Por: Juan Diego Garzón*
En los últimos 30 años la mujer colombiana ha entrado a ocupar una mayor cantidad de puestos y trabajos que en años pasados. Esto ha llevado a que el país sea reconocido por organismos internacionales como uno de los países que, en Latinoamérica y el Caribe disminuyó algunas de las brechas de género en comparación con países como México, Perú, Chile, Venezuela y Argentina (El Tiempo, La mujer colombiana sí puede trabajar).
Esto ha respondido algunas dinámicas sociales globales por las que la mujer colombiana es cada vez más incluida dentro de los procesos de selección de personal y se la considera, en varias ocasiones, aún más competente que los colombianos de ocupar ciertos cargos.
En términos de acceso efectivo, en Colombia, se logró un incremento “del 24 por ciento en las últimas 2 décadas”, puesto que se logró en términos de presencia laboral de un 31,6 en 1990 a 55,8 por ciento en el 2013 (El progreso de las mujeres en el mundo 2015-2016 de la ONU y UN Women 2015). Este avance no es más que el reflejo de los avances continentales que distinguieron esta zona del Globo como uno de los de mayor incremento, en donde la participación laboral del género femenino no sólo se mantuvo creciendo y resulta comparable con los incrementos en países desarrollados. “Con base en la Muestra Continua de Hogares del Dane, el analista dice que, de 21,4 millones de colombianos empleados en el 2015, las mujeres son 8,7 millones de dicho mercado” (El Tiempo, La Mujer).
Sin embargo, este entusiasta panorama debe ser contrastado y ‘puesto en la tierra’ no sólo con los países vecinos, sino con un contexto más general de algunas cifras. Esto nos muestra un panorama que no se termina de completar sin algunas dificultades generales como lo son las diferencias salariales y de jerarquía de las cuales son víctimas las mujeres. Por ejemplo, para seguir con las cifras, según el DANE, las mujeres ganan un 20,2 por ciento menos que los hombres aun cuando desempeñan funciones similares.
En este tipo de brechas nos distinguimos infortunadamente, también se suma que las funciones laborales formales son consideradas culturalmente como un ‘complemento’ a otras funciones que son ‘esenciales’ a la ‘mujer colombiana’. A saber, el que las mujeres posponen o derogan sus sueños por ‘cuidar de la casa’, lo cual no es otra fórmula de designar que la mujer que trabaja se encarga de varios de los menesteres del hogar colombiano. Dentro de ellos, y por su condición biológica, es aquella de la cual culturalmente se espera se encargue de gran parte de la carga que implica la crianza de los hijos, a lo que se suma que sus condiciones como madres ya sea gestante o de un bebé, cambian en el sensorio común.
Juan Diego Garzón, Abogado laboralista.
*Opinión y responsabilidad del autor de la columna, más no de El Cuarto Mosquetero, medio de comunicación alternativo y popular que se propone servir a las comunidades y movimientos sociales en el Meta y Colombia.