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Jeiny Jarro, un liderazgo incansable por la búsqueda en Casanare

Con una muestra de resiliencia y perseverancia inquebrantables, la lideresa se mantiene firme en su anhelo de ayudar a familias buscadoras, porque está convencida de que la búsqueda se detendrá sólo cuando la última persona desaparecida sea encontrada.

Con solo cuatro años, Jeiny Alexandra Jarro Achagua, nacida en Aguazul pero actualmente asentada en Yopal, perdió a su padre, Mauricio Jarro, un 02 de agosto de 1994. Él era un conductor a quien asesinaron sin mediar palabra unas personas que llegaron a su casa. Cuatro años después, vio partir a su madre, Luz Neira Achagua. Fue un 25 de noviembre de 1999, a la 1:00 p. m. Recuerda estar con su hermana menor cuando entraron muchos hombres armados a la vivienda buscando a su mamá. La maltrataron y la amarraron. Jeiny se aferró a ella, pero los desconocidos la alejaron violentamente y se la llevaron. No sin antes amenazarlas con no decir nada.

Cinco horas pasaron las niñas en soledad, aturdidas y confundidas. No se acercó ningún funcionario de alguna entidad. Cerca de las 6:00 p.m. llegó la hermana mayor y luego, la Policía, que tenía sus instalaciones a solo dos cuadras de la casa. 

Las preguntas que la llevaron a convertirse en lideresa

Sin comprender totalmente la ausencia de quienes la trajeron al mundo, su vida se dividió en dos. Sus recuerdos se situaron en el antes y después de la desaparición. En un Casanare marcado por el silencio, la indiferencia y el miedo, una niña creció sin respuestas, hasta que un día -al cumplir 16- se atrevió a hacerse las preguntas que cambiarían su rumbo: ¿Dónde está mi mamá? ¿Por qué mi mamá no está con sus hijas?

Con esa inquietud profunda, Jeiny empezó en el sendero de la búsqueda y hoy es una reconocida defensora de derechos humanos. Mientras iba de un lado a otro intentando encontrar a su mamá, ayudó también -y aun lo hace- a cientos de familiares de personas desaparecidas en su departamento. Su liderazgo se forjó en medio del dolor, pero también del amor por quienes, como ella, no se rinden.

La búsqueda de Luz Neira Achagua -al igual que la de cientos de personas desaparecidas-, fue una travesía llena de pistas falsas, viajes, esfuerzos económicos y una esperanza inquebrantable. Jeiny, junto a sus hermanas estuvo en Sogamoso porque les dijeron que allá estaba su mamá. También recorrieron Vichada y Casanare. Iban a donde les dijeran que podía estar su madre, preguntaban y buscaban información. 

Incluso Jeiny habló con excombatientes que podían dar ubicación de fosas comunes. Reconoció a uno de los hombres que se llevó a su mamá, lo vio a los ojos y le dio la mano. Le dijo que era aquella niña de ocho años que había quedado huérfana en 1999. Su gesto fue impasible, pero notó en su mirada un derrumbe interno que le carcomía. Entonces, en medio del dolor de su pérdida, encontró el perdón. Porque, de alguna u otra manera, esos victimarios también fueron víctimas de la guerra. 

El arduo trabajo dio resultados. En 2017 Jeiny tuvo un soplo de tranquilidad al encontrar a su mamá. Enfrentó el duelo de hallar su cuerpo sin vida en una vereda de Tauramena, pero la incertidumbre de no saber dónde estaba cesó. “El ejercicio de buscar, sanar y de encontrar paz en la búsqueda es un aliento o es un soplo de vida para continuar buscando”.

Ese soplo de vida fue el que la alentó a continuar y plantearse nuevas preguntas luego de haber encontrado a su mamá: ¿Para qué sigo en esto? ¿Cuál es la necesidad?

Entonces vio a su alrededor a muchas mujeres y hombres -aunque son pocos los hay-, que llevan 30 o 40 años buscando, con el cansancio desbordado, el entusiasmo reducido y una desconfianza profunda en la institucionalidad. “Porque buscar no es fácil, buscar no es que se me perdió $100 y levanté el colchón y ahí estaban, buscar es supremamente complicado porque dependemos de información de terceros”, asegura. Ese panorama que había evidenciado en su propio proceso de búsqueda, le llenó de una profunda empatía y de un anhelo enorme por ayudar a quienes habían pasado por su misma agonía, para que también encontraran la paz de saber dónde estaban sus seres queridos.

Y así, luego de hacer parte de varias iniciativas sociales, Jeiny decidió hace cinco años crear su propio proceso, al que llamó ‘Construser, Juntos y Resilientes Lo Hacemos Posible’. “Es una organización no solo que busca personas desaparecidas y que apoya a las víctimas del conflicto armado en el restablecimiento y la lucha de sus derechos. También que ayuda a formar líderes, porque en medio de todo nosotros ya vamos pasando y se va heredando ese legado de liderazgo en pro de la población”, afirma. 

Cocinar para recordar

Para Jeiny, el 30 de agosto es una fecha que siempre destaca en el calendario porque es para conmemorar el Día Internacional de las Víctimas de Desaparición Forzada y coordina diferentes actividades para que las personas desaparecidas no dejen de ser recordadas y mucho menos buscadas. 

Para la conmemoración de este año, Jeiny organizó un evento que bautizó ‘El recetario de la memoria’. Allí, madres, hijas y hermanas se reunieron para cocinar los platos favoritos de sus seres queridos desaparecidos y desaparecidas. No era una jornada de duelo, sino de vida. “No era para revictimizar”, explica, “sino para sanar. Incluso una de las mujeres dijo: hoy no recuerdo con dolor, hoy recuerdo con amor”.

El evento se desarrolló entre aromas de sancocho, cachama sudada, arroz con leche y mango biche con maracuyá. Se tejieron historias y se fortalecieron lazos. Cada plato representaba una vida, un recuerdo, una ausencia que se convertía en presencia a través del arte de cocinar. Al final, hubo pintura, música y silencio. 

La búsqueda no termina

Hoy, desde la Mesa de Desaparición Forzada de Casanare, lidera foros y encuentros con instituciones. Reclama resultados, exige acción. “Tenemos más de 2.000 desaparecidos en el departamento y solo un 10% han sido encontrados”, lamenta Jeiny.

Según la Unidad de Búsqueda de Personas Dadas por Desaparecidas (UBPD), en Colombia hay 132.877 personas desaparecidas en el contexto del conflicto armado. De ellas, 2081 desaparecieron en Casanare. 

Tales cifras revelan el gran reto de la búsqueda. Entre las principales dificultades, Jeiny señala el miedo, la desconfianza y la indiferencia. “Hay gente que sabe, pero no habla. No entienden que una palabra suya puede darle paz a una familia”, afirma.

Por eso, reconoce que iniciativas como la búsqueda inversa -donde los cuerpos buscan a sus familiares- y los pilotos de toma de muestras genéticas en hospitales, para facilitar la identificación de restos, han logrado dar resultados en medio de un camino lleno de barreras.

También resaltó la importancia de la memoria de los sepultureros, guardianes silenciosos de los cementerios rurales porque “Cuando mueren, se llevan consigo la historia de quienes allí reposan. Necesitamos que esa memoria quede escrita”, por eso ha insistido una y otra vez en la caracterización de estos lugares en los municipios que refugian a quienes ya partieron de este mundo, muchos de ellos y ellas sin la oportunidad de haber sido despedidos por sus seres queridos.

Seguir tejiendo memoria

“La búsqueda para hasta que se encuentre el último familiar que ha sido desaparecido”, dice Jeiny. Por eso insiste en que esta debe ser una tarea colectiva en la que trabajen articuladamente la Fiscalía, UBPD, líderes y lideresas sociales, comunidades, entre otras.

Incluso hizo un llamado a los medios de comunicación, destacando el rol fundamental que tienen en esta labor. “Ustedes son unos aliados en la búsqueda porque a través de ustedes llegamos a esos rincones a los que tal vez nosotros no podemos llegar, para que aquel que escuche y tenga información diga: ‘Ah, sí, yo puedo aportar, yo puedo ayudar, yo puedo contribuir’”, mencionó. 

Hoy Jeiny sigue firme en su liderazgo. Continúa articulando con instituciones, coordinando actos de memoria, reuniéndose con familias buscadoras, escuchando a quien lo necesite y ayudando a que algún día, luego de haberse encontrado a la última persona desaparecida, la búsqueda en Colombia cese.

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