Dos momentos me han servido en estas semanas para darme cuenta de que en Colombia deshumanizaron tanto el conflicto, que a los guerrilleros terminaron por desdibujarlos en una especie de monstruos. El primero de ellos fue el documental de Ciro & Yo, el segundo fue la exposición fotográfica y documental que está exhibida en el Banco de la República de Villavicencio.
Al hijo de Ciro Guerra se lo llevaron las FARC en la época de despeje de Andrés Pastrana. Tenía 14 años, y a su escasa edad, los fusiles, las mujeres y la libertad e independencia que le dibujaron sirvió como excusa y rebeldía para irse de la finca de su padre ubicada en La Macarena. Volvió un año después y terminó por internarse en un hospital psiquiátrico en Bogotá debido a las voces en su cabeza y los ataques nerviosos que recibía a medianoche. En Bogotá lo buscaron los paramilitares y se lo llevó la cuadrilla de San Martín denominada los Centauros, finalmente sirvió como informante del ejército en medio del proceso de paz que adelantó Uribe con los paramilitares. Terminó tirado sobre el pasto tras ser lanzado desde un avión en caída libre y con un tiro tras una oreja.
Ciro & yo, desde el título me hizo comprender que quizás ese hijo guerrillero, malandro, asesino, hijueputa, hubiera podido ser yo también. Es muy fácil juzgar cuando no se tiene la empatía suficiente para ponerse en los pies de los demás, pero la guerra es casi siempre el resultado y no la importancia de la causa. Un niño de 14 años debería pensar en juego, colegio, caballos, fútbol, libros, tener ese espacio que durante años le hemos negado a una Colombia rural que parece cargada de olvido y de resignación. Olvido y resignación que los hace sentir menos, que los pone en un plano de indiferencia y de escases cultural y educativa que un arma termina por convertirse en un símbolo para alcanzar esa igualdad en un niño de 14 años.
Ante las presentes circunstancias, he oído a mucha gente que dice: “¿Y por qué no trabajan?” Porque, aunque parezca increíble, en el campo trabajo no hay y el poco que hay es mal pago. “¿Y por qué asesinan?” Porque muchos de ellos entraron siendo niños, y la orden de asesinar a otro es diferente cuando se sabe que la vida de uno mismo está en peligro. Independientemente de la clase de hijueputa, guerrillero, malandro, asesino, que hay dentro de los grupos armados ilegales que hay en Colombia, sin importar su ideología o posición, hay un colombiano y un ser humano que siente también dolor por dentro, que no sabe qué hacer si no es disparar un fusil porque el gobierno no le enseñó más y porque ni siquiera aprendió a reconocer las pocas oportunidades que se le ofrecen.
La guerra nos ha hecho daño a todos, nos hace vivir con miedo y odio, así que todos somos víctimas. Pero no es la misma guerra cuando el guerrillero, paramilitar, soldado, termina por ser alguien cercano: un hijo, el hermano de un tío, un primo, el propio padre, la propia madre, y terminamos quizás, por darnos cuenta, que hijo, padre, niño, joven, viejo, no es un monstruo con un fusil como arma que solo tiene que tener como destino la cárcel.
Dentro de la exposición del Banco de la República al frente de la plaza pública de Villavicencio, se pueden encontrar muchos archivos fotográficos y documentales que quizás, en poca o gran medida, cambien un poco esa percepción deshumanizada de los colombianos que aún hoy, después de 60 años, siguen peleando una guerra anacrónica. A continuación, presento unas fotos de los testimonios que más me llamaron la atención y que sirva como incentivo para que se peguen la pasadita.