El cofre de la memoria: un legado ancestral

POR: Brayhan Velásquez

El siguiente relato está basado en “La historia de la lengua primera de estas tierras”, relato original chiapaneco narrado por el Viejo Antonio, un personaje imaginario que representa la tradición de los sabios ancianos indígenas del sureste mexicano y a voz de la memoria de los pueblos.

 La figura del Viejo Antonio fue creada por el subcomandante Marcos, conocido poeta y líder político rebelde la historia reciente de México, para contar éstas historias antiguas en un lenguaje moderno y literario a los pueblos de hoy. La historia rescata algunos elementos del Popol Vuh, el libro sagrado de los mayas de Guatemala (teniendo en cuenta que los pueblos indígenas de este país y de Chiapas – en México – poseen muchos rasgos comunes debido a su proximidad geográfica) como el mito de los hombres de maíz, base importante de su cosmogonía.

El relato, habla además, de la necesidad de conservar y defender la memoria, el legado ancestral, un tesoro que los mayas y sus descendientes se han esforzado por proteger desde la Conquista y en el cual afincan su identidad cultural. Ahora bien, así empieza el relato:

“Cuenta el Viejo Antonio – uno de los sabios más sabios entre los descendientes mayas que habitan hoy territorio chiapaneco – que hace millones de años los dioses creadores del mundo – Tepeu y Gutumatz – andaban muy cansados, luego de moldear a los primer habitantes de la tierra: los hombres del maíz, es decir, los antepasados del pueblo maya. Trabajaban las 24 horas del día vigilando que el sol y la luna se asomaran en el momento adecuado; que los árboles siempre tuvieran frutos buenos y que los cauces del río nunca se desviaran. No tenían tiempo siquiera para dormir. Entonces, un día, reunieron a los hombres y a los hombres y mujeres del maíz y Tepeu les dijo:

-Ustedes son lo más importante para nosotros y por eso trabajamos sin parar para que puedan vivir felices aquí. Sin embargo, estamos viejos y cansados. Necesitamos dormir. Pero no se preocupen. No estarán solos. Mientras descansamos, los Dioses Traviesos ocuparán nuestro lugar. Los hombres del maíz se miraron, desconcertados. Sabían que los Dioses Traviesos tenían fama de holgazanes. Con ellos al frente, el mundo se convertiría en un caos.

-Sí, ya sé que parece extraño –dijo Gutumatz -. Pero no se preocupen, los traviesos en el fondo son buenos dioses y nos han prometido que van a cambiar, que van a cuidar de ustedes. Sin embargo, aun así, queremos entregarles algo para que lo cuiden bien. No sea que los traviesos, con lo distraídos que son, terminen perdiéndolo. Entonces, Gutumatz sacó de su traje un cofre dorado y se lo entregó a una de las mujeres de maíz, diciendo: -En éste cofre está la palabra primera. Guárdenla bien, porque aquí está la memoria de su pueblo; su pasado, su presente y su futuro. Si desaparece, nuestro legado morirá.

Los hombres y mujeres del maíz se devolvieron a sus casa medio tristes, pues tenían u mal presentimiento. Y ésa misma noche, por desgracia, sus corazonadas se confirmaron: los Dioses Traviesos, ya a cargo del mundo y de los hombres de maíz, hicieron una gran fiesta que se prolongó días enteros y se transformaron en serpientes para enredar los pies de los hombres y mujeres, con el fin de hacerlos tropezar. Además, dejaron que Los cauces de los río se desviaran y se descuidaron con el sol y la luna, que ya no quisieron asomarse más por el horizonte.

Los hombres y mujeres del maíz se reunieron, enfurecidos, y designaron a la mujer guardiana del cofre para ir a buscar a Tepeu y Gutumatz a la dimensión donde descansaban y contarles lo sucedido. Luego de caminar interminablemente por el universo, la mujer finalmente llegó al cuarto donde dormían los Dioses Creadores y los sacudió con fuerza para que se levantaran, pero nunca despertaron.

La mujer, muy indignada, volvió al mundo terrenal, donde organizó otra reunión con los demás hombres y mujeres de maíz para juzgar el comportamiento de los Dioses Traviesos, luego de lo cual se decidió llamarles seriamente la atención: -Por muy dioses que ustedes sean tienen que respetar los acuerdos de todos en el bien de todos y deben aprender que aquí el que manda, manda obedeciendo. Así que como castigo van a tener que recoger todas las piedras de la aldea y si no lo hacen, los vamos a acusar con las divinidades superiores.

Mientras los reprendían, los Dioses Traviesos inclinaron sus cabezas y mostraron expresión de arrepentimiento, pero cuando los hombres y las mujeres del maíz regresaron a sus casas, se preguntaron: -¿Cómo? Si somos dioses, ¿por qué vamos a tener que limpiar el potrero de quienes deberían servirnos y adorarnos? Y como días antes habían visto, escondidos en un árbol, a los dioses creadores entregando el cofre con la palabra primera a una de las mujeres maíz, recogieron piedras gigantes y esperaron a que todos durmieran en la aldea para lanzarlas hacia la casa de la mujer y romper el cofre en venganza, antes de escapar.

Al día siguiente, la mujer, sosteniendo entre sus manos el cofre roto, citó al pueblo a otra asamblea para decidir cómo iban a resolver ésta desgracia. Los hombres y las mujeres del maíz decidieron entonces repartirse los trozos de pensamiento que quedaron en el cofre y comenzaron a convertirlo en palabras.

Cuando terminaron, acordaron que de ahí en adelante iban a cuidar su memoria. Para ello, pensaron que lo mejor era hacer de todos esos pensamientos, convertidos en palabras, su lengua. Y como les preocupaba olvidarla o que alguien les robara su memoria, decidieron grabarla en dos piedras: una que escondieron en la montaña, y otra que guardaron en el mar.

 Entre tanto, en su huida, los Dioses Traviesos olvidaron la ruta que los conducía a la dimensión que nadie conoce. En el camino se encontraron con el Gran Demonio Dorado de Fuego y, a cambio que los orientara, le contaron que los hombres y mujeres de maíz tenían la palabra primera.

Fue así como este demonio, que anda resentido con los dioses creadores porque alguna vez rechazaron una malintencionada oferta suya, llegó a armar el caos en la tierra: quemó bosques, secó los ríos y cazó los animales para usar sus pieles como adorno. Incluso trató de convencer a algunos hombres y mujeres que le dieran la palabra primera a cambio de convertirlos en dioses, pero aun así fracaso, pues los hombres y mujeres del maíz no se dejaron convencer y, en cambio, siguieron frecuentando la montaña y el mar para leer lo que decía la piedra con la memoria grabada.

No pasó mucho tiempo sin que tanto ruido y caos terminaran por despertar de su larga siesta los dioses creadores, quienes se encargaron de expulsar al Gran Demonio Dorado de Fuego del mundo de los hombre y mujeres del maíz. Al día siguiente, les ofrecieron disculpas:

-Hijos, disculpen por no haber venido antes, pero realmente estábamos muy cansados. Sin embargo, hoy nos sentimos orgullosos de ustedes, pues consiguieron algo que ni el más poderoso de los dioses hubiera podido lograr : salvar la memoria de su pueblo, pero debo advertirles que el Grande Demonio Dorado de Fuego seguramente va a aliarse con los Dioses Traviesos y se asomarán por aquí alguna vez sin que nos percatemos. Así que no olviden caminar mirando siempre hacia abajo para que nada los haga tropezar.

Es por eso, decía el Viejo Antonio, que los mayas caminan con la cabeza gacha. Y explicaba que algunos hombres blancos creen que lo hacen porque se sienten avergonzados de lo que son o porque fueron vencidos, pero ignoran que lo hacen para no estar perdidos; para no olvidar sus orígenes, su lengua y, sobre todo, su memoria”.

 Para concluir quisiera, a manera de reflexión, decir que no podemos olvidar; nuestra historia, costumbres, tradiciones y valores tienen que permanecer siempre en nuestra memoria tanto individual como colectiva si queremos sobrevivir como pueblo o comunidad, si no queremos ser dominados por otros. Cada persona y cada comunidad de debe descubrir sus raíces. Nuestra identidad va mucho a más allá de un nombre, es memoria y pertenencia, ilumina nuestro presente y da esperanza a nuestro futuro.

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