La necesida de develar el rostro humano y sufriente de la verdad

Desde que leí que, en el año 1997, un centenar de paramilitares llegaron al municipio de Mapiripán en el departamento del Meta y torturaron a su población, matando a 49 civiles y arrojando sus cuerpos al rio Guaviare, pensé que solamente una persona diabólica y carente de cualquier rasgo humano podría estar detrás de algo así.

Paradójicamente, en el evento organizado por Colombia2020 de El Espectador, llamado Hablemos de verdad, en la ciudad de Villavicencio el 03 de abril del presente año, tuve un encuentro con el destino: vi por primera vez en la vida a un ex paramilitar, y no a cualquiera de ellos, pues vi a Manuel de Jesús Piraban, alias el Pirata. (Este hombre fue uno de los comandantes del Bloque Centauros de las AUC en la Orinoquía y, por tanto, uno de los responsables de la masacre que se mencionó en el primer párrafo).

Quisiera agregar que, antes de saber quién era este hombre, me encontraba sentado en la silla que estaba detrás de él. Todavía el simposio no había iniciado. Mientras que esto sucedía yo miraba para todo lado. Reparé que un bolígrafo muy bello se le cayó y que no lo había notado. Antes de alzar el bolígrafo tuve la sensación de quedármelo para mí, pues por un momento me permití escuchar a una vocecita malintencionada en el fondo de mi conciencia, que me decía: “lo que uno se encuentra es de uno”. Afortunadamente, reflexioné pronto y decidí hacer lo correcto: alcé el bolígrafo y se lo entregué a su dueño. Éste me dio las gracias y me hizo una sonrisa tan sincera y afable que me hizo pensar con contundencia, que hice bien en no quedarme con su esfero.

Cuando el evento inició y lo presentaron, quedé totalmente impactado y no lograba creer que estuviera a muy pocos metros de un exjefe paramilitar, alguien que para mí siempre ha sido catalogado como monstruo. No entendía que este hombre que, instantes antes me había sonreído y me había agradecido con una cálida voz, fuera el mismo que hubiese llenado a mucha gente de miedo con la sola evocación de su nombre o de su alias.

Para que el asombro me terminara de invadir, en la última parte de la reunión hubo víctimas que encararon a Manuel Pirabán por algunos vejámenes de la guerra, entre ellos, la masacre de Mapiripán.  Además, hubo otra mujer que le reclamaba por su hija: una enfermera del Guaviare que fue violada y asesinada por autodefensas dirigidas por el excomandante; la mujer le exigía que le respondiera por el cuerpo de su hija y así poderle dar sepultura. También hubo una jovencita que expresaba que no podía creer que estaba respirando el mismo aire que su verdugo.

 A medida que transcurría la mañana y escuchaba más atrocidades sobre él y sobre la desgracia del conflicto, me preguntaba de nuevo ¿cómo este hombre con apariencia tranquila y pacifica fuese el mismo que dio la orden de matar, torturar y desaparecer los cuerpos de tantos seres humanos? A pesar de esto, hay que resaltar que tuvo la valentía de pedir perdón a las víctimas que se encontraban en el auditorio y a todas las que han sido martirizadas por su causa.

Y es aquí, en este punto, en el que hay que resaltar la grandeza de las víctimas, pues la gran mayoría de ellas cuando tomaba la palabra (a pesar de su evidente dolor, que los acompañará hasta la muerte), pronunciaron públicamente que perdonaban a sus victimarios.

Ahora bien, ¿a qué quiero llegar con todo esto? Primero, a la necesidad de construir el rostro del otro a través de la escucha atenta de la verdad. Considero que en algunos sectores de la sociedad se ha logrado; por ejemplo: debido a los Acuerdos de Paz con las Farc y a la reciente formación de su partido, se han generado espacios para escuchar a algunos de sus excombatientes. He tenido la oportunidad de oírlos y darme cuenta de que son tan personas como yo. Solamente a raíz de la escucha y del encuentro reconocí su rostro humano. Hace varios años veía con una desconfianza y un pánico inconmensurable a quienes hacían parte de las guerrillas, puesto que, soy de un lugar en Colombia en el que se conoció el conflicto por las noticias, en donde cada historia, por lo lejana que parecía, tenía más apariencia de serie de acción extranjera que de realidad nacional.

Segundo, las víctimas quieren saber una verdad particular, individual, pues cada uno de los mártires que lograban hablar, preguntaban por casos específicos. Alfredo Molano el Comisionado de la Verdad para la región de la Orinoquía, también hizo notar esta gravísima situación, pues con el escaso apoyo del gobierno y el gran número de víctimas, se hace una tarea titánica darles respuesta a todas las personas afectadas directamente por el conflicto armado. No obstante, el país ha de procurar que ellas, en su totalidad sepan la verdad de sus desgracias, para que así la violencia no se vuelva cíclica y las heridas de hoy no sean las causas del conflicto del mañana.

Finalmente, se necesitan más espacios para que la gente pueda hablar y construir la verdad. Espacios que posibiliten escuchar para reconstruir los rostros de los hermanos que se han matado por incomprensiones. La manera de salir del conflicto del que hasta ahora, muchos nos estamos enterando, es conociendo la verdad. Hay que aclarar que no se descubre para nutrir odios ni deseos de venganza, sino para que logremos comprender qué paso y por qué. Si esto no se da, puede que, en cien años, (cuando todos los que estamos vivos hoy, hayamos muerto) nuestros hijos estén intentando salir de los odios que les transmitimos y les heredamos. Es vital recordar que la violencia nos tiende una trampa macabra. René Girard nos lo hace saber así: aunque creamos que la violencia es irracional, siempre se encontrarán razones que la sustenten.

*Opinión y responsabilidad del autor de la columna, más no de El Cuarto Mosquetero, medio de comunicación alternativo y popular que se propone servir a las comunidades y movimientos sociales en el Meta y Colombia.

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