente los lugares apartados y olvidados por el Estado.