Escribir acerca de la humildad es un arma de doble filo. Se corre el riesgo de ser tachado de soberbio, capitalista, o lo que puede ser peor: de hombre práctico. Hace tiempo que veo como han elevado de categoría una palabra que hasta en su propia definición implica una limitación, como si encontrarle el lado humilde a una persona elevara su éxito al punto de ser más válido que el de otros.
Creo que conseguir algo, a pesar de que las probabilidades son escasas, puede ser objeto de mayor placer y felicitación social. Ejemplos se me vienen muchos a la cabeza, pero me gusta pensar en Juan Guillermo Cuadrado, el futbolista de la selección Colombia, cuando en el mundial del 2014 todos los noticieros del país llevaban sus cámaras al viejo, olvidado y gastado barrio de su nacimiento. Los focos pretendían elevar el ánimo y admiración de la gente al mostrar lo precaria de su situación cuando era niño. Sin tenis, sin guayos, pero Juan Guillermo se despertaba todos los días a entrenar. No tengo nada en contra de eso; pues el esfuerzo de aquel niño de escasos recursos debió ser mayor al que lo tenía todo económicamente.
A Falcao las noticias no le han podido encontrar el lado humilde. Su padre fue futbolista, como él. No nació en un barrio de pobres. Tampoco le hicieron falta los guayos. Sin embargo, el esfuerzo de Falcao debió ser menor que el de Juan Guillermo Cuadrado porque Falcao tuvo lo que Cuadrado no. Y aquí, me gustaría hacer un alto en el camino y preguntarme: ¿realmente fue mayor el esfuerzo del que viene de origen humilde? No creo que por Falcao haber tenido los medios económicos para comprarse un par de guayos, haya tenido que entrenar menos que Cuadrado. Seguramente debió madrugar tanto o más que el gambeteador.
Para ser futbolista, escritor, pintor, empresario, comerciante, y además de ello para conseguir el éxito ejerciendo dicha actividad, se requiere una cantidad de esfuerzo diario que implica aceptar el fracaso, intentarlo de nuevo, y tener una disciplina férrea. Se nazca con dinero o no. O lo que en Colombia es equivalente a decir: se sea humilde o no, el esfuerzo que implica ser exitoso en una actividad deportiva, laboral, o económica, es el mismo sin importar si se nació en el Caudal o en el San Benito.
La Real Academia Española, por ejemplo, define la humildad como “Virtud que consiste en el conocimiento de las propias limitaciones y debilidades y en obrar de acuerdo con este conocimiento”. Pero si uno lee las otras dos, se encuentra con: “Bajeza de nacimiento o de cualquier otra especie” Y si aún no es suficiente, con: “Sumisión, rendimiento”. Pienso en el cura de la iglesia que habla de los humildes siempre que habla de los pobres. Que según la RAE sería igual a hablar de los que son bajos de nacimiento o de cualquier otra especie. De aquellos sumisos y rendidos que no lo lograron.
Quizás el surgimiento de las nuevas iglesias se deba precisamente a aquella connotación de la palabra humildad. Aquí son bienvenidos ustedes, que lo intentaron y no lo lograron. Aquí están presentes los que entienden que la humildad es el valor más importante y el que más admira dios. Como si a la vez se les estuviera diciendo: aquí están ustedes, los que no son capaces de lograrlo por más que lo intenten. Porque son ustedes los sumisos, bajos de nacimiento, y que por lo mismo se han rendido. Y es con aquella vertiente de la palabra humildad con la que estoy en absoluto desacuerdo.
La imagen más común de una persona no humilde es Cristiano Ronaldo, para seguir en el área del fútbol. Siempre que en una entrevista le preguntan: ¿Quién es el mejor? Él responde sin titubeos: Yo. ¿Si no creo yo en mí, quién lo va a hacer? No por ello puedo yo tacharlo de soberbio. Hay que reconocer que algunos tienen menos oportunidades que otros, pero todos son capaces de conseguir lo que quieren, si le dedican el suficiente tiempo a hacer lo que aman. El error está en creer que sin esfuerzo se pueden conseguir las cosas.
Al inicio del artículo advertí que ahora puedo parecer un muchacho de esos que anda diciendo que hay que emprender por todos lados. No, y aunque sea pretencioso defenderme, recuerdo ahora una de las grandes dicotomías que se puede leer en La Montaña Mágica de Thomas Mann, en la que una relación amistosa entre el personaje principal con Naphta y Settembrini desata en MIL PÁGINAS la discusión sobre si es mejor el trabajo por la sociedad como la mejor manera de existir y llevar una vida digna, o si razonar en exceso, llevando una vida humilde, sin actividad física alguna, es el camino. Mil páginas se gasta el autor hablando de ello, por lo que no pretendo que aquí me den la razón o tener la última palabra. Lo que sí creo con seguridad, es que muchas personas se están refugiando en el ideario de humildad, para no intentarlo y levantarse día a día como lo hizo Cuadrado, a pesar de no tener guayos.
*Opinión y responsabilidad del autor de la columna, más no de El Cuarto Mosquetero, medio de comunicación alternativo y popular que se propone servir a las comunidades y movimientos sociales en el Meta y Colombia.