Por: Jairo Álvarez Tamayo*
Las ciudades eternas, las preferidas de la humanidad, son fruto de un proceso continuo de transformación. Barcelona, Roma, Venecia, París, La Habana, Río de Janeiro, Budapest, Cartagena, por ejemplo, son ciudades que han logrado convertirse en destino de la humanidad. Son ciudades entrañables, bellas, memorables, no solo para sus ocupantes sino y principalmente para el mundo entero. Son lugares donde la oferta cultural, ecológica, lúdica, gastronómica y arquitectónica es muy atractiva.
Sus emplazamientos son un ejemplo de la modificación eficiente de la naturaleza por la mano del hombre. Son ciudades tocadas por el espíritu de un pueblo. Son realidades que alguna vez fueron un sueño ordenado territorialmente. Lo que son hoy es obra del tiempo: son una realidad evolutiva, que no ha sido pensada como fruto de un planeamiento sino de varios planeamientos sucesivos, inteligentes, equilibrados.
Cada una de estas ciudades tributa a sus visitantes un riquísimo significado a su estadía, logrado a través de su paisaje, o de su historia, o de su arquitectura, o de todas las anteriores. Su condición de ciudades eternas radica en su sensibilidad.
Barcelona es La Rambla, una avenida bulliciosa, famosa por sus vivos colores y la magnífica presencia arquitectónica de Gaudí. Venecia es la ciudad de los prodigios. Roma contiene el sueño de occidente y es un museo al aire libre. El casco antiguo de La Habana, lleno de bares famosos, de monumentos históricos y de ambiente bohemio. Bella y misteriosa es Budapest. Río de Janeiro es musical y lujuriosa. Cartagena es historia y cumbiamba y mar Caribe. Y Paris, ¡ah, capital del siglo de las luces!, encuentro de todas las culturas en los pies mismos de su magnífica torre. Y al mismo tiempo son mucho más que unas palabras expresivas, porque son vivencias y sentimientos perdurables.
¿Y Villavicencio? El mundo podría decir: ¡Aguas y mar verde! ¡Pie de monte y atalayas! ¡Bailes y Músicas! ¡Qué grandes su folclor y su cultura! ¡Qué armonía de paisaje y buen vivir! ¡Es un prodigio para sus habitantes y un lugar espléndido para sus visitantes!
Villavicencio debe aspirar a ser una ciudad sensible, esto es, una ciudad verde y cultural: una ciudad que con sus bosques y sus construcciones preserve el agua desde sus montañas hasta más allá en el Orinoco. Y debe ser una ciudad para el goce cultural: debe conservar y revitalizar la cultura llanera y al mismo tiempo promover sus relatos y simbología urbana. Potencialmente tiene todas las condiciones para ser, con todas las mayúsculas, una Ciudad Sensible.
Villavicencio puede y debe forjar su propia eternidad construyendo su sensibilidad con gran personalidad. Preservar su oferta natural, activar las ciudadanías, multiplicar espacios y parques públicos, motivar más caminatas y bicicletas, priorizar el bienestar humano y promover el buen vivir, son las claves para construir una ciudad con espíritu colectivo estructurado. Algo totalmente realizable. Pero que sin duda hay que dialogar, planear, recrear y compartir. He ahí un reto para sus líderes.
*Jairo Álvarez Tamayo, comunicador social e inspirador de cultura política
*Opinión y responsabilidad del autor de la columna, más no de El Cuarto Mosquetero, medio de comunicación alternativo y popular que se propone servir a las comunidades y movimientos sociales en el Meta y Colombia.