Impactos del reclutamiento forzado en la vida de las víctimas en Colombia

«Yo quedé bastante atormentado psicológicamente. A veces llegan a tocar la puerta y pienso que me van a matar. A diario vivo con eso… Si siento una persona atrás, ya pienso que me va a hacer daño, porque eso fue lo que viví con ellos allá… Tan pronto escucho ruidos, cojo un palo y le pego a la puerta, y hasta rompo los vidrios. Por esos mismos motivos no puedo tener esposa ni nada. Ella me echó de la casa porque un día llegó el hijo a tocar como a las tres de la mañana, pensé que era alguien que venía a hacernos daño y le partí un palo en la cabeza. Aunque la guerra ya pasó, a diario vivo con la sensación de que me van a matar» -Rodolfo, reclutado a los dieciséis años. Testimonio del Informe Final de la Comisión de la Verdad.

Como Rodolfo, son miles los testimonios de excombatientes que fueron reclutados cuando eran menores de edad. Y es que el sufrimiento no termina cuando dejan las armas. El impacto psicológico y/o a nivel emocional es el resultado de las vivencias negativas a las que fueron expuestos en el conflicto, que se convierten en recuerdos que probablemente nunca van a desaparecer y que pueden afectar su salud mental, especialmente si no acceden a atención especializada. Tal como lo expone Esperanza: «Después de salir, todos los días soñaba que me reclutaban» o Mateo, quien fue reclutado cuando tenía diecisiete años: «A veces tengo pesadillas y sueño todavía con esas cosas. Ha sido muy duro, porque me marcó la vida. De ahí para acá es casi otra etapa de mi vida. A veces me acuerdo y me da nostalgia, por muchas razones: primero, porque yo nunca quise vivir esa experiencia y segundo, porque hubo muchas personas que se quedaron allá»

Así mismo, el reclutamiento de menores repercutió en sus etapas de desarrollo, en donde adoptaron diferentes hábitos que influyeron en la forma de relacionamiento con las y los demás; su vida en sociedad. Y es que el estar involucrados en un contexto de conflicto también hizo de la violencia un factor normal de la cotidianidad, siendo así la violencia una forma de resolver problemas. Todo esto, sumado al aprender a obedecer y a la supresión de emociones en el relacionamiento con las victimas influyó en el carácter de las y los menores, adaptando entonces el miedo, la venganza y el dolor como sentimientos dominantes. Tal es el caso de Estefanía, quien fue reclutada cuando tenía quince años:

«Mi mamá empezó a ser la psicóloga mía. Ella empieza a verme la actitud de que veo un marihuanero y yo: “¿Este man qué?”, y ella: “Pero ¿usted por qué habla así?, ¿por qué le tiene rabia? Mija, hay que amar al prójimo”, yo: “Qué prójimo, al marihuanero hay que matarlo, a los ladrones hay que matarlos, a las putas hay que matarlas”, o sea, la mentalidad mía era muerte, muerte, muerte».
Otra problemática que deben vivenciar aquellos que dejan las armas, es la estigmatización y la violencia que también los persigue de por vida. De 287 niñas, niños y adolescentes desvinculados -y sus familias-, el 79,48 % recibió amenazas del grupo que los reclutó, el 7,69 % de otro grupo y el 1,28 % del Ejército Nacional.

Lo anterior sumado a los señalamientos de la ciudadanía y el no poder encontrar un trabajo debido a su pasado, tal como lo cuenta Esperanza: «En el municipio no me dan empleo por ser desvinculada, solamente hubo un alcalde que me dio la oportunidad de trabajar en el hogar geriátrico como enfermera. De resto, nadie me da empleo por tener el estigma de guerrillera, aunque no fue porque yo quise irme, sino que me tocó, me llevaron. Entonces, es difícil conseguir trabajo como desvinculado, la gente dice: “Ustedes son guerrilleros, ustedes son desvinculados, mínimo matan y mínimo roban”. Siempre me etiquetan por ser guerrillera».

Y a pesar de que el ICBF creara en el año 1999 un programa especializado para la el restablecimiento de derechos de las niñas, niños y adolescentes desvinculados, estas políticas no han sido suficiente, pues no hay un plan que ayude efectivamente a la erradicación de las violencias que tienen que padecer miles de menores que sueñan con estudiar, trabajar e incorporarse realmente -y con garantías- a la sociedad, situación que prolonga la continuidad de la violencia.

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